Dice Robert Layton que «nuestra imagen del presente, nuestra conciencia de nosotros mismos y de otros pueblos está fundada en nuestro conocimiento del pasado». La certeza pretérita laytoniana depende, a nuestro entender, de la sutilidad intrahistórica con la que habitualmente nos lanzamos en busca del pasado, pertrechados de paradigmas, metodologías, fuentes documentales, especialidades, técnicas, controversias y recursos, desplegados para emprender esa especie de viaje en el tiempo que supone abordar una mirada desapasionada de la historia, aunque en cierto grado no deje de estar supeditada al «hoy», a sus intereses sibilinos y, a veces, sorprendentes. En esta propuesta abordamos un debate que interesa a tres disciplinas profundamente implicadas en la precisión del pasado, como son Etnohistoria, Arqueología y Antropología. Su alcance y problemática para desentrañar la recíproca construcción que detecta las sinergias y discordancias de sus enfoques interdisciplinares, pero también la evidencia certera en pos de la resolución de cualquier ingrediente histórico dado.
En el caso de Canarias, uno de esos problemas interesa particularmente a los ajustes y desajustes históricos promovidos a partir de una edificación identitaria que arranca del Romanticismo y bebe de las fuentes documentales surgidas a partir del siglo XIV, merced a los periplos marítimos y a los relatos bajomedievales que dieron pie a una literatura primigenia de viajes en esta parte del océano. Luego se fueron añadiendo otros tantos ingredientes rescatados del olvido y las entrañas de la tierra hasta conformar esa peculiar manera de hacer historia que pulula y menudea haciéndose acompañar de la sociología.
De otra parte, la pretensión del estatismo y el anquilosamiento que habrían precedido el sometimiento efectivo de las sociedades indígenas queda cuestionada por un detallado correlato de informaciones que demuestran su capacidad independiente para la creación, la evolución, la adaptación y el cambio, así como la presencia previa de grupos foráneos del Trecento europeo que contradicen el patrocinio y el monopolio transculturador que tradicionalmente se ha adjudicado a los momentos posteriores a la conquista desplegada en el Quattrocento.
Antepasados, espíritus y dioses de «más allá»
La llegada de las «gentes del mar» que las tradiciones orales autóctonas transmitieron a viajeros, cronistas e historiadores de los siglos XIV, XV y XVI, fue recubierta con un prisma premonitorio, mítico o legendario por los habitantes prehispánicos, pero interpretado desde el etnocentrismo y la propia concepción de los europeos.
Como ocurrió en otros lugares del Nuevo Mundo, las poblaciones nativas de Canarias acogieron las arribadas expedicionarias de forma diversa, en relación a prácticas adivinatorias, mitos de revitalización, mitos de origen, culto u observación astral, ideología religiosa y rituales de paso, a través de los cuales se deja entrever el deseo de sobreponerse al estrés de la subsistencia pretendiendo la supervivencia de los grupos humanos y sus sistemas socioculturales.
Si en algunas islas los viajeros fueron vistos como dioses que se trasladaban en casas y pájaros que «volaban» por el mar o representaban a los espíritus y antepasados indígenas, en otras eran navegantes extranjeros con claras intenciones de dominio sobre los que practicar una atenta vigilancia por el peligro que suponían para la supervivencia autóctona. Ambos comportamientos explican, en conjunción con factores endógenos, las actitudes de amistad o resistencia que encontraron los europeos al saltar a tierra.
En este sentido, Fr. Alonso de Espinosa señala un comportamiento cultural mostrado por los nativos en un momento próximo a la conquista de Tenerife:
Entre otras condiciones y leyes que tenían puestas, y ellos prometidas, era una que le avisasen de las cosas memorables que en sus reinos aconteciesen. Y la razón de mandar aquesto era recelarse de gente extranjera. Porque había en este tiempo entre los gentiles un profeta o adivino, que también decían ser zahorí, al cual llamaban Guañameñe, que profetizaba las cosas venideras, y éste les había dicho que habían de venir dentro de unos pájaros grandes (que eran los navíos) unas gentes blancas por el mar, y habían de enseñorear la isla.
En El Hierro, Fr. J. Abreu Galindo recogió una tradición oral de sus habitantes sobre las premoniciones del adivino Yone:
Como los naturales vieron venir los navíos blanqueando con las velas, acordáronse del pronóstico que tenían de un adivino, que había muchos años era muerto, que les había dicho que su Dios había de venir por el mar, en unas casas blancas; que lo recibiesen, que les había de hacer bien. Dicen que, muchos años antes que esta isla se convirtiese, hubo en ella un adivino que se decía Yone; y, al tiempo de su muerte, llamó a todos los naturales y les dijo cómo el se moría, y les avisaba que, después de él muerto y su carne consumida y hechos cenizas sus huesos, había de venir por el mar Eraoranzan, que era el que ellos habían de adorar; que había de venir en una casa blanca; que no peleasen ni huyesen, porque Dios los venía a ver. Y, como daban crédito a sus palabras, quedó esto entre los naturales muy en memoria, con gran deseo siempre de verificar este caso; y, porque los huesos de Yone no se trocasen y se conociesen cuáles eran los huesos de Yone, los tenían aparte en una cueva, con mucho recato.
Pues, como los naturales vinieron al puerto y vieron venir los navíos blanqueando con las velas, teniendo en memoria el pronóstico que Yone les había hecho, creyendo que en aquellas casas blancas venía su Dios Eraoranzan, acudieron a ver la cueva adonde habían puesto a Yone, y lo hallaron todo hecho polvo y ceniza. Visto el pronóstico de Yone cumplido, volvieron a la costa de la mar, con mucho contento, a recibir tanto bien como les había de traer Eraoranzan, su Dios.
Para Fuerteventura, el mismo Abreu Galindo transmitió cierta tradición oral indígena sobre predicciones semejantes:
Cuentan antiguos naturales de esta isla de Fuerteventura, que haberse ganado tan fácilmente esta isla fué por las amonestaciones de estas dos mujeres, Tamonante y Tibiabin, a las cuales tenían por cosa venida del cielo, y que decían lo que les había de suceder, y aconsejaban y persuadían tuviesen paz y quietud. Decían que por la mar había de venir cierta manera de gente: que la recogiesen, que aquéllos les habían de decir lo que habían de hacer.
Y Gomes Scudero apunta otra tradición oral recogida en las islas más orientales del Archipiélago:
Tenían los de Lançarote y Fuerte Ventura unos lugares o cuebas a modo de templos, onde hacían sacrificios o agüeros según Juan de Leberriel, onde haciendo humo de ciertas cosas de comer, que eran los diesmos, quemándolos tomaban agüero en lo que hauían de emprender mirando a el jumo, i dicen que llamaban a los Majos que eran los spíritus de sus antepasados que andaban por los mares i uenían allí a darles auiso quando los llamaban, i éstos i todos los isleños llamaban encantados, i dicen que los veían en forma de nuuecitas a las orillas del mar, los días maiores de el año, quando hacían grandes fiestas, aunque fuesen entre enemigos, veíanlos a la madrugada el día de el maior apartamento de el sol en el signo de Cáncer.
Recuerdos orales y mensajes en las rocas
Además de la oralidad y los relatos etnohistóricos, en algunas estaciones rupestres de Canarias pueden contemplarse grabados de embarcaciones europeas realizadas con técnica y estilo indígena, síntoma del impacto ocasionado por la arribada de los navegantes. El trasiego de barcos por nuestras aguas y los sucesos que tuvieron lugar conformaron, desde la visión de los nativos, las tradiciones orales sobre las «gentes del mar» formando parte indisociable de sus últimos siglos de existencia, cuando el proceso de conquista resultó inminente. El mundo prehispánico detectó a sus futuros conquistadores en el horizonte marino antes de que pisaran sus playas, realizando con posterioridad premoniciones «adivinatorias» que anunciaban lo evidente: el ocaso sociocultural autóctono con la llegada de «unos pájaros negros con alas blancas» por el mar.
La expresión tangible de este fenómeno la encontramos tallada en las rocas mediante un lenguaje ideográfico, a tenor de sucesos que tenían el mar como trasfondo común, cuyos elementos consustanciales fueron razzias esclavistas, proselitismo religioso, intercambios, conflictos en el momento de la pre?conquista, guerra, ocupación y actos de piratería, que dieron lugar a movimientos de revitalización en diferentes momentos.
Desde esta nueva perspectiva, las expresiones rupestres deben entenderse en una secuencia temporal extensa, pues es muy plausible que en el caso de los cruciformes estemos ante la esquematización de los palos mayores y menores de embarcaciones con las velas plegadas o desplegadas, mientras en otros ejemplos se trata de la representación minuciosa del símbolo cristiano. Si bien la autoría indígena directa de alguna de las inscripciones naviformes puede ser propuesta para el debate, el argumento historicista que la descarta no parece adecuado teniendo en cuenta que los nativos mantuvieron relaciones de diverso tipo con los europeos mucho tiempo antes de lo que eventualmente se ha dicho.
Conclusión
El presunto estatismo sociohistórico que habría precedido la conquista de las sociedades indígenas de Canarias puede descartarse debido al amplio cúmulo de informaciones que demuestran su dinámica y capacidad para la adaptación y el cambio. La temprana presencia de grupos foráneos contradice el monopolio transculturador que tradicionalmente se ha adjudicado a los momentos ulteriores a dicha campaña. Una simbiosis de ambos mundos reactualizó las tradiciones orales que conectaban el «más allá», los espítitus de los antepasados y el crepúsculo de sus dioses.
Dr. José Juan Jiménez González
Conservador del Museo Arqueológico de Tenerife