Se observa perfectamente en el centro, en su dorso, defendiendo al héroe de una posible y certera puñalada. La pudieron admirar los antiguos, vigilante, amenazante…. Hay que fijarse bien, muy bien, pero la rodela del Megas Alexandros, luce una extraña figura que representa un animal marino que desde hace 600 millones de años se mueve a sus anchas por los océanos, flotando, derivando, cautivando… Pero no solo los mosaicos de la Casa del Fauno en Pompeya nos advierten de su existencia al plasmarla en plena batalla; la pintura (los Maestros Leonardo, Caravaggio, Rubens, Dalí…), la mitología (leyendas sobre Perseo, su decapitador; plasmado por genios del Barroco), frescos, bajorrelieves, esculturas, cerámicas e incluso más recientemente hasta los diseñadores han sentido la magia que exhalan unos animales a los que cuesta definir, pero cuyo existir puede determinar -cualquier día- el ritmo de nuestras vidas. Y es que las medusas son organismos marinos que acaparan titulares de prensa escrita como protagonistas de historias, que no se sabe a ciencia cierta a qué son debidas.
Estos seres planctónicos (flotantes), con forma de campana, transparentes y aspecto gelatinoso, forman parte de un grupo zoológico que se denomina cnidarios donde se incluyen, entre otros, corales, anémonas y sifonóforos. Estos últimos son organismos especialmente curiosos que se confunden –reiteradamente- con las mentadas medusas, aunque en ciertas especies el flotador lleno de gas de tonalidad lila (vegija flotante) que sobresale y los largos filamentos urticantes que se esconden debajo del agua deberían diferenciarlos sin dilación.
Ambos animales, medusas y sifonóforos, presentan en común unas células urticantes llamadas cnidocitos que dispersos por su cuerpo causan, por contacto, reacciones alérgicas muy complejas, algunas de las cuales pueden producir la muerte (si la persona es muy sensible y la especie muy peligrosa). Evidentemente, además de las molestias que causan a los bañistas, el incremento anómalo de medusas (lo que se denomina bloom) siempre ha sido un fenómeno que ha inquietado a los científicos, dado que algunas especies, por ser muy voraces, pueden llegar en ocasiones a causar graves problemas en determinados bancos de huevos y juveniles de peces y afectar el equilibrio biológico de una zona costera. Estos seres que desarrollan su vida en alta mar, en ocasiones por determinados vientos o corrientes pueden ser arrastrados hacia la costa. Si a continuación no tienen el impulso necesario (situaciones de calma marítimo-meteorológicas extremas) para volver a su lugar de origen, salir de nuevo al océano abierto, quedan estancadas en bahías, ensenadas o playas, un tiempo variable, produciendo los inconvenientes por todos conocidos. Se estima en 4.000 las especies de medusas que pueblan las aguas, desde las grandes (majestuosas, diría yo) hasta las pequeñas (las diminutas hidromedusas) casi inapreciables al ojo humano, algunas de las cuales en zonas tropicales son auténticos punzones de veneno (avispas las denominan). Supervivientes de varias extinciones arcaicas que afectaron a otros grupos de organismos, a pesar de su aparente fragilidad pudieran considerarse aunque simples, muy eficaces.
Pero ¿por qué cada vez son más frecuentes estos incrementos de medusas e incluso duran más tiempo? Sabido es, según estudios recientes, que un exceso de nutrientes y de materia orgánica en suspensión, por aportes desde tierra por ejemplo, hace aumentar drásticamente el número de medusas. También la sobrepesca. Si tenemos en cuenta que los mayores depredadores de estos organismos son atunes, peces espada, peces lunas o algunas especies de tortugas, en concreto la especie Dermochelys coriacea –tortuga laúd-, algunos en claro declive en cuanto al número de ejemplares, es lógico pensar que por ende vayan incrementándose. Es decir, a tenor de lo dicho previamente, las medusas se comen a algunos de sus enemigos cuando son muy pequeños (huevos y larvas de peces) pero a otros los han de temer una vez adultos. Y aunque se responsabiliza al aumento de la temperatura del agua del mar como detonante para la proliferación de estos organismos, no es el único, aunque sí suficientemente influyente. Por tanto, vientos, corrientes, sobrepesca o aumento de nutrientes y temperatura pudieran ser las causas de esta masiva y cada vez más frecuente presencia de medusas, que pueden estar o no acompañadas de unos familiares igual de peligrosos, caso de Physalia physalis (la carabela portuguesa, aguavivas en Canarias) que, como ya indiqué, posee largos tentáculos y cuya picadura es temible.
Muertes, rozaduras peligrosas, alergias, cierre de playas, pérdidas en la industria pesquera, daños a la acuicultura, bloqueos de conductos de refrigeración (casos observados hace años en Japón), barreras físicas a determinadas zonas portuarias, hundimientos de pequeños barcos… Todo esto pudiera ser consecuencia de la acción de unos seres exquisitamente bellos, transparentes y aparentemente inofensivos. De ahí que sea preciso indagar más, insistir en sus ciclos, experimentar en laboratorio (algo que no es fácil), investigarlas en campañas, porque depende en parte el equilibrio de nuestro Océano, ente de vida.
Dice la leyenda que otrora Perseo sesgó la vida de Medusa y mostró orgulloso su cabeza, aunque extrañado observó cómo manaba sangre que hizo germinar otros organismos igual de atrayentes… los corales. Pero esto es solo mitología, volvamos a las playas, allí nos esperan, hermosas y peligrosas, hasta que una corriente dominante o un viento favorable las aleje, mar adentro, para regresar cualquier día …
Fátima Hernández Martín, Dra. en Biología Marina y Conservadora del Museo de la Naturaleza y El Hombre.