El escorpión es uno de los invertebrados terrestres más temidos por el hombre, fama que le ha sido adjudicada por su potente picadura, que no siempre es mortal.
Hasta hace poco, zoológicamente estaban incluidos en el gran grupo de los arácnidos, junto con las arañas, las garrapatas y los ácaros en general, pero en la actualidad sus especiales características morfológicas han hecho necesario considerar para ellos un grupo aparte, que lleva su propio nombre.
Los primeros escorpiones aparecieron hace casi 450 millones de años, en el periodo geológico conocido como Silúrico, cuando ni siquiera existían los dinosaurios. Todos eran marinos y hoy son considerados los animales que iniciaron la colonización de la tierra firme, un nexo de unión entre ambas formas de vida.
En la actualidad se conocen unas 600 especies distribuidas en las regiones tropical y subtropical del planeta, pero en Canarias no existen escorpiones autóctonos. Entre las características que definen a la interesante fauna de nuestro Archipiélago figura la ausencia de muchos grupos zoológicos, como los escorpiones. Sin embargo, a principios del siglo XX comenzó a verse en el puerto de Santa Cruz de Tenerife una especie (Centruroides gracilis) oriunda de Centroamérica y Norteamérica, que con el tiempo logró instalarse en la zona costera de la capital y que hoy se halla más o menos extendida a las áreas más próximas del casco antiguo, donde ha encontrado un ambiente idóneo para su desarrollo en los viejos almacenes y sótanos de edificios derruidos o abandonados. Como causa de esta introducción se baraja el intenso tráfico marítimo, derivado de la emigración, que se mantenía en esa época entre Canarias y América latina, más concretamente con Cuba.
Son animales vivíparos y, por si esto fuera poco, las hembras despliegan un instinto maternal con las crías, a las que cuidan y transportan sobre su dorso hasta que realizan la primera muda del tegumento. En la naturaleza, los escorpiones se ocultan bajo piedras y cortezas o en pequeñas covachas u oquedades del terreno, pero los que comparten con nosotros el suelo de Santa Cruz utilizan como escondrijos todo tipo de objetos acumulados en los lugares que frecuentan; esto, unido a sus hábitos nocturnos, influye en que sea poco usual tropezarnos con uno de ellos y, si así fuera, consuela saber que el veneno de esta especie no es letal para el hombre, aunque sí paraliza y mata a la posible presa mientras la sujeta con las grandes pinzas. En el edificio del actual Museo de la Naturaleza y el Hombre este viejo conocido nos dio el primer susto, hace ya más de 20 años, cuando solo el Museo de Ciencias Naturales ocupaba sus dependencias.
Gloria Ortega Muñoz, Conservadora de Entomología del Museo del Museo de la Naturaleza y el Hombre.