Dicen que los antiguos sentían terror cuando observaban el extraño fenómeno, que era tal el pavor que provocaba su visión que algunos, aterrados ante los malos presagios que ello suponía, se arrojaban desde la proa de las embarcaciones a las profundidades, los abismos del océano. Los griegos lo atribuían a la furia de Neptuno, influencias de la luna, venenos que expulsaba el océano, tintura de algas rojas… Mare sporco, malattia del mare¡ gritaban enloquecidos en el Mediterráneo y es que -en ocasiones- marinos, pescadores, filibusteros o aventureros, navegantes en general, no encontraban explicación al suceso, ese en el que las aguas del mar se tornaban rojas, muy rojas… como teñidas de sangre. No se hallaba respuesta alguna ¿brujas? ¿duendes? ¿hadas? las mismas preguntas. ¿Qué ocurriría después? quizás… fracasos en batallas navales, naufragios bajo galernas infernales en medio de vientos huracanados; invasiones piratas, desgracias, epidemias, plagas, ataques o invasiones a pueblos costeros. Fue a finales del siglo XIX cuando los científicos dieron alguna explicación al asunto y lo atribuyeron a unos organismos cuya primera mención se remonta años atrás cuando O. F. Müller (1786) incluye entusiasmado descripciones de algunos de ellos. Años después, Cal. J. Cori apostaba lo siguiente “…se ha atribuido a las algas silíceas la formación de estas extrañas masas mucilaginosas, pero…”. Cori se refería a un desarrollo masivo de diatomeas (en un lejano invierno de 1904) muy cerca de las costas del golfo de Trieste. Según este autor, los verdaderos y únicos responsables eran unos organismos conocidos como dinoflagelados, microalgas que curiosamente portan dos flagelos, de ahí su nombre. Otro famoso biólogo -de nombre A. Steuer- apoyó esta hipótesis.
Recordemos que, desde antaño, se ha dado una denominación muy curiosa al fenómeno. Así en Perú le llaman aguaje, mar turbio en Venezuela, purga de mar en Galicia, eau rouges en Francia, l’acqua rossa en Italia, red waters en Inglaterra…
En realidad se trata de la multiplicación desorbitada –anómala- de microalgas, en especial las llamadas dinoflagelados, aunque también puede provocarlo las antes mentadas diatomeas, aunque en menor proporción. Cuando la densidad de una o varias especies alcanza cientos de millones de células por litro de agua de mar, la tonalidad del agua puede cambiar. Entonces, es frecuente que se torne rojiza o pardusca, de ahí el nombre que se ha dado al fenómeno, pero hay que tener en cuenta que no siempre se colorea el agua. Sí, porque algunas de estas acumulaciones algales, aunque no alcanzan densidades tan altas para dar color, en cambio pueden ser muy dañinas en función de la toxina. Por eso, se les debe denominar floraciones algales nocivas, expresión más adecuada (HAB, Harmful Algal Blooms).
Difícilmente predecibles, constituyen un fenómeno de duración corta y aparición irregular. Las principales especies que las producen pertenecen a los géneros Gonyaulax y Gymnodinium entre otros dinoflagelados, aunque numerosas especies (incluso de diatomeas) pueden ser tóxicas en potencia. Precisamente, para que este fenómeno se produzca deben interactuar los siguientes factores: presencia de organismos fitoplanctónicos por un lado y por otro un incremento anormal de la cantidad de nutrientes, debido a contaminación orgánica del mar por aportes desde la atmósfera (exceso de calima), tierra (emisarios) o simples procesos de circulación del agua. También influyen –y mucho- las corrientes locales y los vientos. Los organismos actúan (responden) de dos formas, bien produciendo toxinas o un exceso de biomasa (aumento de ejemplares aun sin toxina) lo que origina falta de oxígeno (hipoxia) y por tanto destrucción indiscriminada de la vida marina. Algunos organismos producen los dos efectos simultáneamente. A consecuencia de esto se producen mortandades masivas en la fauna local, contaminación de marisco destinado a consumo, así como graves alteraciones en el ecosistema y en el propio hombre. De hecho, algunas mareas rojas han dado lugar a intoxicaciones en humanos, no sólo por ingerir marisco contaminado provocando síndromes de distintos tipos, sino por simple contacto directo con el agua (inhalación) causando irritaciones de las vías respiratorias altas.
Galicia es la comunidad española que se encuentra a la cabeza respecto a las investigaciones sobre mareas rojas, ya que cuenta con importantes cultivos marinos, principalmente de mejillones. Esto ha obligado a potenciar el sistema de detección y prevención de concentraciones de fitoplancton tóxico. El COI-IEO (Centro científico y de comunicación de algas nocivas) desarrolla estudios para un mejor conocimiento sobre estos florecimientos algales nocivos, especialmente en lo que respecta a su incidencia sobre cultivos marinos, tan abundantes en esa región. Es muy importante conocer los condicionantes medioambientales que favorecen la abundancia de estas microalgas, proceder al seguimiento del fenómeno y evitar el consumo de marisco de la zona (de forma temporal) hasta que el problema desaparezca.
Hay que tener en cuenta que la mayoría de las mareas rojas no son tóxicas y no ofrecen peligro para la salud. De las alrededor de trescientas especies capaces de producir estas HAB, sólo una cuarta parte genera toxinas (Ojeda, 2006). Y aunque muchas de las especies, potenciales productoras de dichas toxinas, habitan las aguas de las islas Canarias, los casos de mareas rojas registrados –oficialmente- en el Archipiélago han sido escasos, puntuales e inocuos (Ojeda, op.cit). Sin embargo, en los últimos tiempos se han detectado varios casos graves de intoxicaciones por ingesta de pescado contaminado con ciguatoxinas, toxinas de microalgas de los géneros Gambierdiscus y Ostreopsis, que no se hallaban en nuestras aguas hasta hace relativamente poco tiempo, al menos no habían sido detectados. Las hipótesis sobre estas repentinas apariciones en aguas de Canarias son variadas, sobre todo relacionadas con el aumento de temperatura que implica una ampliación en la distribución de ciertas especies, relegadas – hasta ahora- a las zonas del Índico, Caribe, Pacífico… Aunque los casos graves en las Islas han sido muy pocos (López-Arellano et al, 2005) localizados en Gran Canaria y Tenerife fundamentalmente, y debidos a consumo de pescado contaminado, para tranquilidad de todos hay que saber que existe un control exhaustivo sobre este asunto. Estos casos -insisto aislados- han estado relacionados con peces de gran talla (medregales, abades, meros… portadores ocasionales de la toxina a través de su dieta) que, al ser ingeridos, han actuado como potentes vectores de transmisión de la misma hacia el hombre, que enferma de ciguatera.
Fátima Hernández Martín
Dra. en Biología Marina, conservadora del Museo de la Naturaleza y El Hombre