En el caso de los museos, estas reflexiones vienen girando en el ya casi convertido en mantra profesional o debate recurrente, sobre el papel presente y futuro de los mismos, si bien con insistentes derivas epistemológicas que han llevado a tildar a los grandes museos de caníbales o de depredadores, sin que con ello estemos descubriendo ninguna novedad sobre nuestros propios orígenes culturales o de especie, a juzgar por un buen número de hechos destacados, registrados, al menos, en el último puñado de milenios.
Sin embargo, tales procesos reflexivos permiten también encontrarnos con interesantes planteamientos que sustantivan la consolidación de nuestras instituciones museográficas, como entidades arraigadas en el entramado cultural de nuestras sociedades, sin pérdida alguna de sustentación, a través de propuestas de integración, accesibilidad, deconstrucción, interpretación postcolonial, educación no formal, integradora, en valores y democrática. Cuando no, como auténticos nódulos de la intercomunicación y de la transmisión emocional, constituidos en puertas multidimensionales por la acción de las personas que viven y trabajan en ellos, hacia ámbitos de la sensibilidad y la emoción, muchas veces escondidos, atorados o huérfanos en el ser humano. Sentimientos que los museos fomentan, expanden y multiplican a partir de conexiones insospechadas entre lo físico y lo inmaterial, entre el objeto y la cultura, entre las piezas de una exposición y las personas que las observan, las participan o las hacen suyas.
Al menos, en aquellos museos que se saben que forman parte de lo social, porque saben que la sociedad en la que se insertan, no solo forma parte de él, sino que, mucho más allá, son el museo. Una forma de concebir y trabajar conscientemente la museografía y, desde ella, la difusión y la didáctica, caminando hacia valores que convierten al museo en sociedad o a una sociedad en museo, en conocedora, en experta, lejos de querer sustituirla por expertos, tal y como se señala desde el debate que visibiliza la crisis de instituciones como la Universidad. Algo parecido a la idea de dejar de creernos dueños para comprender que solo intermediamos la propiedad de los demás. Sí, quizás una derivada del futuro sea la de reducir el contenido de ese “al menos” con el que hemos iniciado este párrafo, multiplicando consciencias sobe nuestra ubicuidad, lejos de pedestales y baluartes museográficos inaccesibles.
Así, el foro social, nódulo de relaciones y gestor de dinámicas y alternativas reales, de conexiones, de experiencias y soluciones, se ha visto catapultado de un día para otro, por efecto del confinamiento, al centro del paradigma de lo cotidiano, la antítesis de la soledad, el alter ego de las respuestas al futuro. Porque la absoluta necesidad de estar comunicados desde nuestro encierro, a salvo de un peligro que atenta contra muchas de las que creímos sólidas bases de nuestra sociedad acomodada, en nuestra idea occidental de futuro, nos catapultó, a su vez, hacia los sistemas que nos permitían esa conexión amputada. Sistemas que muchos solo habíamos vivido colateralmente o desde un disimulado o pintoresco, según el caso, analfabetismo tecnológico y que, de improviso, se convierten en un bien más de consumo, tan necesario como el coche sin confinamiento.
Y lo que más destaca de todo ello, más incluso que las inauditas posibilidades de comunicación y de creación ante las que, de pronto, nos hemos visto en casa todos y todas, en un frenesí de producción de contenidos, de recepción de noticias, de inmersión en debates, foros, cursos y cursillos, es la percepción de que una buena parte de todo esto ha llegado para quedarse y sin los que, en adelante, no estaremos completos. De la curiosidad por las redes a la intermediación digital, ahí es nada.
El mundo digital ya estaba ahí, evidentemente. Pero ahora, como si viviéramos aquella famosa película de Disney, descubrimos su nuevo potencial, al haber empezado a abrir puertas que dan a los lugares en los que están quienes hablan con nosotros, quienes pueden opinar, ingerir, interceder, colaborar, crear o evaluar nuestras propias acciones, composiciones y proyectos, en un feedback de infinitas combinaciones que, siempre que te dejes llevar o que te dejen formularlo desde tu trabajo, te brindan la brillante posibilidad de transmutar de sabios a colaboradores, de público a equipo, de educadores a educandos, de protagonistas a vehículo, de museos a sociedad. Algo que me suena ya a familiar y que adeudo, agradecido, a un extenso equipo multidisciplinar de compañeras y compañeros del MHA y de Museos de Tenerife.
José Antonio Torres Palenzuela, Técnico de Patrimonio, Museos de Tenerife.