La joven, una chica morena de unos treinta años aproximadamente, se aferró con firmeza a la mano de su pareja que, haciéndose el valiente, sonreía algo angustiado ante el brutal y cruento espectáculo en medio de las aguas azules y cristalinas que tenía ante sus ojos, dentro de aquella angosta y oscura sala de cine mientras proyectaban la cinta -tan famosa- a la que habían acudido entusiasmados. La carne –desgarrada- que se observaba en el fotograma emitía a borbotones un líquido que ellos identificaron como sangre y que correspondía -sin duda- al cuerpo de un joven vivaracho, que hacía poco tiempo había superado su etapa infantil y podía medir un metro sesenta. En la cabeza del joven, su ojo derecho, casi desprendido a causa del brutal impacto que le habían asestado, parecía mirar como implorando compasión sobre aquellos (muy pocos) que en actitud silenciosa contemplaban atónitos la escena en la pantalla de proporciones gigantescas. Ante el amasijo de despojos, carne, vísceras y parte del esqueleto del joven, al final la muchacha lanzó un chillido estertóreo que inundó toda la sala, provocando que se aplaudiera al unísono, como reverenciando aquel acto sacrílego en que un inocente había sido masacrado en las aguas siniestras del Caribe, cerca de Jamaica.
De acuerdo con Rossi (2011) la fama de los tiburones ha sido sombría a lo largo de la historia, en especial a partir de 1975 cuando un director consiguió que sintiéramos aún más terror y antipatía por unos animales que, lejos de ser enemigos acérrimos del hombre, solo pretenden vivir como el resto de los seres vivos, en su medio acuático, aunque en la cima de la cadena trófica marina. En la actualidad sabemos que los tiburones, especialmente por su tendencia a la madurez tardía y su baja tasa de reproducción, son sensibles a la sobreexplotación, quizás más que muchos animales del océano y no se han realizado suficientes estudios sobre ellos. Maltratados por la actividad pesquera, se conoce poco en general de biología, costumbres o migraciones. Además a esto se viene a sumar una práctica muy polémica, conocida como finning (aleteo), que consiste en capturar a los ejemplares solo para usar sus aletas (las cercenan), tirando el resto del cuerpo al mar. Las aletas una vez secas se envían a China o a otros enclaves del lejano Oriente, donde constituyen un ingrediente básico para un plato caro y codiciado, la llamada “sopa de aletas de tiburón” de tradición en cocina asiática. Este proceso (finning), contestado científica y socialmente, está prohibido en más de sesenta países, si bien Indonesia se halla a la cabeza en cuanto a número de capturas, seguida de Brasil, Venezuela o las Azores, muy por detrás en cuanto a volumen de pesca y comercialización.
En relación a estos y otros datos, la Comisión Europea elaboró un Plan de Acción para la Conservación y Gestión de los tiburones (5/2/2009), base de trabajo para Estados y Comunidades, aunque en algunos casos con la necesidad de llevar a cabo estudios previos locales. Asimismo, en los palangres de varios kilómetros, plenos de anzuelos, destinados a la pesca de escómbridos y otros grupos de peces pelágicos, el número de tiburones capturados “accidentalmente” ha sido y es alarmante (pesca conocida como by-catch). En Canarias hay catalogadas alrededor de 86 especies de Condrictios (tiburones y rayas) (unas 25 familias) frente a las más de 600 de peces óseos (Osteictios, esqueleto óseo). Una de las especies que se puede observar en el Archipiélago es el angelote (Squatina squatina), que la UICN (Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza) considera que se halla de forma global en “peligro crítico” (sus poblaciones han mermado un 20% en los últimos diez años); si bien la ausencia de pescas de arrastres permite observarlo con mayor frecuencia ahora, por ejemplo, en las Islas. También están presentes en aguas de Canarias, tiburones martillos (Sphyrna sp, muy amenazados), así como tiburones tigre, jaquetas, rayas, torpedos, mantas, cazones, tiburones azules, marrajos o zorros. Las especies pueden llevar una vida pelágica (nadando en superficie o a media agua, no muy cerca de la costa a la que se suelen aproximar las hembras, en especial, para alumbrar a sus pequeños) si bien hay también especies de profundidad que se hallan ligadas a los fondos, o bien en el caso de las rayas (Raja sp), su forma corporal deprimida les permite vivir enterradas o semienterradas en los fondos, especialmente arenosos o fangosos.
El óbito de la escena final obligó a emitir un grito de terror colectivo, en especial cuando en la imagen se veía cómo el pescador elevaba un tiburón moribundo (un ejemplar joven), cuyo cuerpo -destrozado a jirones- estaba en estado lamentable, y varios niños giraban en torno a él tirándole arena de la playa cercana. Sí, un incauto escualo no se había podido defender de las garras asesinas (un arponazo) de uno de los mayores depredadores de todo el Planeta: el hombre. El chico en un gesto espontáneo y ante las lágrimas de su novia, conmovida por la escena, le besó con ternura la mano. Juntos salieron del cine, la calle era un hervidero de gente, pero la cola para la siguiente función estaba –curiosamente- vacía.
Fátima Hernández Martín, Dra. en Biología Marina y Conservadora del Museo de la Naturaleza y El Hombre.