Se hallaba presa en el angosto habitáculo que habían acondicionado para ella, después de haberla arrancado, sin piedad, de la tierra cálida y plácida que la había visto nacer. Con angustia recordó las largas caminatas que -a ritmo pausado- llevaba a cabo algunos días con objeto de buscar manjares deliciosos que, a buen seguro, sabía crecían en el valle fecundo colindante al lugar donde solía habitar. Despacio, con suavidad, arrancaba de los arbustos las sabrosas viandas y, con la mirada perdida en el horizonte desde donde se percibía el murmullo de las olas, masticaba con movimientos lentos -aunque vehementes- las delicadas frutas por las que sentía especial predilección, degustándolas sin prisas. Junto a sus compañeros gustaba echarse al sol, quieta, muy quieta, dejar que la brisa suave y perfumada, rebosante de fragancia de algas marinas y humedecida por generoso spray oceánico, le golpeara sutilmente el cuerpo, cuyo perfil enhiesto destacaba entre los matorrales, siempre fijo, muy altivo, casi imperturbable. Aquel día fatídico, los vio avanzar en dirección al enclave secreto donde se encontraba oculta y temerosa. Se distinguían perfectamente, era un grupo numeroso de varones, venían riendo y con alborozo, ebrios, jocosos, diríase enajenados. Sus cuerpos exhalaban un olor no reconocido hasta entonces, tan intenso que molestaba…. Sin apenas poder ofrecer resistencia, la tomaron en brazos y la ataron con cabos, a pesar de sus arduos intentos por defenderse a base de arañazos y movimientos bruscos. Luego la introdujeron en una saca de tela, tan tosca, que dañó su piel curtida por el sol. Tiempo después, desconcertada, intuyendo que habían transcurrido varios días desde que fuese raptada, se percató de su nueva situación, la habían trasladado de lugar. En esta ocasión la habían introducido en un espacio de madera, estrecho, asfixiante, húmedo, oscuro, lleno de suciedad y barro, cubierto de moho, con extraño aroma a rancio. Allí permaneció quieta, aturdida, hambrienta, sedienta, silente y doliente… hasta que llegó el final.
Giovanni Battista Ramusio (1485-1557) fue un humanista que trabajó de secretario del senado veneciano y recogió en tres antologías los principales escritos y testimonios de viajes que circulaban en Europa en el siglo XVI. Su obra Navigationi et viaggi fue publicada por el impresor Tommaso Giunti entre 1550 y 1559, en Venecia, y tuvo tanto éxito entre el público que incluso fue reimpresa varias veces. Según los investigadores de su obra, Navigationi et viaggi fue fruto del personal interés de su autor por el conocimiento del mundo, tanto desde el punto de vista geográfico como astronómico, natural e histórico. Este interés por reunir testimonios sobre los viajes a tierras lejanas, estuvo condicionado por el impacto que provocó en esos años el descubrimiento de América y que influyó profundamente, si bien a través de un proceso gradual, en el ambiente cultural del momento. Mucha información que Ramusio publicó fue resultado de su correspondencia con otros estudiosos y eruditos. Entre ellos, es importante recordar a Giovanni Caboto, explorador que estuvo al servicio de la Corona Española hasta 1548, así como su amigo Andrea Navagero que, entre 1525 y 1528, mantuvo con Ramusio importante relación epistolar.
Además, en el siglo XVI destacaron las interesantes descripciones sobre historia natural que llevaron a cabo Gonzalo Fernández de Oviedo, Bernardino de Sahagún, Francisco Hernández o José de Acosta, respecto a curiosas especies americanas que empezaban a conocerse en Europa. En esa etapa el nexo canario fue fundamental. De hecho, según Morales Padrón (1964), pocas fueron las expediciones que, siguiendo el hallazgo colombino, no hicieron parada reglamentaria en las Islas, antes de dirigirse hacia América. En las Islas se aprovisionaban de toda suerte de viandas y animales vivos, evitando a estos últimos que atravesaran el llamado Golfo de las Yeguas (tramo de navegación entre la península y Canarias donde se perdían muchos caballos y vacas debido a que enfermaban por el viento y la mala mar durante la travesía).
En el caso de Fernández de Oviedo, el autor visitó Canarias en varias ocasiones en el curso de estos viajes y reconoce…que las islas son fértiles y abundantes de cosas necesarias para la vida…En concreto estuvo en La Gomera, también en el Hierro (unas tres veces) donde habla del Garoé (libro I, cap. IX y libro VI, cap. XII donde lo vuelve a mencionar). Asimismo en sus crónicas es prolijo al citar productos canarios pasados a América, caso de conchas coloradas, camellos, plátanos, vides, caña de azúcar, cabras, gallinas o cerdos entre otros…
Ramusio mantuvo contacto con Gonzalo Fernández de Oviedo, que redactó Historia General y Natural de las Indias (escrita entre 1526 y 1549). El humanista veneciano tradujo dicha obra, que aparece incluida en el tercer volumen de Navigationi et viaggi en el año 1556 (Pardo Tomás, 1991). Como se ha señalado, las islas Canarias, en el texto de Oviedo, están presentes bajo forma de numerosas citas referenciales según Vaquero (1987). Para dicha autora, Vaquero (op. cit.)...Canarias en aquella mitad oriental del orbe, de aires templados y olores suavísimos, pórtico y despedida de tierra firme; enlace, descanso, referencia obligada…
Según Coello de la Rosa (2006) las primeras observaciones -enigmáticas, diferentes, visualmente atractivas y exuberantes- de la naturaleza del Nuevo Mundo, que Fernández de Oviedo trasladó a sus amigos e interesados – caso de Ramusio, el ilustre médico y poeta didáctico Fracastoro, Andrea Navagero o el cardenal Pietro Bembo, por mencionar solo algunos, desafiaban los límites de la historia natural clásica.
Dicen que Fernández de Oviedo, en agradecimiento a Ramusio, su editor, le hizo llegar una iguana desde Nueva España (Paden, 2007), animal que murió en extrañas circunstancias durante el viaje hacia el Viejo Continente…
Precisamente, en dos de sus obras Sumario e Historia General y Natural de las Indias occidentales se ilustra por primera vez (por parte de europeos) una iguana. Fernández de Oviedo en su amplia descripción, además de aspectos morfológicos, observó que los indígenas capturaban estos reptiles, los mantenían cautivos en sus poblados sin comida ni bebida durante un tiempo para, finalmente, alimentarse con ellos, algo que los europeos consideraban repugnante. La iguana enviada por Fernández de Oviedo a su editor (como símbolo de amistad) fue embarcada en un tonel lleno solo de tierra, pues por entonces se creía que este animal gustaba ingerirla… La carencia de alimento provocó su agónica muerte por inanición.
A la iguana, Fernández de Oviedo le dedica un dibujo y dos apariciones en el Sumario (73; 143), además de otras dos descripciones en la Historia (Libro 2, XIII, 48; Libro 12, VII, 32)
…”una manera de sierpes que en la vista son muy fieras y espantables, pero no hacen mal, ni está averiguado si son animal o pescado, porque ellas andan en el agua y en los árboles y por tierra; y tienen cuatro pies, y son mayores que conejos, y tienen la cola como lagarto, y la piel toda pintada […], y por el cerro o espinazo unas espinas levantadas, y agudos dientes y colmillos, y un papo muy largo y ancho, que le cuelga desde la barba al pecho…” (Fernández de Oviedo, en el Sumario).