La pinocha, memoria del bosque
Al entrar en el patio del Museo de la Naturaleza y el Hombre, un montículo de pinocha anuncia la exposición de Gabriel Roca que acoge el MNH hasta el 29 de enero. Es uno de nuestros artistas más singulares, exquisito y experimental; un gourmet y un cocinero de la nueva gastronomía del arte. Con curiosidad atenta, respeto y constancia estudia procedimientos y técnicas del arte tradicional. Las depura, las mete en su poética, actualiza y nos las sirve en cuadros que al mismo tiempo evocan la buena pintura de siempre y anuncian el porvenir del arte. El nostálgico aroma del pasado y el misterio de lo ignoto; tradición y modernidad se unimisman en su pintura.
Sus «temas» son el paisaje, el dibujo como lenguaje y los materiales. Suele trabajar en blanco y negro, que en esta exposición muta en el color de la hoja del pino. Y estudia a fondo las técnicas que va a emplear en sus proyectos, con un entusiasmo y rigor al que no disuade la geografía. Ha sido visto por la remota China estudiando papeles, tintas y grafismos.
La pinocha, memoria del bosque, es la protagonista principal de la nueva serie de Gabriel Roca. Ávido de desafíos y coherente, su poética siempre escucha los ritmos de la naturaleza, merodea el paisaje y confía en la eficacia del dibujo como medio expresivo. Pero también explora y reactiva viejas técnicas y procedimientos artísticos, e investiga las posibilidades plásticas de materiales insólitos. En esta obra, la humilde hoja del pino, puntiaguda, estrecha y con forma de aguja.
Dibujando con pinocha… En los paseos por las ciudades o el campo suelen llegar ideas que el artista en el estudio usa, deja en barbecho o descarta. Gabriel Roca suele pasar por el bosque de La Esperanza, camino de su trabajo en El Teide y observa los «amontonamientos» que hacen los pinocheros. Un buen día decide traerse unos sacos de pinocha de los que va a surgir el «bosquegráfico». Dispone un gran cartón blanco en el suelo y el artista comienza a dibujar con pinocha, con las manos y pies, con un ritmo bailón que entra en las imágenes.
Cuando Gabriel Roca decide que el dibujo está terminado lo fotografía; sopla, barre y el «original» se desvanece. Su naturaleza es frágil y efímera, como las figuras que el azar posa en el suelo del pinar y que el viento dispersa. Las dos primeras series de dibujos con pinocha eran sobre papel, «Paisajes con pinos» y «Retratos y figuras». Después llegan las de tema bíblico y, encapsuladas en cristal, las «Incersiones». Todas sus obras son pulcras, potentes, sobrias y elegantes. Posan un equilibrio emocional y conceptual afín a la filosofía oriental y a la ecología holística. Aúnan la sofisticación con la naturaleza.
La pinocha como material decorativo es común en las romerías y fiestas Canarias, en carretas y en alfombras. Evoca ritos, ancestros y misterios donde se concilian lo sacro y lo profano. Tal vez Gabriel Roca la incorpora a su lenguaje no sólo por su «plasticidad», también como material evocador de viejas historias y tradiciones. Mete el rumor húmedo del bosque de pinos en el lenguaje del arte contemporáneo, en un espacio artístico que va entre el vértigo del expresionismo abstracto americano y el equilibrio del arte oriental.
El escalofrío del bosque, el temblor del viento en el pinar que anima el bosquegráfico de Gabriel Roca y su afán por explorar las posibilidades expresivas de los materiales “pobres” que la naturaleza regala, tienen en esta exposición su colofón telúrico. La ceniza del volcán, la arena negra de las playas de Tenerife que entran en el arte contemporáneo con los cuadros de Óscar Domínguez y los poemas de André Bretón, que bautiza a Tenerife como la primera isla surrealista, es el nuevo material que incorpora Gabriel Roca. Y cada material arrastra sus lindes, las inefables texturas y densidades que la pinocha imponía, su mudo aullido vegetal deja paso al silencio mineral de la arena negra. Nuestro artista busca nuevos desafíos, consolidar una poética en otros ámbitos; intenta mostrarnos, como decía Apollinaire algo más que la realidad de una visión, la realidad de un pensamiento.
Carlos Díaz-Bertrana