Nuestro REGISTRO DE SALIDA de hoy es un bernegal, objeto donado al Museo de Historia y Antropología de Tenerife en el año 1995 que ha pasado a formar parte de la colección de “Alfarería y Cerámica”, en la sección de Alimentación y Cultura Culinaria de dicho museo.
Se trata de una pieza de cerámica tradicional de Tenerife cuya fecha de fabricación se establece en torno al siglo XX y que, por sus características, parece provenir del Alfar de la Victoria de Acentejo para ser utilizada como cubículo o recipiente para almacenar agua.
El bernegal, de medidas 46 x 46 x 33 cm y con un peso aproximado de algo más de 7 kilos, está realizado en barro de color rojizo muy posiblemente de origen volcánico y perteneciente a un tipo de arcilla llamada betonita caracterizada por su gran plasticidad. Esta particularidad le da una serie de ventajas, como son que admite variedad de desengrasantes en su superficie, le ayuda en el proceso de secado y guisado y permite que la pieza pueda sufrir cambios bruscos de temperatura sin romperse.
Se trata, por tanto, de una pieza de barro con la base plana y muy estrecha, la cual se va ensanchando progresivamente hacia un gran cuerpo oval y achatado con labio plano en la parte alta. Está decorada en todo el cuerpo con incisiones a modo de cruces, puntos y diversos motivos geométricos, así como con protuberancias o resaltes en su zona cóncava, que demuestran el uso de diferentes utensilios de marcado antes del proceso de cocción de la pieza.
Ni que decir tiene que a la hora de elaborar una pieza de cerámica con barro se tenía en cuenta el tipo de adherencia e impermeabilidad de dicho material, sobre todo con vistas a evitar que se pudiera agrietar o romper a lo largo de su manipulación. En el proceso de “amasado” del barro se añadían desengrasantes, cuya principal función era la de favorecer la evaporación de agua, ayudar en el proceso de secado y evitar que se formaran grietas en la pieza, entre otras cosas; aunque también es cierto que en ocasiones estos mismos desengrasantes podían potenciar que aumentara la porosidad de la cerámica destinada a ser utilizada como soporte para líquidos.
Es indiscutible que la técnica empleada para la creación de recipientes en barro es la misma o muy similar desde tiempos prehispánicos hasta la actualidad, y que las mujeres solían ser las encargadas de la fabricación de las piezas a través del uso del urdido como norma general.
En alfarería y cerámica se llama urdido al procedimiento de elaboración de una pieza consistente en socavar la pella o bola de barro con los dedos o la ayuda de un instrumento rústico o herramientas sencillas. El proceso, cuando se trata de piezas con alzado como las vasijas, se continúa añadiendo rollos o cilindros (churros) de arcilla con los que se van levantando las paredes del recipiente.
En el caso de la cerámica de Tenerife las vasijas grandes, como el bernegal, se solían hacer de dos veces. Primero se realizaba hasta la mitad de su tronco cónico invertido y, cuando estaba bien consistente, se continuaba con la “barriga”, reblandeciendo el borde endurecido y trabajándolo como cualquier otra pieza de barro.
Una vez levantada la pieza se alisaba el interior y el borde con un callao poroso mojado en agua y se iba emparejando con un cuchillo para disminuir el grosor de la misma. El uso del almagre servía para realzar el tono rojo de la cerámica e impermeabilizarla cuando llegaba su guisado sobre las brasas del horno de leña.
Por norma general la fabricación y comercialización de cerámica nacía en aquellas familias en las que todos sus miembros se dedican al oficio, de ahí que fuera un oficio mixto, con distribución de tareas por sexo y edad, practicado tanto por hombres como por mujeres. Mientras las mujeres preparaban el barro y levantaban las piezas, los hombres extraían el barro de las vetas, lo transportaban al alfar, obtenían la leña y guisaban las piezas, ya que en muchas ocasiones era la única fuente de ingresos para las familias.
La producción artesana experimentó un auge, nunca antes advertido, con la llegada del turismo a las Islas, desde principios del siglo XX y sobre todo a partir de los años cincuenta, tanto en la variedad de objetos como en el tamaño e importancia del mercado.
Mientras unos consideran que el turismo ayudó al redescubrimiento del arte popular y la artesanía canaria, hay otros que consideran que sólo trajo un gran efecto negativo, pasando los oficios artesanos tradicionales a producir souvenirs.