Divulgar biología no es tarea fácil, nunca lo ha sido. La difusión de esta disciplina, junto con las matemáticas, física o química ha representado -en cierta manera- una barrera que ha obstaculizado que el público en general acceda y guste a posteriori de una información que, no nos engañemos, no es sencilla sino complicada.
En opinión del prestigioso Sergio Rossi, autor de un libro llamado El planeta azul, un universo en extinción (2011) … con la divulgación se pretende llegar a todas las personas, pero ¿cuál es el objetivo preferente? En mi opinión (Rossi dixit), hay tres grupos en los que hay que volcar más esfuerzos desde diferentes perspectivas y con diferentes métodos: niños y jóvenes, los que pagan impuestos y los que toman decisiones políticas, sociales y económicas, es decir, todos. Rossi (op. cit.) finaliza su exposición en clara alusión a la necesidad de transmitir conocimientos especialmente a los gestores de los recursos.
A esto añadiría yo que el modus operandi, la manera de transmitir ese conocimiento, ha sido lo que ha impedido, año tras año, el que se pueda comprender mejor y respetar más toda la amalgama de información que suponen complejos ciclos, raros organismos, fórmulas enigmáticas, esquemas, diagramas, compuestos, mecanismos, elementos orgánicos e inorgánicos…demasiadas cuestiones para quizás pocas o incomprensibles respuestas.
Traducir proyectos complejos de investigación (sobre todo de algunas especialidades) a un lenguaje sencillo y coherente a todos los niveles, y que sea asimilado correctamente, es una obligación de muchos de los que ocupamos puestos relacionados con el mundo de la cultura y la investigación, pero también es una tarea compleja no exenta de dificultad.
Recursos hay, uno de ellos podría ser intentar relacionar algunas ramas del saber diríamos duras con otras más atractivas, buscando un nexo, una unión, que además resultaría enriquecedora… en clara mezcolanza ¿Cuál es el problema para que la biología –la ciencia en general- no se difunda de la manera que desearíamos? Quizá la solución se halle en el lenguaje.
Muchos científicos, aun estando vinculados a proyectos educativos, consideramos en ocasiones que usar un lenguaje llano, aunque sin perder el rigor, degrada el magisterio. Nada más lejos de la realidad, porque imágenes, sonidos, música, colores, olores, literatura, arte, diseño, grafismo, ciencia o historia, por citar solo algunas disciplinas, imbricadas de manera precisa (por supuesto rigurosa) pero con expresión sencilla y clara, divertida, diáfana e incluso lúdica pueden llegar a ser un aliciente para los jóvenes y no tan jóvenes, a la par que el solapamiento iría creando una visión del conocimiento, no estanco, que nos permitiría concebir una nueva forma de pensar y de comprender el mundo que nos rodea, una visión más completa, otro punto de vista diferente al que hasta ahora hemos percibido, más amplio, científico-humanístico, que no solo a la larga nos cultive mejor, sino que nos haga mejores también como personas …¿falta nos hace?
Fátima Hernández Martín, Dra. en Biología Marina y Conservadora del Museo de la Naturaleza y el Hombre.