En los últimos tiempos hemos leído en los medios de comunicación noticias referentes a intoxicaciones producidas por consumo de pescado de gran talla, síndrome que recibe la denominación de ciguatera (Litaker, et al., 2010; Parson et al. 2012).
La “ciguatera” se produce por ingesta de peces, contaminados por toxinas de ciertos dinoflagelados bentónicos, típicos de aguas cálidas tropicales y subtropicales. Dichas toxinas, metabolizadas y acumuladas, son transmitidas mediante vectores (aún poco estudiados), a través de la cadena trófica, hacia niveles superiores, pudiendo pasar finalmente -por consumo- al hombre. La enfermedad se asocia, por lo general, con grandes predadores (Brito et al., 2002) pescados aisladamente, sin posterior control sanitario de venta, caso de medregales (Seriola spp.), meros (Epinephelus spp.), abades (Mycteroperca spp.), bicudas (Sphyraena spp.) o petos (Acanthocybium spp.) que, por tamaño y peso, concentran más toxina (Lewis & Holmes, 1993 & Lewis & King, 1996).
No se trata de una dolencia necesariamente actual si repasamos las crónicas de otrora. Existen referencias a síntomas graves de origen desconocido que presentaron, durante sus periplos, desde las huestes de Alejandro Magno hasta las tripulaciones del capitán Cook (HMS Resolution, 1774) o del capitán Bligh (HMS Bounty, curiosamente en 1789 después del famoso motín). Algunos de esos hombres llegaron a enfermar –extrañamente- tras comer ciertos organismos marinos.
El término ciguatera fue acuñado, en 1787, por el biólogo de origen portugués, Antonio Parra, estudiando intoxicaciones producidas por el caracol Cittarium pica, gasterópodo común y conspicuo de la zona intermareal del litoral rocoso caribeño, que ha sido utilizado como alimento (su carne), así como para fabricación de ornamentos y objetos rituales (concha) desde tiempos precolombinos (Osorno & Díaz, 2006). Este molusco se denomina popularmente cigua (acortamiento de ciguanaba), un aruaquismo que hace referencia tanto a moluscos como a varios árboles de la familia de las lauráceas (Pichardo, 1875). En 1866, el naturalista Felipe Poey, en Cuba, también denominó con esa palabra varios casos de intoxicaciones de origen marino.
Randall (1959) propuso la hipótesis de que la ciguatera era transmitida a la cadena trófica por herbívoros. Desde entonces mucho se ha avanzado, de hecho la toxina fue aislada de dinoflagelados en 1967, dándole el nombre de ciguatoxina (Suárez et al., 2001; Scheuer et al., 1967). Finalmente, Murata et al. (1989) relacionaron dicha toxina con la especie bentónica Gambierdiscus toxicus y se describió, por primera vez, la estructura química de la misma (Lewis & Holmes, 1993).
De acuerdo con Fraga & Rodríguez (2014), aunque el océano Atlántico Noreste no ha sido considerado zona afectada por ciguatera hasta hace poco tiempo, si debemos recordar menciones históricas en el área, como la del Golfo de Guinea en 1521 (Urdaneta, 1580) o las más recientes sobre microalgas del género Gambierdiscus (aunque determinadas como Gonodioma) presentes en la isla de Boavista, archipiélago de Cabo Verde, el año 1948 (Silva, 1956). Según Fraga & Rodríguez (op. cit.) Gambierdiscus silvae, hallada hace poco en Canarias, es probablemente la especie citada por Silva (1956) en Cabo Verde (como Gonodioma sp.).
Actuales investigaciones han puesto de manifiesto la presencia en las Islas de dinoflagelados del género Gambierdiscus (Caillaud et al., 2007; Matute et al., 2009; Boada et al., 2010 y Nuñez et al., 2012), que incluyen -de momento- tres especies, caso de Gambierdiscus excentricus (Fraga et al., 2011), Gambierdiscus australes (Chinain, Faust & Pauillac, 1999) o Gambierdiscus silvae (Fraga & Rodríguez, 2014), aunque se sabe poco acerca de la distribución espacial y temporal. Una cuarta especie se halla en proceso de estudio.
También se ha citado en Madeira (Kauffman & Böhm-Beck, 2013), Marruecos (Ennafah & Chaira, 2014) y Cabo Verde (Silva, 1956) como señalamos previamente. Registros de Gambierdiscus spp. en localidades muy distantes (Canarias-Atlántico o Grecia-Mediterráneo) indican una ampliación hacia nuevas áreas de un género que se creía vinculado solo a zonas tropicales del Pacífico, Índico y mar Caribe donde suele afectar –globalmente- a unas 25.000 personas por año (Lewis, 2001 & Aligizaki, et al. 2008). Tanto en Canarias como en Grecia (Aligizaki, et al. op. cit.) Gambierdiscus se ha recolectado junto a otros dinoflagelados epífitos, también potencialmente tóxicos, caso de Ostreopsis, Prorocentrum, Coolia y Amphidinium, algo que los autores consideran usual.
Hasta hace relativamente pocos años en Canarias no se había detectado ciguatera (Brito, 2008 & Brito et al., 2005), lo que puede indicar que las microalgas generadoras de ciguatoxinas (CTXs) no estaban presentes en nuestras aguas, habiendo ampliado recientemente su distribución geográfica a causa del incremento de temperatura por el cambio climático, o bien que, aun estando presente en Canarias, no se tuviera constancia de su presencia y los casos no se relacionaran (incluso no se relacionen) con microalgas bentónicas locales (Murata et al., 1989; Aligizaki et al., 2008), sino con origen diverso (Lange, 1987; Pérez- Arellano, 2005).
Cabe preguntarnos, por tanto, si los casos detectados en los últimos tiempos se deben a que el vector transmisor de la enfermedad (pez u otro organismo marino contaminado) provenga de aguas tropicales, siendo la toxina producida por especies alejadas del Archipiélago. Según Aligizaki et al. (2008) no se ha probado la relación entre los casos de ciguatera y la presencia de Gambierdiscus, si bien los de marzo de 2004, en Tenerife, coincidieron con la recolección de ejemplares de dicha alga, epífita en charcos de marea, al igual que ocurrió más tarde en la isla de La Gomera, cuando se hallaron especímenes de Gambierdiscus sobre macroalgas a la deriva. Según Rodríguez et al. (2014) se precisan estudios amplios sobre filogeografía y abundancia de dinoflagelados bentónicos, al igual que ocurre para los planctónicos (Ojeda 2006). La caracterización de ciguatoxinas por medio de cultivos demostrará (si lo hubiere) el vínculo entre especies nativas (no solo de Gambierdiscus) y los vectores (pueden ser varios) de CFP (Ciguatera Fish Poisoning) en Canarias. De hecho algunas especies de hábitos alimenticios herbívoros u omnívoros, susceptibles de incorporar toxinas y transmitirlas a sus depredadores, peces de gran talla, serán objeto de estudio detallado en el Proyecto CICAN.
De acuerdo con Aligizaki et al. (2008) para la ciguatera, así como Silva et al. (2015) para los HAB (Harmful Algal Blooms) en general, fenómenos que no tienen relación entre sí, ambos presentan gran complejidad, pues son difíciles de controlar, debido a su periodicidad intermitente y al impacto que provocan sobre la salud y la economía. Las causas no se hallan suficientemente conocidas, estando condicionadas por el cambio climático e intervención antropogénica, entre otros muchos factores. El aumento de temperatura, la apertura de canales de comunicación entre áreas marítimas, así como el vertido de aguas-lastre de barcos que navegan alrededor del mundo, contribuyen a la dispersión y establecimiento de especies productoras de toxinas que se transmiten fácilmente a través de la cadena de alimentación (Perry et al., 2005).
Desde 2004, cuando se detectaron los primeros casos oficiales, hasta los recientes de 2013, casi cien personas en el Archipiélago han presentado síntomas de esta enfermedad, lo que ha llevado a situar las Islas como primera comunidad autónoma en notificar casos de una dolencia propia de zonas tropicales. Los casos son complicados, debido a los numerosos síntomas (vómitos, náuseas, diarreas y dolor abdominal), que aparecen en las primeras veinticuatro horas. Las anomalías neurológicas (parestesias, inversión térmica y dolor en extremidades) pueden persistir durante meses (Martínez-Orozco & Cruz-Quintero, op. cit.).
Hay que tener en cuenta que las toxinas son poliéteres complejos de naturaleza lipofílica, estables al calor y a la congelación. La primera ciguatoxina descrita estructuralmente se estudió en peces del Pacífico y se denominó P-CTX-1. Para la nomenclatura de las CTX’s se sigue un código que comienza con una letra que designa la región geográfica, es decir, I-CTX Indico, C-CTX para el Caribe y P-CTX, el Pacífico, a los cuales se añaden números a medida que se van descubriendo nuevos análogos. Las variaciones en la toxicidad y tipo de toxinas en distintas regiones pueden contribuir a explicar la variedad de síntomas en humanos. Por ejemplo, los trastornos gastrointestinales parecen más importantes en el Caribe, mientras que los neurológicos lo son en el Pacífico (de web Proyecto CICAN).
Respecto al mecanismo de acción de las CTXs, se relaciona directamente con la excitabilidad de las membranas celulares (Martínez-Orozco & Cruz-Quintero, 2013). La toxicidad celular es causada por elevación de la concentración de calcio intracelular y por facilitar la permeabilidad de los canales de sodio, bloqueo de los de potasio y despolarización nerviosa de los sistemas somático y autónomo, provocando síntomas neurológicos, como hiperestesia, parestesia y disestesia, entre pocas horas y dos semanas posteriores a la ingesta (Pottier et al., 2002 & Lu et al., 2013). La sintomatología del síndrome comprende una combinación de más de treinta manifestaciones (gastrointestinales, neurológicas y cardiovasculares).
Evidentemente, se trata de un problema emergente que, de acuerdo con Silva et al. (2015), precisa un control exhaustivo. Recordemos el caso del año 2008, en Tenerife, con varias personas afectadas por ingerir un medregal (Seriola fasciata), o más recientemente el de Lanzarote (2013), con diez intoxicados por consumir mero (Epinephelus marginatus).
Por ello, el Gobierno de Canarias en atención a realizar un control exhaustivo de la enfermedad, ha incluido recientemente esta intoxicación en el EDO (sistema de enfermedades de declaración obligatoria) con objeto de registrar, hacer un seguimiento y observar su evolución en las Islas. La Orden de 17 de agosto de 2015 (BOC nº 166 del miércoles 26 de agosto de 2015) modifica los Anexos I, II y III del Decreto 165/1998, de 24 de septiembre, por el que se creaba la Red Canaria de Vigilancia Epidemiológica y establece normas para regular su funcionamiento, referentes a la lista de enfermedades de declaración obligatoria, procedimientos y modalidades de declaración. De hecho, la ciguatera se ha incluido en el Anexo II (declaración urgente).
La prevención se basa en informar y controlar la venta de especies susceptibles de ser portadoras de ciguatoxinas, para evitar intoxicaciones. De ahí la importancia de adquirir productos pesqueros solo en lugares sujetos a estricta supervisión oficial, donde se realizan chequeos adecuados mediante test específico a lotes de pescado, para tranquilidad del consumidor.
Una vez más, los que hemos dedicado años de investigación al mundo marino pelágico, en concreto al microscópico, insistimos en la necesidad de apoyar proyectos sobre ciertos organismos (en ocasiones ignorados) que, sin embargo, pueden tener repercusiones sobre la población.
Para finalizar, no olvidemos que un buen plato de pescado representa una de las mayores exquisiteces en cocina y que, además de deleitarnos, supone un aporte nutricional importante. Así que…, a consumirlo, por favor.
Fátima Hernández Martín, directora del Museo de Ciencias Naturales de Tenerife.
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