Me resulta complejo escribir sobre este tema y lo curioso es que me apasiona. Sí, quiero recuperar algunos casos de mujeres que han destacado en la vida científica. Porque todos conocemos aquellas que han sobresalido como guerrilleras, espías, exploradoras o aventureras sobre todo en época victoriana, han estado envueltas en entornos dramáticos, románticos paisajes o heroicos ensayos, pero en el caso de las científicas el asunto no ha estado tan difundido.
Casi de soslayo, gracias a la cinta Ágora de Amenábar, nos hemos reencontrado con Hipatia (siglo IV) y se comenta la adaptación de textos o el rigor histórico. Hipatia, matemática y astrónoma, provocó tal cúmulo de envidias por su visión de las ciencias, que fue asesinada dramáticamente cuando solo contaba 45 años. Ultrajada por sus conocimientos, en un mundo arcaico que a algunos se nos antoja erróneamente brutal, es una de las pocas figuras que se han sacado de esa penumbra intensa donde se hallan recluidas algunas de las mujeres científicas más brillantes de todas las épocas. Una de las más antiguas es la babilónica Tapputi-Balatekallim, que dicen fabricaba pócimas y perfumes 1.200 años antes de C., dirigiendo el laboratorio de cosméticos y ungüentos del Palacio Real de Babilonia. La mujer de Pitágoras, Teano, era matemática y médica; Aspasia, esposa de Pericles, profesora de retórica.
En la Edad Media, las boticarias y galenas tuvieron un papel algo más extraño. No hay que olvidar que monasterios y abadías se hallaban aislados por caminos agrestes y polvorientos, en una época que no tengo claro que fuera oscura, y se convirtieron en refugios del saber, donde a la luz de velones se experimentaba con materiales naturales (hierbas medicinales, aceites, miel, leche…). Cabe señalar el caso de Hildegarda de Bingen, la llamada monja alemana, respetada y consultada, que escribió extensos tratados sobre historia natural (así se llamaba por entonces a la ciencia), considerados una auténtica maestría.
Viajando en el tiempo, Madame Émilie de Chatêlet es una mujer interesante que se debe señalar en la etapa del siglo XVIII, de hecho es una de mis figuras favoritas. Destacaba notoriamente en física y matemáticas y, además de escribir obras científicas, en sus Salones se discutía sobre literatura, teatro, música o filosofía. Durante unos años fue amante de Voltaire, y en ese tiempo era tales sus conocimientos y sus ganas de experimentar, que el propio pensador comentan que le decía por lo bajo…”Señora, habéis tomado un vuelo que no puedo seguir…” Apasionada de Newton, llegó a traducir y hacer fluir los conocimientos (Principia) de este pensador desde Inglaterra hacia el resto de Europa y escribió -incluso con intensos dolores de parto- algunos de sus artículos. Menos conocida -aún- es la matemática María Andrea Casamayor, que nació en Zaragoza a principios del XVIII y es autora de una obra titulada Tirocinio Aritmético que no tuvo más remedio que firmar con un nombre masculino. Etheldred Anna Maria Bennett, nacida en 1776 en Wiltshire, fue considerada «una de las geólogas más distinguidas» de Gran Bretaña, pero se le impidió ser miembro de la Sociedad Geológica de Londres debido a su condición de fémina.
Ya en el XIX, Florencia Bascom nacida en 1862 (Massachusetts) fue una de las primeras geólogas en Estados Unidos, pero además sus colegas afirmaban que era una de las más brillantes. Sin embargo, mientras estudiaba en la Universidad Johns Hopkins, la obligaron a sentarse detrás de una gran pantalla en la esquina del aula, para no perturbar a los estudiantes varones, y su admisión -en el programa de doctorado- tuvo que hacerse en secreto.
La autodidacta Sofya Kovalevskaya (siglo XIX), superdotada para las matemáticas, leía a escondidas libros sobre esta materia y hasta optó por casarse por conveniencia –que no por amor- para salir de su país y estudiar en la Universidad. Fue la primera mujer doctora en matemáticas del mundo. Nació en Moscú en el seno de una familia tradicional y acomodada, entre sus amigos se incluía el propio Dostoievsky. Ella y su hermana querían estudiar en Alemania, algo impensable en aquella sociedad y época. Para ello, contactaron con un joven paleontólogo Vladimir Kovalevsky y le propusieron que se casara ficticiamente con una de ellas. Vladimir eligió –en un acto de imparcialidad- a la más guapa (Sofya), pudiendo las hermanas formarse finalmente. En 1874 la Universidad de Göttinger concedió a Sofya el título de Doctor in absentia, es decir, en la distancia, (el claustro dada su condición de mujer no estaba dispuesto a hacerlo de otra manera). Tampoco nadie quería contratarla como docente. En 1888 la Academia de las Ciencias de París le concede un importante premio y en 1889, finalmente, es nombrada profesora de la Universidad de Suecia. Muere de una gripe pero dejando una estela importante de obras matemáticas y también literarias (le encantaba escribir).
Más conocida es Marie Curie, primera mujer en obtener un Premio Nobel, junto con su marido Pierre Curie. No queremos obviar la figura de Lise Meitner, descubridora de la fisión nuclear, aunque fue su colega y amigo Otto Hahn el que recibiera el Nobel, ocultando la valiosa contribución de Lise. Rosalind Franklin, obtuvo la imagen clave de la estructura del ADN, usando la técnica de difracción por rayos X, que luego permitió a Watson y Crick proponer la doble estructura, quedando Rosalind sin obtener ningún tipo de reconocimiento. Rosalind había fallecido cuatro años antes de un cáncer. Nosotros, al igual que hace Mª José Casado Ruiz de Lóizaga en su magnífico libro Las damas del laboratorio (Debate, 2006), hacemos la pregunta ¿habría recibido el premio de haber estado aún viva?…
Mucho más nombradas, quizás por su cercanía en el tiempo, además de Marie Curie, son Rosalind Franklin (biofísica, ADN), Jocelyn Bell Burnell (astrofísica), Ada Lovelace (informática), Dorothy Crowfoot Hodgkin (Rayos X), Rachel Carson (ecología) o Jane Goodall (primatóloga), mujeres que han estado o están deslumbrando por sus conocimientos. Podríamos seguir, indagar más en bibliotecas, registros, en viejos y polvorientos archivos y nos sorprenderíamos, pero debemos terminar. Y para hacerlo, diré que esto es sólo una muestra humilde y sesgada, aunque representativa, que no engloba a la totalidad, a los millones de mujeres que en contra de normas, leyes y protocolos, en un mundo que puso mil trabas a sus ansias de saber y transmitir ciencia, decidieron que aun llevando faldas, tenían tablas; y que no querían luchas de género. En algunos casos esto no ha sido asumido completamente. En la mayoría –afortunadamente– sí. Gracias a estos últimos, saludos muy atentos para todos.
Fátima Hernández Martín, Dra. en Biología Marina y Conservadora del Museo de la Naturaleza y El Hombre.