Los océanos encierran numerosos enigmas por descubrir, muchos más de los que quedan por desvelar en tierra. Las iniciativas que dan como resultado interesantes hallazgos en los fondos oceánicos no dejan de sorprendernos, en especial cuando leemos noticias acerca de curiosas formas de vida que nadan o flotan, están vinculadas a extrañas emanaciones de gases de azufre en el lecho marino, ocultas en laberínticas cuevas, inmersas en prolongadas cornisas, camufladas en huecos o insertas en angostos espacios.
Asimismo, nos mostramos perplejos cuando en alguna playa aparecen fragmentos o bien algún barco recoge restos que se corresponden con cefalópodos (calamares y afines) de gran longitud, criaturas que miden varios metros, pesan cientos de kilos y pertenecen a ese mundo submarino, confuso y oscuro de las grandes abismos, que rebasa la frontera de los mil metros de profundidad donde el hombre no puede llegar, y los sumergibles o todo tipo de aparatos de control remoto, aun utilizándose con éxito en ambiciosos y millonarios programas y proyectos, conllevan un peligro que hay que valorar con exquisito cuidado, sin contar evidentemente con los elevados presupuestos y los conocimientos científicos que estos desafíos llevan de forma inherente.
Conocer el océano, la vida marina, no es tarea fácil, nunca lo ha sido. Y si exceptuamos la franja costera, a la que el hombre accede con relativa facilidad mediante buceo autónomo o aparataje no demasiado complejo, hay que ser conscientes de que para descubrir los misterios de las aguas, descifrar sus incógnitas, catalogar sus organismos, indagar en sus hábitats, detectar sus modos de vida o comprender su funcionamiento, se necesitan costosos equipos materiales y un elenco de profesionales con conocimientos en distintas especialidades (botánica, zoología, oceanografía física y química, pesquerías, edafología…) que en ocasiones no se valora lo suficiente.
Al iniciar una investigación, debemos tener en cuenta que el océano no es igual que el medio terrestre, aun guardando numerosas analogías con el mismo. Fijémonos en los detalles importantes de estas diferencias entre ambos. En el primero, la vida es tridimensional, se desarrolla a lo largo, ancho y arriba o abajo en la columna de agua, lo que implica amplios desplazamientos entre superficie y miles de metros hacia el fondo. En el medio terrestre sólo se mantiene vida permanente a lo largo y ancho, porque en el espacio aéreo, la cosa es… muy distinta, ya que las alturas que alcanzan algunos organismos no son excesivas, comparadas –eso sí- con los abismos marinos. Además, no hay que olvidar que muchos insectos y aves aunque usan el aire como medio habitual durante largos periodos de tiempo –caso de las rutas que recorren las aves marinas- requieren contactar en determinados momentos con el sustrato, dicho de una manera más coloquial…necesitan posarse. Por el contrario, los que flotan en mares y océanos –plancton- pueden pasar toda su vida sin tocar el fondo.
Mencionemos otras diferencias significativas: la bioluminiscencia en primer lugar, es decir, la capacidad que tienen algunos seres vivos de producir luz biológica, provocando destellos luminosos, está muy desarrollada en animales marinos como peces o crustáceos por citar ejemplos ¿quién no ha observado en las noches de mar en calma luces de variadas tonalidades resaltando en la superficie del agua? En tierra, sin embargo, apenas se tienen datos de este fenómeno, sólo destacaríamos el caso de ciertas luciérnagas y hongos que emiten luminosidad, eso sí, bajo determinadas circunstancias. Otra cuestión a tener en cuenta es la alimentación por filtración –captar partículas en suspensión- muy extendida en el océano, sin embargo apenas es señalada en el medio terrestre, lo más parecido podría ser el caso de las arañas, que atrapan a sus presas en los hilos que segregan, pero no podemos tipificar este comportamiento como “una alimentación por filtración”, ya que no se adapta a las características de esta modalidad de ingesta. Por último un dato de interés: las ballenas, los más grandes animales existentes pertenecen al medio marino, al igual que los calamares gigantes –invertebrados de dimensiones colosales- que además son extremadamente difíciles de observar en su medio, al menos vivos.
Sabemos que la Tierra, nuestro hermoso, agredido e incomprendido planeta, es llamado “azul”, porque así nos lo muestran las imágenes que recibimos constantemente de los satélites. Y es de este color porque un alto porcentaje de su superficie está ocupada por agua, elemento que juega un papel vital en los complicados mecanismos, en los engranajes que lo rigen. Si insistimos en esa importancia, no podemos pasar por alto que el océano global “ese espacio de líquido lleno de vida, que absorbe dióxido de carbono y transmite calor desde zonas cálidas a las más frías” ocupa más del 70% de la superficie del Planeta; exhala entre un 50 y un 70% de oxígeno a la atmósfera (una proporción más elevada que la producida por bosques y selvas tropicales); condiciona el clima –caso de Canarias con notable influencia de la corriente marina que lleva su nombre-; absorbe gases con efecto invernadero y es fuente de alimentación para numerosos seres, entre ellos el hombre.
Por otro lado, en gran medida es ignoto, por lo que es capaz de sorprendernos y a buen seguro que lo hará en tiempos futuros. ¿Por qué? …porque el océano sigue siendo el gran desconocido, incluso ahora que se mira hacia él buscando con inusitado interés la manera de eliminar excesos de dióxido de carbono que, desde tiempos de la Revolución Industrial, lanzamos sin medida a la atmósfera y, según algunos equipos de trabajo, está provocando que se acentúe el llamado “calentamiento”.
Cierto, muy cierto, las zonas oceánicas constituyen otro mundo, sí, sí, el del agua y del fondo, de la roca y del fango, de arrecifes de coral, de inmensas praderas vegetales reservorios de energía que se mecen rítmicamente con el vaivén de las corrientes; de animales de amplísima variedad de tamaños que nadan, flotan o viven junto al fondo, que se muestran ostentosos y desafiantes o se camuflan temerosos y huidizos, predan vorazmente, compiten intensamente, filtran tranquilamente, respiran de manera diferente, se mueven de modo peculiar, pueden situarse en superficie y después –en breve tiempo- descender hacia los abismos donde las presiones son aterradoras, letales para los humanos, y se lucha ferozmente por el alimento. Pero sabemos tan poco de él y sus habitantes, ni siquiera conocemos el nombre de todos ellos –sólo del 2% según estimaciones, unas 250.00 especies, cifra infinitamente menor a los dos millones catalogadas para el medio terrestre– e incluso es probable que se tarde mucho en averiguarlo o de algunos nunca lo sepamos, porque desaparecerán antes de descubrirlos.
El océano es otro mundo, sí, sí, pero es un mundo que vivifica, exhibe, sorprende, oxigena, alimenta, distrae, refresca, recicla, condiciona, absorbe, traslada y muchas veces… lo ignoramos, sin percibir al menos un instante, la fresca maresía o el sonido de olas que arrullan de manera constante.
Dra. Fátima Hernández Martín
Conservadora del Museo de la Naturaleza y El Hombre