Aunque nuestro principal protagonista no era oriundo del país que enarbolaba la bandera que ondeaba al frente de la expedición, no dudó en aceptar el contrato que las Fuerzas Armadas de aquella nación –probablemente el cuerpo militar más poderoso del mundo tras la Segunda Guerra Mundial- le habían ofrecido. Quizá porque conocía muy bien –desde que tuvo uso de razón- al científico que había diseñado el equipamiento que estaba utilizando en ese momento, y cuya fiabilidad era fundamental para una hazaña de esa envergadura. Además de la estrecha relación que los unía, era consciente de que podía confiar en la sapiencia de alguien que también había conseguido otros hitos previos en la historia de la exploración, estableciendo algunos records casi inimaginables hasta el momento. De hecho, en anteriores ocasiones lo había acompañado; pero ahora, asumiendo que su inseparable colaborador estaba a punto de cumplir 76 años y con una salud algo debilitada, se había lanzado a la arriesgada aventura junto a otro compañero más joven y en mejor estado de forma.
Llevaban casi cinco horas avanzando sin descanso y habían recorrido más de 11 km a través de aquel inhóspito entorno. Solo disponían de agua y de algunas barritas de chocolate para resistir el enorme desgaste energético que les estaba generando semejante aventura. Era un momento decisivo, y los dos expedicionarios se miraron con incertidumbre. En sus rostros se podía atisbar una expresión mezcla de complicidad y preocupación, pero incluso dada la situación y la magnitud del peligro que corrían, no dejaban de aparentar cierta tranquilidad. De hecho, para llevar acabo aquella experiencia habían sido sometidos a un riguroso entrenamiento durante los días previos, tanto mental como físicamente.
De pronto, en medio de la oscuridad, notaron algo extraño. La poca iluminación de la que disponían les permitía observar con mediana claridad lo que había en unos pocos metros a su alrededor. Aquella visión del terreno les hizo comprender rápidamente que habían logrado llegar al punto que se habían propuesto como objetivo de su misión. Pero, aunque ellos todavía no lo sabían, ese no era el final de la historia, pues estaban a punto de llevarse una de las mayores sorpresas que la Naturaleza les guardaba gratamente gracias a un descubrimiento asombroso y totalmente inesperado.
En la inmensidad del lugar y la quietud de aquel remoto paisaje, ambos se quedaron mirando atónitos al mismo punto. Allí, en un lugar en el que nadie hubiera podido imaginar que existiera nada vivo que pudiera soportar las variables ambientales de un entorno tan extremo, algo se movía lentamente zigzagueando por el suelo. Aquel organismo no era especialmente pequeño; su casi medio metro de largo lo hacía perfectamente distinguible del horizonte inhóspito que les rodeaba. Por un momento pensaron que las horribles condiciones que estaban soportando les estaban provocando alucinaciones. Pero no era así; aunque aquello parecía una ilusión y jamás podrían llegar a tocarlo con sus propias manos para confirmar su existencia, aquel ser existía, y se movía.
El suministro del que disponían no les iba a permitir permanecer en aquel lugar mucho tiempo más. Teniendo en todo momento en mente estas limitaciones, apenas habían transcurrido 20 minutos cuando comenzaron el camino de regreso. Sabían que todavía les quedaba un buen trecho, no exento de dificultades ni de riesgos, y que aún seguían peligrando incluso sus propias vidas.
Pero a la vez eran conscientes de las asombrosas historias que tendrían que contar a su regreso. No en vano, acababan de acceder a un punto de la geografía terrestre en el que ningún otro ser humano había estado previamente, y con ello habían descubierto que, incluso allí, la vida tal y como la conocemos, también era posible.
¿Quiénes eran los dos intrépidos exploradores?
¿A qué lugar llegaron?
¿Por qué el recorrido de casi 11 km era tan arriesgado?
¿Qué relación unía a uno de ellos con el anciano diseñador del vehículo exploratorio?
¿Por qué realizaron casi todo el trayecto en completa oscuridad?
¿Por qué hacía tanto frío?
¿Qué tipo de organismo pudieron observar?
Puedes enviar tus respuestas a comunicacion@museosdetenerife.org
Alejandro de Vera.
Conservador del Museo de Ciencias Naturales de Tenerife. MUNA, Museo de Naturaleza y Arqueología