Este año se cumple una década (2001-2011) de la primera publicación en castellano del Traicté de la Navigation… editada por el Organismo Autónomo de Museos y Centros del Cabildo de Tenerife. Sin duda, este décimo Aniversario viene a sumarse al creciente interés que los temas marítimos despiertan en nuestros días, como lo demuestra el paulatino incremento del turismo de cruceros que arriban a nuestras instalaciones portuarias. Captar su atención es también una forma de celebrar la efeméride.
De viajes, exploradores y viajeros
La literatura de viajes y los ensayos de viajeros poseen gran raigambre desde el Mundo Antiguo y la Época Moderna. Basta enunciar los antecedentes representados por Homero, Hesíodo, Herodoto, Polibio, Juba II, Plinio El Viejo, Al-Idrisi, Marco Polo, el Libro de las Maravillas, las Relaciones Universales, los roteiros o libros de rotear, el Diario de Colón y tantos otros, para encontrar raíces profundas en el interés por escudriñar tierras insólitas, satisfacer la curiosidad humana y conocer nuevas gentes.
Los progresos cartográficos, el uso de la brújula, las mejoras técnicas de la navegación, la innovación y capacidad de las embarcaciones, así como el desafío de encontrar rutas alternativas a los convulsos mercados del Mediterráneo oriental, impulsaron las empresas patrocinadas por los argonautas europeos. El Océano Atlántico dejó de ser un mar tenebroso y tras varios siglos se franqueó para contribuir a lo que no tardó en conocerse como la «Era de los Descubrimientos». En este sentido, la Escuela de Enrique el Navegante en Portugal y el impulso del Reino de Castilla se situaron como las auténticas avanzadilla de los tiempos modernos. Este éxito, qué duda cabe, incentivó a otras Coronas europeas a seguir el ejemplo de esas expediciones pioneras, multiplicándose sus trasiegos por todo el orbe.
El Tratado de la Navegación
A comienzos del siglo XV los navegantes, exploradores, religiosos y conquistadores franceses, iniciaron su proselitismo evangelizador en Canarias. Tiempo después, les llegó también el momento de recapitular e historiar buena parte de los acontecimientos que legitimaban su gesta. En este contexto se inscribe la obra Tratado de la Navegación y de los viajes de descubrimiento y conquista modernos, y principalmente de los franceses. Con una exacta y particular descripción de todas las Islas Canarias, las pruebas del tiempo de la conquista de aquéllas, y la Genealogía de los Bethencourts y Braquemonts. Todo recogido de diversos Autores, observaciones, títulos y enseñanzas, cuya primera traducción al castellano debida a M.J. Vázquez de Parga fue publicada por el Organismo Autónomo de Museos y Centros del Cabildo de Tenerife en el año 2001.
Este texto era conocido desde hacía tiempo en sus dos versiones originales. La primera, editada en 1629 de forma individual bajo el título Traicté de la Navigation et des Voyages de Descouverte et Conqueste modernes, et principalement des François. Avec une exacte et particulière description de toutes les Isles Canaries, les preuves du temps de la conqueste d’icelles, et la Généalogie des Béthencours et Baquemons. Le tout recueilly de divers Autheurs, observations, titres et enseignements.
La segunda, impresa en 1630, tiene dos partes, dado que se publicó antecedida por la Crónica de la Conquista Normanda. El volumen lleva por título Histoire de la Première descouverte et Conqueste des Canaries. Faite des l’an 1402 par Messire Jean de Bethencourt, Chambellan du Roy Charles VI. Escrite du temps mesme par F. Pierre Bontier Religieux de S. François, et Jean le Verrier Preste, domestiques dudit sieur de Béthencourt. Et Mise en lumière par M. Galien de Bethencourt, Consellier du Roy en sa Cour de Parlement de Roüen. La otra parte del libro presenta un escueto título que reza: Traicté de la Navigation et des Voyages de descouverte et conqueste modernes.
La obra Tratado de la Navegación constituye un texto histórico perceptible en sus informaciones de las islas Canarias y, sobre todo, para el conocimiento de la historia de los descubrimientos ultramarinos. El amplio elenco de relaciones sobre viajes europeos a la mayor parte del globo, en consonancia con los medios y modos de la navegación oceánica, le confieren cierto interés.
Unido casi desde sus orígenes al relato de las proezas de la familia Bethencourt, el Tratado vio la luz en París por primera vez –como ya adelantamos– en 1629, de la mano de Pierre Bergeron. Él mismo también patrocinó, al año siguiente, su reedición cuando publicó una de las versiones de la Crónica de la Conquista Normanda incluyéndolo en la segunda parte de dicho volumen. Sin embargo, sólo conocíamos las traducciones en castellano que se han realizado de Le Canarien mientras el Tratado de la Navegación no había sido trasladado a la lengua española. Por tanto, dada la estrecha vinculación editorial de ambos textos y del propio primer editor de los mismos, parece pertinente recuperar la historicidad de la relación de la conquista con la finalidad de situar al lector ante la intrahistoria y los contenidos del ensayo que ahora nos ocupa.
Versiones, usos e intrahistoria de Le Canarien
Existen dos textos de Le Canarien. El primero en conocerse y publicarse es una obra de fines del siglo XV, concretamente de 1490, que posee un carácter de crónica de familia elaborada o encargada por un descendiente de Jean de Bethencourt a partir de la versión que Gadifer de La Salle realizó hacia 1419 teniendo como fuente, a su vez, la crónica que los capellanes Pierre Boutier y Jehan Le Verrier redactaron entre 1403 y 1404.
La primera versión es conocida por la sigla B, en consonancia con el apellido de su patrocinador; la segunda, lo es por la letra G en atención al apellido Gadifer.
El texto B fue editado por Pierre Bergeron el año 1630 acompañado de otra obra de este último correspondiente a 1629, que coincide en su título y en sus contenidos con el primigenio Tratado de la Navegación. Por su parte, la versión G fue dada a conocer en 1889 en París por G.F. Warner, siendo impresa en esa misma ciudad por Pierre Margry el año 1896.
De igual forma, se conocían copias manuscritas del texto en francés, posiblemente aprovechadas por Alvar García de Santamaría para redactar la Crónica de Juan II posteriormente empleada por Lorenzo Galíndez de Carvajal en su refundición de esta última.
Pero, en Canarias, Le Canarien fue traducido por el bretón Serván Grave, capitán y comerciante residente en Garachico (Tenerife) hacia 1591 y, desde 1605, en La Palma, donde murió en 1667. No obstante, sabemos que estuvo en Rennes en 1612 y que regresó de nuevo a La Palma a partir de 1617. Serván Grave es el autor de la traducción castellana más antigua de dicho texto realizada en el archipiélago Canario, a instancias de D. Luis Fernández de Córdoba y Arce, Capitán General de Canarias entre 1638 y 1644; o sea, con posterioridad a la edición de Bergeron de 1630 que, muy posiblemente, le sirvió como fuente. A su vez, parte de esta traducción fue incluida con la crónica Matritense en el manuscrito de la denominada Crónica Anónima de La Laguna, siendo además utilizada por historiadores locales hasta el siglo XIX. Entre ellos, Viera y Clavijo y Tomás Arias Marín de Cubas dispusieron de copias. Véase, por tanto, su importancia en el ámbito canario.
En consecuencia, a excepción de Alvar García de Santamaría, probablemente su refundidor Galíndez y quienes lo tomaron como fuente, Francisco López de Gómara y Gaspar Frutuoso, todas las referencias castellanas de este texto realizadas en Canarias deberían ser ulteriores a la traducción de Serván Grave.
La intención de Juan V de Bethencourt, patrocinador de la versión B, fue demostrar su categoría y la ilustración de sus antepasados, enalteciendo la figura de su antecesor frente a los méritos que Gadifer y sus seguidores se otorgaban en la empresa. Sus amplias lagunas en torno a los sucesos que describe le llevaron, entre otros pormenores, a leer interesadamente los documentos. En cualquier caso, las diversas incidencias que rodean la refundición de la Crónica de la Conquista Normanda pueden seguirse con detalle en la obra que Alejandro Cioranescu dedicó a Juan de Bethencourt publicada en su día por el Aula de Cultura del Cabildo de Tenerife, como también lo fue el propio Le Canarien.
Sin embargo, a partir del contraste de ambas versiones, B y G, la cuestión parece aclararse. No resulta entonces extraño que Juan V de Bethencourt, enalteciendo el riesgo y la figura de su pariente, trastocase intencionadamente algunos de sus contenidos, resultando imposible contradecir su obra hasta que no fue conocida la versión G de Le Canarien, deudora a su vez del ejemplar primigenio que realizaron los capellanes de la conquista normanda.
Con estos antecedentes de préstamos y refundiciones cobra algo más de luz la intrahistoria que proponíamos desvelar en lo que importa a su vinculación con el Tratado de la Navegación. Es bastante plausible que Pierre Bergeron, conociendo la versión B, tomase partido por los descendientes bethencourtianos dado el patrocinio de Galien de Bethencourt en la edición de 1630.
Las claves del Tratado de la Navegación
La lectura del Tratado nos permite entresacar de sus párrafos la confirmación de estas certidumbres. No sólo por detenerse pormenorizadamente en la genealogía de los Bethencourt y de los Braquemont, sino por los directos comentarios que realiza de los adversarios del propio conquistador, Gadifer de La Salle entre otros, en la campaña de Canarias, cuando señala «los caracteres coléricos y sediciosos de algunos de los suyos, que provocaron mil problemas en esta empresa y pensaron perder todo». O sobre el panegírico en la cristianización de los indígenas, cuando apunta que «llevado por su celo muy ardiente a la conversión de esos pobres idólatras, los trajo a la fe con toda clase de medios suaves e industriosos.
Pero la obra posee una vertiente más universal en cuanto se refiere al papel de los europeos en la exploración de tierras y mares. Es aquí donde, siguiendo a diversos autores de su tiempo, se detiene a ensalzar las proezas de los navegantes y a desestimar las opiniones contrapuestas a sus concepciones. Es, por tanto, un texto de síntesis en el que se conjugan los recursos narrativos habituales de su época con los conocimientos náuticos de los que se tenía constancia. De fondo, los productos exóticos, el comercio y la riqueza de las naciones que habían logrado consolidar sus posesiones; de frente, la competencia por hacerse con un hueco en los traslados y las transacciones ultramarinas en la Era del Mercantilismo de Colbert, con la presencia grandilocuente del Cardenal Richelieu a quien presenta como «gran Maestro, jefe y Superintendente general de la Navegación y el Comercio de Francia». Pues, auspiciando precedentes francófonos en el conocimiento del globo, «se ve claramente que nuestros Franceses han precedido todas las navegaciones y viajes de conquista modernos de los Europeos».
En este contexto, las islas Canarias tienen para el autor un sabor especial, principio y fin de mitos y realidades; porque en ellas –parece decir– despuntó todo. Por eso las describe en el pasado y en su propia época, se detiene en su clima, en sus edificaciones, ciudades y costumbres, se entusiasma con el Teide, el Garoé, el gofio o los dragos. Por ello el fruto de toda esta suma de curiosidades le animan a consultar a Thomas Nichols o a traducir a Edmund Scory, poniéndolos al alcance del lector que aspira a conocer las novedades del mundo.
Dr. José Juan Jiménez González, Conservador del Museo Arqueológico de Tenerife.