Reflexionó, ahora estaba seguro de su persona, pues no en vano se había preparado a conciencia para superar la prueba, llevaba meses de intenso estudio y consulta desesperada en toda suerte de bibliotecas, archivos y librerías sobre temáticas variadas, pues se contaba que, dado lo estricto que era el director del recinto, un extraño personaje de nobles y correctos modales que nunca había sido visto sonriendo en público, no sería una, sino varias las complejas trabas que -tal vez- debería sortear (tendría que aprobar cada candidato, muy pocos candidatos…en eso sí que eran muy estrictos) para que, finalmente, le permitieran acercarse a ella, poder admirarla in situ, a un metro y medio de distancia, como mínimo, respecto de su persona, pues esa era la longitud que habían establecido -previamente- los responsables del lugar, para que una vez se entrase al edificio, vetusto, majestuoso, algo decadente y vetado para casi todo el mundo, pudiera aproximarse
Pensativo y tembloroso, sacó del bolsillo el arrugado escrito de recomendación, que un antiguo conocido de la familia le había redactado, confiando en que lo utilizaría solo como último recurso, en caso de que el acceso le fuera negado, puesto que no conocía a los responsables que custodiaban el enclave, cuyos pasillos estaban siempre muy vigilados por un agente de la autoridad, de grueso bigote y mirada socarrona, dispuesto a hacer que se cumplieran las estrictas normas impuestas, a toda costa.
El día establecido para el examen, cuya fecha y hora le había sido comunicada a través de un escueto telegrama que le entregó un jovenzuelo de gesto esquivo, se presentó ornado con sus mejores galas, todo perfumado con agua de jazmín y con una coqueta flor (arrancada con cuidado del pequeño jardín trasero a su vivienda), luciendo esplendorosa y delicadamente inserta en el ojal en su chaqueta. Era la misma prenda, idéntico ropaje que usaba solamente para los días de fiesta, única licencia de frivolidad que se había permitido en medio de aquel ambiente serio y ceremonioso, y que le provocaba intenso pavor, un miedo atroz.
Ya muy cerca y, confiado, avanzó hacia la entrada. Esta vez no podía fracasar, no podía, pero así estaban las cosas de estrictas en el inmueble, cuyo grueso portalón, labrado en bellísima madera de cedro, aporreó con determinación, temor e ilusión al tiempo…
Tal vez cumpliría un sueño…
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Fátima Hernández Martín.
Directora del Museo de Ciencias Naturales. MUNA, Museo de Naturaleza y Arqueología