Hace unos años tuve la suerte de trabajar optimizando la conservación de un herbario. Se trataba de un valioso trabajo de largos años sobre el estudio y recolección de plantas de Tenerife que había realizado un biólogo extranjero. Esta minuciosa investigación finalmente fue donada al Museo de Ciencias Naturales de Tenerife. El Herbario tenía la peculiaridad de que venía con toda la documentación generada en su elaboración. Se trataba de libretas manuscritas, cartas, mapas de localización de vegetación, anotaciones, con sus manchas de café, huellas digitales impregnadas en las hojas, virutas de goma de borrar, en definitiva, un sinfín de documentación científica, y no tan científica, que, sin pretenderlo, iba retratando al personaje que había realizado el trabajo. Se podría decir que hasta se podía sacar un perfil psicológico de aquel investigador. Fue muy grato sumergirme en esta especie de investigación mientras analizaba el estado de conservación de todo aquel material. Tan solo con un poco de observación detectivesca podía extraer una historia, realmente otra, contada en primera persona.
Rememorando el trabajo realizado con el herbario, en estas semanas con numerosos momentos que invitan a la reflexión, me he dado cuenta de que la inspección para verificar “la salud” de un objeto que efectúa un conservador-restaurador se puede asemejan al trabajo de un detective porque realmente se realiza una labor de interpretación en este análisis. ¿Y por qué se realiza el estado de conservación de las colecciones? Pues porque éste es el primer paso necesario para determinar todas las demás acciones que debemos realizar en nuestra función de salvaguarda. Primero analizamos, leemos entre líneas para poder diagnosticar y, por último, diseñamos el mejor tratamiento posible. Vamos interpretando las huellas y heridas que van apareciendo en cada objeto a medida que lo analizamos para averiguar sus posibles causas y aplicar las medidas preventivas o correctoras más adecuadas. Paradójicamente también nos permite determinar qué es lo que no conveniente, lo que no se debe o cómo no se debe hacer, sobre una determinada pieza porque puede provocar consecuencias nefastas para su preservación. Extraemos algo así como “un manual de lo que no se debe hacer”.
Una vez más, desde Museos de Tenerife, queremos invitarles a realizar a ponerse en el papel de un conservador, realizando una pequeña práctica con alguna de sus obras más queridas o significativas. En esta ocasión queremos analizar del estado en que se encuentran, diagnosticar la salud de nuestro objeto. Para facilitar esta labor, vamos a ir explicándolo, paso a paso, a través del examen de un objeto que nos va a servir de ejemplo y de guía.
Hemos elegido el librito encuadernado que se muestra en la imagen. Pertenece a una colección privada de la familia Puig Campillo. Fue un regalo que recibió María América por su primera comunión allá por el año 1921-22, cuando tan sólo contaba con 7 u 8 años de edad. Era uno de los típicos regalos, junto con otros presentes como medallas de motivos religiosos y rosarios, que formaba parte de la tradición de este ritual católico en aquella época.
Es un ejemplar de pequeñas dimensiones, una edición de “Oficio divino para los días de fiesta y de precepto”, de Laplace, Sánchez y Cía., de 1869. Consta de 600 páginas, con los cortes (cantos) dorados y encuadernación de marfil, resaltando en la portada el maravilloso grabado con las iniciales M.A. enmarcadas con motivos vegetales. Tiene un cierre lateral metálico a presión y las guardas de seda azul cerúleo con efecto muaré realzan, más si cabe, la belleza del ejemplar.
Antes de nada, es recomendable ponernos unos guantes limpios puesto que la tarea va a requerir manipular la pieza. ¿Porqué? porque las manos, por muy limpias que estén, producen sudoración ácida que, aun sin pretenderlo, podemos transferir al material, ya sea a las páginas o a la encuadernación, a través de esta manipulación. Y esto a largo plazo va a deteriorar las fibras celulósicas, favoreciendo la aparición de manchas y oxidación, acortando su vida. Así pues, nos colocaremos unos guantes de algodón, nitrilo o látex, cualquiera de ellos es válido.
Al examinar el objeto es conveniente conocer el tipo de materiales con el que están elaborados. En este caso, el material constitutivo principal es el papel, un material orgánico muy sensibles al efecto dañino de agentes externos. No sólo a los cambios ambientales, a la acción de insectos “comedores” de celulosa como la termita o la carcoma, a la exposición a la luz, al polvo y a la contaminación, sino también a los riesgos de su inadecuada manipulación, almacenamiento o exhibición en la vivienda. Deberíamos familiarizarnos con qué daños pueden sufrir estos materiales para ayudarnos a identificarlos.
En primer lugar, empezamos el examen describiendo los desperfectos mayores o los que más resaltan a simple vista: en este caso, vemos que ambas portadas de marfil están sueltas y solo se mantienen unidas al resto del cuerpo por medio del cierre metálico. Posee una cantidad generosa de pegamento, tipo patex, por todo el largo del lomo de ambas portadas, que ha dejado bastantes depósitos y rebabas parduzcas. Sin lugar a dudas esto indica que se ha intentado reparar pegando las tapas de forma poco exitosa. Además, al intentar unirlas, el pegamento ha adherido el lomo a la bisagra y la cabezada, dificultando el uso del libro e impidiendo su apertura más allá de un ángulo de 40 grados. Este es un claro ejemplo de cómo un intento de reparación resulta contraproducente puesto que ocasiona más daños de los que tenía el objeto.
Seguidamente, vamos a observar detenidamente si tiene algún problema biológico como hongos o insectos. ¿Cómo? Pues en el caso de los hongos fijándonos si existe un velo blanquecino algodonoso sobre la superficie. ¿Ha estado almacenada en una zona demasiado húmeda? hay que destacar que la climatología de la isla, sobre todo en zonas que tienden a tener un alto porcentaje de humedad en el ambiente, propicia la aparición de condensación que, combinado con el polvo, puede ser nefasta para la conservación de la materia orgánica, al favorecer la aparición de mohos. Éstos afectan a la estructura interna del papel y otros materiales orgánicos, debilitándola, además de crear manchas. En el caso de los insectos podemos observar si encontramos alitas, polvillo acumulado en forma de montañita, algún insecto muerto, galerías o agujeros en el libro. Cuando aparecen estos problemas hay que actuar rápido y proceder a eliminarlos por lo que es conveniente consultar con un profesional Conservador-restaurador que se haga cargo de solucionar este problema.
Por último, es preciso averiguar si poseen daños más leves, como hojas sueltas, pequeñas dobleces, cuadernillos descosidos, pérdida de las guardas o están rotas, si está sucio o tiene cúmulos de polvo, etc. En este caso, se aprecian las guardas manchadas de pegamento, con alguna pérdida de tejido, algunas páginas con moteado, que son pequeñas manchas como salpicaduras, y una única hoja rota al final del ejemplar. Es más, por el buen aspecto que presenta, a pesar del estado de la encuadernación, podemos intuir su poco o nulo uso pues no hay indicios de desgaste ni abrasión, por lo que suponemos que ha tenido una función más de objeto decorativo que de objeto litúrgico. En caso de que apareciese sucio o con exceso de polvo, aconsejamos que vean el video “Conservación en casa: preocupándonos por nuestros cuadros” en la página de Museos de Tenerife, donde se dan unas pautas claras sobre cómo afrontar la limpieza en objetos delicados.
Para finalizar, podríamos decir que el estado de la pieza, aunque es razonable, requiere ser tratado por un conservador-restaurador que pueda eliminar el exceso de adhesivo y reparar la encuadernación para devolverle su funcionalidad.
Una vez valorado el estado de la pieza, ya solo resta considerar qué uso se le quiere dar. Si la elección es la de almacenarlo y se animan a realizar el embalaje, les invito a leer el artículo sobre embalajes de la entrega “Conservación en casa. Un exquisito embalaje para un tesoro familiar”, donde se explica cómo realizarlo.
En todo caso, esperamos que disfruten con la realización de esta práctica que nos acerca, un poquito más, al cuidado de nuestras colecciones en casa.
Ruth Rufino García
Técnico Superior del Área de Conservación/Restauración de Museos de Tenerife