El primer museo conocido fue fruto de un botín de guerra y en cierta manera son trofeos de batalla arrancados al “enemigo” las colecciones que atestan los museos de medio mundo. Piedras, frisos, reliquias, huesos, fósiles y objetos son esos trofeos que como indicios y marcas enuncian las evidencias materiales de una cultura y puestos en escena elaboran una historiografía de la sociedad y su memoria aparente.
Quizá la razón última de la existencia de los museos tenga que ver con esa memoria. La Naturaleza cuando fue enunciada empezó a dejar de serlo y cada cosa y cada ser fue nombrado. Afuera de la naturaleza se erigía la capacidad creadora del hombre con la que luego rivalizó. Y decidió conmemorarlo. Y esta conmemoración consistió en la obsesiva labor de archivo y recolección. Las conquistas y las expediciones ensancharon los límites del conocimiento y la memoria que ya tenía forma de contenedor arqueológico y científico. La clasificación del mundo era una forma de alcanzar utópicamente el ideal del poder sagrado y creador, el sentido originario y esencial de las cosas. El hombre se acercaba a la realidad y se identificaba con ella a través de los objetos. Esta expansión fue en cierta manera una expulsión del Paraíso. La memoria y sus dispositivos fueron entonces el único consuelo frente a esa pérdida y la instrumentalización que hizo resurgir mitos romántica y políticamente. Porque memoria también es olvido. Y muerte.
El Museo Fabulado es también una forma de museo. El arte encarnó una de las maneras de convocar la memoria y en cierta manera los artistas recolectaron los restos de la naturaleza que fueron quedando por el camino de la Historia. El mismo material. Y la naturaleza fue siempre el tema por excelencia del arte porque convocaba a la verdad primigenia que persiguió siempre una sociedad ansiosa por identificarse. ¿Pero era esa verdad La Verdad?
En estos tiempos de inquietud la verdad dejó de ser una para ser múltiple. Y los objetos y las cosas mudas en las repisas y los archivos: fósiles, restos, insectos, vasijas, instrumentos, despojos, reproducciones, iconos, imágenes, piedras, amuletos, vertebrados, raíces, esqueletos, ídolos, marcas, inscripciones, vestigios, reliquias, semillas, residuos, escombros…
Frente a esa incertidumbre se abre un interrogante. El arte no es una ciencia exacta pero se alimenta de la materia deductiva, del análisis fenoménico, de la clasificación y la comparación. Y si no hay Verdad por lo menos hay espacio para la duda. En este intersticio se inscriben las obras del Museo Fabulado que tangencialmente se emplazan frente a los restos de la memoria de la Historia muda. El resultado es una conversación filamentosa y rizomatica entre los objetos y las cosas, las ideas y los despojos. Memoria y olvido. Materia y muerte.
Julio Blancas, Juan Carlos Batista, Gonzalo González, Hildegard Hahn y Gabi Roca enfrentan sus dispositivos artísticos a los restos de una naturaleza clausurada en la memoria. No hay parodia mimética de lo que nos parece una representación de lo real, porque ¿qué es lo real? La práctica científica y la artística se confunden en cierta manera: archivo, clasificación, investigación. Y de ahí una pregunta última: ¿Qué es lo natural?
Queda entonces este despliegue de sombras oscuras y apariciones en los cráneos de Julio Blancas; la naturaleza desaparecida, fantasmal y reconstruida en los trabajos de Juan Carlos Batista; las raíces desvaídas y espectrales de Gonzalo González; la recopilación arqueológica y archivística de Hildegard Hahn; y la densidad biomórfica y vegetal de Gabi Roca. No hay vacilación frente a las dudas en un territorio donde todo se puede confundir, pero también en donde es posible que fructifique un aliento de cierta esperanza.
Texto de Ángel Padrón.
Lugar: Museo de la Naturaleza y el Hombre
Fecha: 18 de marzo a 31 mayo de 2011.
Horario: de martes a domingo, de 9:00 a 13:00h. y de 16:00 a 19:00h.