Ma adorano, alcuni il sole, altri la luna e altri pianeti; a anno nuove fantasie di idolatria, aseveraba el explorador veneciano Alvise da Ca’ da Mosto a mediados del siglo XV en la relación de su navigazioni atlantiche, compendiando el ambiente etnoastronómico nativo del Archipiélago Canario con los fundamentos de su época.
En la actualidad, las perspectivas interdisciplinares que abarcan la astronomía en la cultura de las sociedades del pasado aglutinan dinámicamente métodos, fuentes, técnicas de campo y de gabinete, para afrontar investigaciones que contribuyen a la explicación e interpretación de hallazgos, emplazamientos y descubrimientos arqueológicos.
Desde esta concepción metodológica las referencias etnoastronómicas poseen una gran relevancia en el dictamen positivo de convergencias y/o divergencias de la conducta humana, así como en el desarrollo de estudios cross-comparativos entre ámbitos archipielágicos y continentales, aportando una sintaxis gráfica e iconográfica de los astros, los dioses, los antepasados y el tiempo.
Evocaciones del cosmos
En Canarias las textos etnoastronómicos ofrecen fuentes documentales surgidas desde el siglo XIV, caracterizadas por una red de informaciones que demuestran la dinámica y la capacidad de las sociedades indígenas para la evolución, la adaptación, el cambio, la supervivencia y la transculturación, lo que es –además– claramente perceptible desde una visión que imbrique la astronomía en la cultura antes y después de producirse el contacto con los navegantes europeos. De ahí que parezca ahora más evidente que las sociedades canarias nativas desplegaron su cosmogonía en diferentes pautas y actividades socioculturales que plasmaron su rastro y su recuerdo en la arqueología del Archipiélago, como la observación astral, el cómputo del tiempo, los mitos y deidades celestes, los cultos religiosos y la ideografía de los rituales premonitorios.
Los escritos etnoastronómicos de Canarias comportan datos puntuales procedentes de un amplio corpus de relaciones, noticias, crónicas, historias, memorias y relatos, que han sido valorados para contrastar aspectos derivados de la información arqueológica e histórica, contribuyendo a su análisis, explicación e interpretación sociocultural. Como sucedió en otras partes del mundo, dichos textos fueron elaborados por gentes con concepciones mentales y conductuales medievales y renacentistas. Por lo cual, la visión etnocéntrica subyacente en algunos de sus comentarios, que atienden a sus propios esquemas, ideas y creencias, debe ser adecuadamente reinterpretada.
Los cultos astrales
En el año 1341 una flota patrocinada por la Corona de Portugal al mando del florentino Angiolino del Tegghia dei Corbizzi realizó un periplo por aguas del Archipiélago Canario. La relación de este viaje la debemos al piloto genovés Niccoloso da Recco, quien dio a conocer la existencia de unas islas –posteriormente llamadas de La Fortuna– al mundo europeo bajomedieval. Consecuencia de su divulgación fueron diversas expediciones mallorquinas a fin de asentar relaciones comerciales, proselitismo religioso y, en ocasiones, una auténtica razzia esclavista.
A partir de 1342 abundan los testimonios que narran la preparación y partida de viajes mallorquines, catalanes y aragoneses, recogidos por Rumeu de Armas en trabajos bien documentados. En el caso que nos ocupa merecen destacarse algunas referencias a los cultos astrales entre las poblaciones nativas canarias en contraposición al deseo de fomentar su conversión al cristianismo.
La bula Dum diligenter de 15 de Mayo de 1351 del Papa Clemente VI hace una breve referencia a las islas Canarias con el propósito de instruir a sus moradores «idólatras y paganos» en las verdades de la fe católica. Hemos de anotar que desde tempranas fechas vivían en Mallorca algunos esclavos canarios redimidos y convocados a participar en una nueva expedición misionera hacia sus coterráneos en torno a 1352. De ellos, una vez aprendieron la lengua catalana, pudo recabarse buena parte de los datos que se ofrecen en los textos etnohistóricos del siglo XIV.
Tras nuevas expediciones marítimas desde el ámbito mediterráneo, es imprescindible resaltar la posterior bula Ad hoc semper de 31 de agosto de 1369 dictada en Viterbo, cerca de Roma, por el sumo pontífice Urbano V. En ella se deja constancia de que los habitantes de Canarias –gentes de uno y otro sexo– «practicaban la adoración del sol y de la luna».
Una nueva referencia sobre los cultos astrales aparece en el último cuarto del siglo XIV en los Prolegómenos del historiador Ibn Jaldún. Según este autor, hacia 1377 tuvo noticia de ciertos cautivos canarios que habían sido vendidos como esclavos en Marruecos por algunos navegantes mallorquines, a quienes denomina «Francos» siguiendo la costumbre de los escritores árabes cuando se referían a los súbditos del rey de Aragón. Estando al servicio del Sultán y tras asimilar el árabe, dieron a conocer que en su tierra natal los habitantes «adoraban al sol naciente, sin conocer otro culto». Estas noticias se remontan al 750 de la Egira, o sea al año1349/1350.
Como ya anotamos al comienzo, a mediados del siglo XV el veneciano Alvise da Ca’ da Mosto señalaba que los nativos de las islas aún no ocupadas por europeos «non anno fede; ma adorano, alcuni il sole, altri la luna e altri pianeti; a anno nuove fantasie di idolatria». Concretando el navegante Diogo Gomes de Cintra entre los años 1460 y 1463 que los indígenas de Tenerife y La Palma «solem adorant pro Deo». De la misma manera, el Roteiro o Liuro de Rotear presente en el Manuscrito de Valentim Fernándes muestra hacia 1505 que los isleños «nom tem ffe alguma, nem conheçem a Deos. Huums adoram o Sol, outros a Lua, outros outras Estrellas. E tem IX maneyras de Ydolatrias».
En el último cuarto del siglo XV los textos detallan retazos de referencias astrales de Gran Canaria, La Palma y Tenerife, de forma particularizada con las creencias religiosas o poniendo de manifiesto otras actividades socioculturales, como el cómputo del tiempo. Es posible que el desconocimiento de los redactores pese más que su interés por discernir la cosmogonía autóctona, quedando los comentarios recubiertos en un dudoso monoteísmo de connotaciones etnocéntricas.
Calendarios e islas
A. Cedeño advierte que los antiguos canarios «contaban el año por doce meses, i el mes por lunas, i el día por soles, i la semana por siete soles. Llamaban al año Achano. Acababan su año a el fin del quarto mes; esto es, su año comensaba por el Equinocio de la primavera, i al quarto mes que era quando habían acauado la sementera, que era por fines de junio, hacían grandes fiestas por nuebe días contínuos, aunque fuessen entre enemigos i tubiesen guerras. Por entonces no peleaban, festejándose unos con otros».
A tenor de estos comentarios parece evidente que el almanaque indígena no seguía el cómputo europeo gregoriano y que los meses se contabilizaban por las fases lunares. Este calendario se iniciaba con el equinoccio de primavera. A fines de junio, que el cronista designa como «el quarto mes» lunar, recogían las cosechas y, con las fiestas de nueve días, comenzaban el estío. En este contexto establecemos la relación del calendario astral nativo con las prácticas productoras de alimentos: el ciclo vegetativo del pasto para el ganado y los factores que permitían el crecimiento y sazón de las cosechas, bases alimentarias de las sociedades prehispánicas canarias.
A finales del siglo XVI Leonardo Torriani relata un pasaje acontecido casi más de un siglo antes en Gran Canaria, poniendo en boca del Rey de la isla un cómputo del tiempo basado en «520 esplendores de la luna» con motivo de la supuesta cautividad del obispo Diego López de Illescas por parte de los indígenas.
Hacia 1602 Abreu Galindo planteaba que los canarios «no tenían distinción en los días del año, ni meses, más que por las lunas». La fecha de su relación y el poco interés que los descendientes de los antiguos moradores pusieron a sus preguntas o el desconocimiento de las respuestas, parecen explicar lo austero de su mensaje. Aunque, en sí mismo, destaque la aportación de Torriani.
En términos similares se expresa Alonso de Espinosa respecto a los nativos de Tenerife, que igualmente computarizaban las lunaciones. Para ellos, Torriani manifiesta que «contaban el tiempo de la luna con nombres diferentes y el mes de Agosto se llamaba Begnesmet» y Abreu Galindo que «en dicho mes recogían su sementera, llamado beñesmer». El ciclo agrícola en Tenerife estaba basado en el trigo y era más largo que el desarrollado en Gran Canaria con la cebada, necesitada de otros pisos de ubicación y diferente calidad de tierras. De hecho, los nichos ecológicos y las bases de subsistencia en ambas islas presentaban amplias diferencias a tenor de factores adaptativos divergentes.
En el siglo XVII Marín de Cubas reitera en cierto sentido la exposición de A. Cedeño, pero adjudicándola a Gran Canaria en vez de a Tenerife con los siguientes términos: «Contaban su año llamado Acano por las lunaciones de veinte y nuebe soles desde el día que aparecía nueva empesaban por el estío, quando el sol entra en Cancro a veinte y uno de junio en adelante la primera conjunción, y por nueve días contínuos hazían grandes vailes y convites, y casamientos haviendo cojido sus sementeras». Marín plantea un calendario de ciclo cerrado y dinámico que se iniciaba con la recolección, el comienzo del verano y en conexión con las fases lunares. Este cómputo denota un ciclo completo acorde con la sucesión de las actividades productivas.
El cómputo de lunaciones
El calendario lunar señalado con insistencia en los textos etnoastronómicos canarios precisa algunas puntualizaciones. Habremos de tener en cuenta que la luna emplea, por término medio, 27 días y un tercio para cumplir su ciclo, variando su aspecto de forma notable. Durante la luna nueva (apuntada por Marín de Cubas) el disco es invisible o se muestra muy pálido. A continuación aparece un arco delgado y brillante que crece, una semana después, hasta convertirse en un semicírculo. Tras unas dos semanas el disco se ve completamente, invirtiéndose el ciclo y decreciendo hasta volver a la luna nueva. Esta secuencia dura casi un mes y, aunque es regular, existe un desfase entre una y otra. Esto es, la luna nueva reaparece cada 29’5 días con un periodo superior en dos días al tiempo que tarda la luna en su recorrido a través del zodiaco. Con ello, el calendario lunar inicia su cómputo el primer día de luna creciente organizándose en periodos visibles de cuatro fases. No obstante, para corregir el desfase de dos días en la reaparición de la luna nueva se debería ajustar el calendario a las variaciones anuales que dependen del sol, disponiéndose de un método sistemático que permitiese insertar un eventual treceavo mes en el año básico ordinario compuesto por 12 meses lunares con 354 días. En el presente caso, a estos días habríamos de añadir los 9 días festivos que regularían, a su vez, el inicio de la posterior luna nueva comenzando el cómputo anual con la primera conjunción posterior al 21 de junio.
Este cómputo lunar parece estar marcando una serie de peculiaridades culturales. O si se prefiere, ¿por qué la luna ordenaba la marcha cronológica de los indígenas de Canarias, como sucedía en otras partes del mundo? Existen factores a favor de su utilidad como marcador temporal pues las sucesivas fases posibilitaban observar variaciones visibles para contabilizar el transcurso del tiempo. De esta forma, la compartimentación cronológica podía establecerse partiendo del registro de lunaciones. Según Marín de Cubas desde la luna nueva; según Torriani, con la luna llena. Atendiendo a contabilizar un número de fases lunares podrían considerarse, salvo distorsiones climáticas, las épocas más rentables para regular el ciclo productivo. En suma, discernir los periodos abundantes y/o escasos en lluvias, con vistas a iniciar los cultivos y establecer la predictibilidad de los pastos.
¿Cómo concretaban ese cómputo? Es posible que se registrase mediante el recuento de «raias en tablas, pared o piedras; [que] llamaban tara, y tarja aquella memoria de lo que significaban» como cita Marín de Cubas o empleando «pintura tosca» si hemos de creer a A. Cedeño, por parte de personajes de la élite como sacerdotes, adivinos y gobernantes que monopolizaban una información vital para la colectividad, afectando al control ideológico y religioso de la sociedad.
Por último, el ciclo lunar coincide con la menstruación de las mujeres, rodeada de diversas consideraciones mágicas y rituales en muchas sociedades. A este respecto, tenemos constancia documental del papel determinante de las mujeres indígenas a niveles productivos, reproductivos, sociales y religiosos, mediante ritos de fertilidad vinculados a grutas, piedras y fuentes asociadas a santuarios de montaña que tienen un claro refrendo en las fuentes etnoastronómicas y la arqueología.
Cosa venida del cielo
Gomes Scudero escribió que «Tenían los de Lançarote y Fuerte Ventura unos lugares o cuebas a modo de templos, onde hacían sacrificios o agüeros según Juan de Leberriel, onde haciendo humo de ciertas cosas de comer, que eran los diesmos, quemándolos tomaban agüero en lo que hauían de emprender mirando a el jumo, i dicen que llamaban a los Majos que eran los spíritus de sus antepasados que andaban por los mares i uenían allí a darles auiso quando los llamaban, i éstos i todos los isleños llamaban encantados, i dicen que los veían en forma de nuuecitas a las orillas del mar, los días maiores de el año, quando hacían grandes fiestas, aunque fuesen entre enemigos, veíanlos a la madrugada el día de el maior apartamento de el sol en el signo de Cáncer, que a nosotros corresponde el día de San Juan Bautista». Esto es, con el inicio del estío.
Para Fuerteventura, Abreu Galindo transmite una ancestral tradición oral indígena en la que –bajo nuestro punto de vista– cobran apariencia humana dos cuerpos astrales del firmamento, antropomorfizados como madre e hija para servir de medianeras o intermediarias en el encuentro de los dos mundos: Venus –el lucero del alba– y Sirio, cuyo orto heliaco coincidía con el inicio de la canícula: «Cuentan antiguos naturales de esta isla de Fuerteventura, que haberse ganado tan fácilmente esta isla fue por las amonestaciones de estas dos mujeres, Tamonante y Tibiabin, a las cuales tenían por cosa venida del cielo, y que decían lo que les había de suceder, y aconsejaban y persuadían tuviesen paz y quietud. Decían que por la mar había de venir cierta manera de gente: que la recogiesen, que aquéllos les habían de decir lo que habían de hacer».
Existe en la mitología indígena una vinculación entre los elementos astrales y los mitos de regeneración en que los oráculos y agüeros conectados con los antepasados tendían a suplir simbólicamente su incapacidad para predecir los recursos disponibles, factor destacado en un ecosistema subdesértico como el que caracterizaba a las dos islas más orientales del Archipiélago.
En autores como A. Bernáldez logramos inferir ciertos mitos de origen presentes en las creencias de los antiguos canarios que pueden estar conectados al culto u observación solar. Pues, preguntando a los más ancianos de Gran Canaria si tenían noticia de su verdadera procedencia, respondieron: «Nuestros antepasados nos dixeron, que Dios nos puso e dexó aquí e olvidónos; e dixéronnos, que por la vía de tal parte se nos abriría e mostraría un ojo o luz por donde viésemos». No es éste el único caso mítico de origen en las islas Canarias dado que –con diversas variantes– aparecen en otras descripciones insulares. La luz o el ojo a que se refiere Bernáldez parece ser el sol, como conocemos a través de los restos de la lengua indígena que han sido estudiados.
Retorno al universo
Por todo lo expresado, resulta fascinante investigar, referenciar y sistematizar los datos etnoastronómicos, concretando su significado y su alcance en relación a los descubrimientos arqueológicos que hacen plausible un retorno al universo, la simbiosis de la astronomía en la cultura.
Dr. José Juan Jiménez González
Conservador del Museo Arqueológico de Tenerife