Hace algún tiempo, en una playa tranquila y casi vacía, sólo habitada en horas matutinas por aguerridas gaviotas y unos cuantos humanos que se resistían a dejarse vencer por el frío, me sucedió un hecho insólito e inesperado. Mientras nadaba plácidamente, en medio de aguas calmas y sosegadas rozadas por un sol que -más que calentar- sólo pretendía acariciar, vislumbré la silueta delicada, majestuosa y estilizada de un cisne negro en la lejanía. Pensé que soñaba, no lo creí al principio, no era lógico que estuviese allí. Desperté de mi asombro y comprobé posteriormente que no había duda, era un destacado ejemplar –joven, quizá aún no adulto- que intentaba a duras penas luchar contra la corriente dominante, que lo empujaba inexorablemente hacia la bocana del espigón protector de la playa, no podía volar.
Algo extraño en el ambiente insinuaba que sucedía un hecho enigmático. Las gaviotas, nerviosas, muy alteradas, intentaban persuadir al animal que se alejara (era un intruso impertinente para ellas, estaba en su territorio) y revoloteaban inquietas y dominantes, haciendo de vez en cuando curiosos y arriesgados vuelos rasantes para intimidarlo, mientras él –temeroso- agitaba sus alas en una demostración improductiva de poderío y control ostentoso de la situación. Me sentí sola, impotente, no podía hacer nada para salvar al bello cisne de un destino incierto y casi con total seguridad mortal, al observar que se alejaba cada vez más hacia mar adentro.
En invierno, las playas suelen estar deshabitadas, en especial en horas tempraneras, aunque vengan disfrazadas de animosos estíos tardíos. Ya desde la arena, a distancia, observé cómo el animal, con dificultades, lograba subirse a una de las barcas de pescadores, algo destartalada, fondeada no muy lejos, hacia la que lo había llevado –afortunadamente- la corriente. Ahí perdí su pista, no supe nada, no lo veía. Quise pensar que se habría salvado, que alguien lo rescató en ese último momento –desesperado- cuando la vida, como en esta historia, siempre o sólo en ocasiones, pone una barca o un madero a nuestra disposición, para que podamos subirnos –salvarnos- en ese instante frontera entre la nada o el todo; la esperanza o la desilusión; el regreso o la huída definitiva.
No, no volví a vislumbrar en lontananza al cisne negro, aquel ser probablemente abandonado por alguien para el que ya no significaba nada, a pesar de los ratos que, seguramente, le hizo compañía y del tiempo que le regaló la visión de unas alas delicadas que destacaban airosas en aquel entorno anómalo. Escenario que no siendo el suyo optó, generoso o caprichoso, no sabemos muy bien porqué, devolverlo de nuevo a la vida.
Los cisnes son aves acuáticas de gran tamaño, que pertenecen al orden de los Anseriformes y al género Cygnus. El cisne negro (Cygnus atratus) es una especie de la familia Anatidae, endémica de Australia. Esta especie -en concreto- fue descubierta a finales del XVII. Precisamente una expedición holandesa, dirigida por Willien Vlamingh en el río Swan (1697) observó por primera vez cisnes negros en la zona de Australia occidental, junto con marsupiales de todo tipo, entre otros los koalas.
Así a principios del XVIII, los que regresaron de Australia hacia el Viejo Continente trajeron consigo, en sus barcos, un cargamento importante de estos animales, los llamados cisnes negros. Hasta entonces, esa fecha aproximadamente, se pensaba que todos los cisnes eran blancos. Esto supuso una conmoción en la sociedad de la época y aunque nos pueda parecer algo inaudito, lo cierto es que la aparición de esta especie de cisne de color distinto al que estaban acostumbrados, generó en ese momento importantes debates y provocó una gran polémica. Desde entonces han impactado en los estanques ornamentales de toda Europa, y posteriormente de América, donde se han llegado a adaptar y donde deleitan, deslizándose suavemente sobre enclaves dulceacuícolas, por la finura de sus formas y lo sutil de sus movimientos.
En la actualidad se conocen ocho especies de cisnes, de las que cinco habitan en el hemisferio norte. Aves de gran talla a pesar de ser migratorias, alcanzan además pesos considerables, si bien destacan en especial por la largura de sus cuellos. La llamada Teoría del cisne negro establece que una imposibilidad percibida puede ser refutada más tarde, quizá lo que me sucedió a mí…o le puede ocurrir a usted cualquier día.
Fátima Hernández Martín, Dra. en Biología Marina y Conservadora del Museo de la Naturaleza y El Hombre.