Mucho se discute estos días acerca del desastre ecológico que afecta al Mar de las Calmas (La Restinga, El Hierro), debido a la erupción del volcán submarino. Se hacen comentarios acerca del tiempo necesario para que la zona -fondos de belleza extrema que cautiva a locales y visitantes- vuelva a recuperar el encanto y la exuberancia que poseía hasta hace prácticamente pocos meses, eso sí, siempre y cuando cese la emisión de materiales volcánicos y el proceso tenga solución de continuidad. Todo esto nos ha hecho recordar y analizar el papel que juega el océano como garante de recuperación de vida.
Mucho se discute estos días acerca del desastre ecológico que afecta al Mar de las Calmas (La Restinga, El Hierro), debido a la erupción del volcán submarino. Se hacen comentarios acerca del tiempo necesario para que la zona -fondos de belleza extrema que cautiva a locales y visitantes- vuelva a recuperar el encanto y la exuberancia que poseía hasta hace prácticamente pocos meses, eso sí, siempre y cuando cese la emisión de materiales volcánicos y el proceso tenga solución de continuidad. Todo esto nos ha hecho recordar y analizar el papel que juega el océano como garante de recuperación de vida.
Hay que considerar que las propiedades físicas del agua de mar son muy diferentes a las que posee el agua que denominamos “dulce”. La marina es una solución (mezcla de sales disueltas y distintos tipos de gases) donde además pululan millones de organismos, tanto animales como vegetales de diferentes dimensiones. Precisamente estos últimos, en superficie y con ayuda del sol, son responsables de la fotosíntesis (base de la vida).
No me canso de insistir sobre el papel fundamental de los océanos en el engranaje del planeta. No hay que olvidar que son responsables de casi el 60% del oxígeno que se emite a la atmósfera, mucho más que selvas y bosques tropicales (en contra de la creencia generalizada). Por otro lado, atrapan el dióxido de carbono de la atmósfera para incorporarlo a sus ciclos marinos. Este dióxido de carbono penetra y se disuelve en contacto con las aguas oceánicas, donde las corrientes submarinas lo transportan por todo el planeta. A través del fitoplancton (plancton vegetal), que realiza la fotosíntesis, el océano se convierte en un «depósito de carbono», absorbiendo CO2 atmosférico y convirtiéndolo -en parte- en carbonatos que se utilizan para la formación de caparazones (CO3Ca) de multitud de animales (por ejemplo conchas de moluscos), el resto eventualmente queda retenido en los sedimentos del fondo marino en procesos complejos que detallaremos en otros artículos. Cuando hablamos de “bomba biológica” queremos decir que los organismos marinos hacen que parte del gas que entra no salga, al menos en un plazo corto de tiempo. Y no olvidemos que en la atmósfera el CO2 -en exceso- incomoda. De ahí que de forma generalizada se diga que los océanos mitigan lo que se denomina “efecto invernadero”, ya que atrae a sus aguas parte del CO2 que se ha emitido en procesos industriales.
En el caso que nos ocupa, un paisaje submarino asolado por emisiones volcánicas continuas hace que desaparezca todo vestigio de vida, con mayor incidencia en la que se halla en el círculo afecto por el fenómeno. No hay signos de biodiversidad ni siquiera en las aguas libres, ya que el plancton (microorganismos que flotan en las aguas y cuyo valor ecológico es extremo, aunque no plenamente reconocido hasta el momento) se ve igualmente alterado por sustancias y materiales emitidos, la altísima temperatura alcanzada, así como por la turbidez que dificulta la penetración de rayos solares (de suma importancia si consideramos el papel de la luz en la fotosíntesis). Pero esta comunidad juega -al tiempo- un papel importante también en relación con la paulatina y progresiva colonización de un ecosistema deteriorado por un fenómeno de estas características. Porque, son las comunidades planctónicas, junto con las bacterias cuya función es básica en los ciclos bioquímicos, las que tienen una función más evidente a la hora de la colonización de los territorios arrasados. Recordemos que el plancton marino no solo integra vegetales y animales microscópicos holoplanctónicos (característicos de la masa de agua) que pasan todo su ciclo vital flotando; entre sus componentes se hallan, asimismo, multitud de huevos y larvas de organismos denominados meroplanctónicos, que solo flotan durante un corto periodo de su vida y que, al alcanzar la fase adulta y dado que pertenecen a otras comunidades, se vinculan fuertemente al sustrato, bien porque se anclan en el fondo (adheridos, enraizados, enterrados o semienterrados en arena, fango, roca, piedras), se desplazan junto al mismo o bien nadan libremente (túnidos por ejemplo). Aquí podríamos incluir desde los vegetales macroscópicos (algas y fanerógamas marinas) hasta una serie de animales, especialmente invertebrados –estrellas, esponjas, erizos, moluscos, crustáceos, corales…- y algunos vertebrados (peces ligados al fondo o excelentes nadadores caso de los antes mencionados atunes). Sabido es, a partir de las investigaciones que se han realizado sobre la comunidad planctónica, que son numerosos los grupos zoológicos cuya fase(s) larvaria(s) se desarrolla en el plancton. De hecho, se han descrito y referenciado las llamadas larvas “pluteus”, “ofiopluteus”, “auricularia”, “braquiolaria” o “bipinnaria” de equinodermos (estrellas, erizos, holoturias, ofiuras…); “nauplio”, “zoea”, “ metazoea” o “megalopa” de crustáceos (todo tipo de gambas, cangrejos…); “veliger” de moluscos, “trocóforas” de anélidos (gusanos); huevos y larvas de peces, esponjas, cnidarios…
Esto es de suma importancia, si tenemos en cuenta que, una vez cesa la erupción y no hay más emisión de materiales agresivos, es en la masa de agua (flotando en ella) donde se halla este germen –sopa de vida- que se decantará hacia los sustratos esquilmados. Es la masa de agua, por tanto, el garante más importante de esa nueva instalación de biodiversidad.
Hay que tener en cuenta que son varios los factores que posteriormente inciden en el éxito del asentamiento, de la colonización de un nuevo territorio por parte de una especie (varias especies), fundamentalmente podemos citar: temperatura, luz, salinidad, grado de turbidez, química del agua, corrientes (dirección y fuerza), oxígeno disuelto, naturaleza del sustrato, presencia de otros organismos (afines o competidores) o profundidad, entre otros. Una vez ubicados los individuos en dicho territorio, evidentemente será determinante para su perfecto desarrollo: competencias, enfermedades, parasitismo, estabilidad de condiciones ambientales requeridas, su capacidad de reproducirse, requerimientos de alimentación y el hecho de que nada distorsione su ciclo vital. La duración del proceso es variable, depende de muchos factores entre los que se encuentran de qué especie se trata, ya que cada una de ellas tiene unos tiempos marcados para sus ciclos biológicos siempre y cuando haya condiciones estables.
Si consideramos que una vez terminado el proceso eruptivo, las condiciones oceanográficas de la zona se normalizan (salinidad, temperatura, transparencia…), las masas de agua estables (con plétora de huevos, multitud de larvas y juveniles) permitirán el acercamiento de todo un conglomerado bullicioso de vida inmerso en ellas, que se anclará y germinará de nuevo en forma de comunidades vegetales y animales, microscópicas y macroscópicas en un fondo que soportará la fauna que se adapte a sus características geológicas (recordemos que no se desarrollan los mismos organismos en arena, fango, piedras o roca…).
Y aunque hay otras vías como la natación (los que llegan nadando activamente) o la marcha (los que se acerquen moviéndose o arrastrándose sobre el propio fondo), para acceder a los “nuevos territorios”, es flotando, especialmente flotando, como surge de nuevo… la VIDA.
Fátima Hernández, Conservadora de Biología Marina del Museo de Ciencias Naturales de Tenerife.
Imágen: Cangrejo ermitaño adulto.