Rinaldo Caddeo compiló en su obra Le navigazioni atlantiche di Alvise Ca da Mosto, Antoniotto Usodimare e Niccoloso da Recco tres relaciones con viajes y descubrimientos pioneros publicada dentro del volumen I de la colección Viaggi e Scoperte di navigatori ed esploratori italiani. Estos periplos interesan a las islas Canarias y, especialmente uno de ellos, se erige como una narración parangonada con la de la exploración que a fines del siglo I a.C. mandó realizar con la aquiescencia de Octavio Augusto el rey Juba II de Mauretania, según consta en la Historia Natural que Plinio el Viejo escribió en el siglo I de nuestra Era. En este artículo mostramos una perspectiva histórica analítica sobre las islas Canarias y sus antiguos habitantes coincidiendo con la Efemérides (1312-2012) que conmemora los 700 años de la arribada de los primeros navegantes europeos al Archipiélago, protagonizada por avezados marinos italianos, observando que las sociedades autóctonas isleñas asumieron elementos e influencias foráneas mucho tiempo antes de que se produjese su integración y asimilación definitiva.
El principio fue Lancelotto Malocello
Los conocimientos geográficos recabados en el primer tercio del siglo XIV como consecuencia de la empresa que el genovés Lancelotto Malocello había emprendido en las islas de La Fortuna durante más de veinte años fueron divulgados en 1339 por el cartógrafo mallorquín Angelino Dulcert. Su portulano no dejaba dudas del redescubrimiento de algunas entidades insulares en el océano Atlántico, augurando el renacimiento de los viajes de exploración más allá del Círculo del Estrecho. La Carta de Dulcert menciona, recoge e ilustra expresamente la Insula de Lanzarotus Morocelus, Forte Ventura, Vescimarini, Insula Canaria, Capraria, Insulle Sancti Brandani sive puellarum.
La primera isla citada es la única que fue cubierta con el esmalte de plata y la cruz de gules que representaban las armas de la República de Génova, reflejando su posesión y un derecho señorial de soberanía genovesa que –al menos hasta ese momento– no parece haber afectado a otras islas de la Makaronesia.
En consonancia con estas noticias cartográficas el día 1 de julio de 1341 partió de Lisboa una flota de tres naves patrocinada y pertrechada por la Corona de Portugal, deseosa de conocer con celeridad y de primera mano la verdadera riqueza que atesoraban las legendarias Fortunatae insulae ahora nuevamente descubiertas para el islario medieval. Dos buques cargados con caballos, armamento y máquinas de guerra para tomar ciudades y castillos eran precedidos por un pequeño navío tripulado por marinos y soldados florentinos, genoveses, castellanos y españoles. Sin duda, la presencia y ascendencia en la Corte lusa del almirante genovés Emmanuele Passagno facilitó que el mando de esta expedición estuviese a cargo de experimentados navegantes italianos, como el florentino Angiolino del Tegghia dei Corbizzi, contándose con la participación del marino y piloto también genovés Niccoloso da Recco. Ellos y sus tripulaciones iniciaron las referencias escritas y documentales que habrían de conformar, con el paso del tiempo, las primeras relaciones etnohistóricas de Canarias y sus antiguos habitantes.
El relato de Niccoloso da Recco
La flota promovida por el rey Alfonso IV de Portugal surcó las aguas del Atlántico entre los meses de julio y noviembre de 1341 para realizar un periplo en el Archipiélago Canario, cuya relación fue transmitida en la declaración tomada al piloto genovés Niccoloso da Recco dando a conocer al mundo europeo bajo medieval la existencia palpable y real de las islas nuevamente descubiertas, perdidas de la memoria histórica y geográfica tras el fin de la época Clásica.
El texto de esta expedición fue transmitido en las cartas de algunos comerciantes y mercaderes florentinos residentes en Sevilla y llevaba por título De Canaria et de insulis reliquis ultra Hispaniam in Oceano noviter repertis. Sin embargo, por su propia consideración como documento mercantil, no fue conocido hasta que en 1827 Sebastiano Ciampi lo descubrió como la referencia manuscrita de un viaje en los fondos de la biblioteca de los Magliabecchi de Florencia, publicándola en esa misma ciudad el año de su hallazgo con el título Monumenti d’un manoscritto autografo di Messer Giovanni Boccacci da Certaldo, trovati ed illustrati da S. Ciampi. De ella existe otra edición ulterior en 1830, que pude consultar en los fondos de la Biblioteca Nazionale (como también se conoce a la Magliabecchi de Florencia). Su título es Monumenti di un manoscritto autografo e lettere inedite di messer Giovanni Boccaccio il tutto nouvamente trovato ed illustrato da Sebastiano Ciampi y fue editada en Milano en la imprenta de Paolo Andrea Molina. Según me informaron, la primera edición del texto de Ciampi desapareció de dicha biblioteca fiorentina a consecuencia del desbordamiento del río Arno el día 4 de noviembre de 1966.
B. Bonnet anotó que el texto de este primigenio relato atlántico había aparecido ya en diciembre de 1826 en la Antología de Viesseux, recogida por R. Caddeo en su Le navigazioni atlantiche en 1929 acompañada de una versión italiana y un estudio genérico. Sin embargo, creo necesaria una mayor precisión dado que la obra de Rinaldo Caddeo lleva por título Le navigazioni atlantiche di Alvise Ca da Mosto, Antoniotto Usodimare e Niccoloso da Recco y fue publicada en Milano en 1929 en el volumen I de la colección Viaggi e Scoperte di navigatori ed esploratori italiani.
Los primeros en dar a conocer esta expedición en las islas Canarias fueron Ph. Barker-Webb y S. Berthelot, mientras en 1849 Juan Arturo Malibrán realizó la primera versión castellana del viaje al traducir la Etnografía y Anales de los dos autores mencionados. Con posterioridad, investigadores como G. Chil y Naranjo, A. Millares Torres y B. Bonnet Reverón reprodujeron el texto y su traducción.
Para F. del Pino, el relato de Niccoloso da Recco posee una importancia cronológica y de contenido por su pertenencia a la historia general de la etnología, aspecto que se fundamenta en los criterios que figuran en el trabajo precedente de J.H. Rowe. Con ello también deja clara la recreación practicada por Giovanni Boccaccio a partir de las noticias transmitidas por el piloto genovés a los comerciantes florentinos estantes en Sevilla.
Expedición a un Archipiélago Atlántico
Por la narración que Boccaccio redactó hacia 1346 sabemos que la flota zarpó de Lisboa el 1 de julio de 1341 y llegó a Canarias tras cinco días de singladura. A partir de entonces comienza un trayecto por las aguas interiores del Archipiélago plagado de novedades para los expedicionarios. Tras cuatro meses, los navegantes regresaron a la península Ibérica dando cuenta del resultado de sus exploraciones y transmitiendo una síntesis informativa a comerciantes eruditos y curiosos.
El texto de Niccoloso da Recco ofrece una breve aunque cuidadosa descripción de Canarias y sus antiguos habitantes casi a mediados del siglo XIV. Cuatro de aquellos indígenas, retenidos mientras intentaban comerciar con los navegantes, simbolizan el contacto del universo insular con las primeras descripciones etnohistóricas que los europeos realizaron en el Atlántico mucho tiempo antes de que se desarrollase la Era de los descubrimientos sistemáticos y de las conquistas efectivas. Surge, también, el precedente inexcusable de la alteridad para conocer, entender y contactar con el otro, para asumir a esos hombres y mujeres desnudos que se asemejan a los salvajes por sus modales y costumbres, para la génesis de una transculturación de señas e identidades dinámicas en el aún prístino comienzo de la globalidad.
El objetivo inicial de esta misión exploratoria era la búsqueda de las islas que comúnmente se dice haberse vuelto a encontrar con la finalidad de conocer su potencialidad de recursos y materias primas. Tal vez por ello el relato se inicia con la naturaleza mercantil de las noticias recibidas por los mercaderes italianos establecidos en Sevilla y con el inventario de los productos que aquellos argonautas obtuvieron tras desarrollar el mentado periplo, según vemos en la versión publicada por S. Pellegrini, miembro de la Società Geografica Italiana:
En primer lugar, cuatro hombres habitantes de aquellas islas, muchas pieles de machos cabríos y de cabras, sebo, aceite de pescado y despojos de focas, palo rojo para tinte, casi igual al Brasil, corteza de árboles para teñir también de rojo, tierra bermeja y otras cosas para el mismo fin.
Tras dejar constancia de las 900 millas que marcaban la distancia desde el continente europeo hasta el Archipiélago Canario, el relato del viaje comienza a adentrarse en la descripción de los sucesos, hallazgos y peripecias que tuvieron los navegantes conforme se desarrollaba la travesía exploratoria. De esta manera se inicia el enunciado y la caracterización de las islas según fueron siendo visitadas.
Dado que, como aparecía en la Carta de Dulcert, Lanzarote pertenecía a la República de Génova, la primera isla citada en el relato del viaje –Fuerteventura– se les antojó como una masa de piedra inculta abundante en ganado caprino, muy poblada de hombres y mujeres desnudos con modales salvajes. Aunque no promovieron incursiones en las zonas interiores fue allí donde obtuvieron la mayor parte del cargamento de pieles y sebos citados en el registro final.
A continuación, Gran Canaria propició una amplia relación de datos etnohistóricos, muchos de ellos enunciados por primera vez y –además– situados en una cronología precisa: el verano de 1341. La isla estaba por entonces más poblada y cultivada que las demás, de lo cual dejó un claro testimonio la muchedumbre de hombres y mujeres que se acercaron a la playa para recibir a los inesperados argonautas del Atlántico. Unos, provistos de cierto ascendiente de jefatura, cubiertos de pieles de cabra pintadas de encarnado y azafrán artificiosamente cosidas con hilos de tripa; otros, con una suerte de delantal de hilos de palma o junco de palmo y medio o dos que les cubría sus vergüenzas sujeto por una cuerda a la cintura; y, otras, sin avergonzarse de su núbil desnudez por ser aún doncellas o con un delantal de fibras vegetales si ya habían contraído matrimonio.
Al circunvalar Gran Canaria los navegantes se percataron de que estaba mejor cultivada por la fachada Norte que por la Sur, contando con legumbres, trigo, cebada e higos. La forma de comer los cereales, haciendo harina o a manos llenas, la presencia de higos pasados en esteras de junco y el hecho de que sólo bebiesen agua son otros aspectos gastronómicos también referenciados, dejando constancia de que no hacían pan ni bebían vino. Apartado especial es el dedicado a la descripción de las viviendas indígenas, edificadas con piedras escuadradas y grandes maderos, con sus paredes interiores blanqueadas, sus estancias limpias y cuidadas. Pero uno de los poblados que visitaron contaba con la existencia de un templo o capilla, sin ornamentación ni pintura alguna, donde sustrajeron una estatua de piedra que representaba a un hombre con una bola en la mano y vestía con un delantal de hojas de palma que le cubría sus vergüenzas. Este ídolo fue trasladado a Lisboa para dejar constancia del exotismo del culto indígena, al igual que lo fueron cuatro jóvenes imberbes, descalzos, sin circuncidar y con el pelo largo y rubio que les llegaba hasta el ombligo y se habían acercado a los botes con la intención de contactar y comerciar con los navegantes. La isla donde fueron apresados se llamaba Canaria y estaba más poblada que las otras.
Estas circunstancias propiciaron la primera de las descripciones físicas y conductuales de los indígenas canarios como individuos de estatura mediana, miembros fuertes y robustos, inteligentes, alegres, risueños, bastante civilizados, respetuosos y leales. Pero, igualmente, quedó constancia de que esta sociedad insular que tenía un sistema de numeración y poseía cabras, carneros y cerdos salvajes, carecía de bueyes, camellos y asnos, desconocía las monedas de oro y de plata y nada sabía de perfumes, anillos, vasos cincelados, espadas y sables que interesaban a los navegantes como indicadores de la capacidad y la riqueza de un país. Las mercancías que anhelaban encontrar y por las que preguntaron infructuosamente a los extrañados indígenas que viajaban a bordo.
Las naves continuaron su singladura por las tranquilas aguas del Archipiélago reconociendo las unidades insulares y apreciando una escasez de puertos naturales, aunque los que resultaban idóneos también aparecían bien surtidos para practicar aguadas. En una de las islas, que ha sido relacionada con El Hierro, destacaron arboledas de alto porte; en otra, La Gomera, describieron la abundancia de aguas, arroyos, bosques, palomas salvajes y aves rapaces; una tercera –La Palma– poseía una orografía prominente, estaba cubierta de nubes y contaba con lluvias continuas; mientras de una cuarta, Tenerife, reseñaron la presencia de una montaña muy elevada y un curioso efecto llamativo que se producía en su cima. Así hasta un total de trece islas, cinco de la cuales estaban habitadas aunque desigualmente pobladas. Las demás fueron consideradas desiertas por los expedicionarios, quienes también pudieron constatar la variabilidad lingüística existente entre los indígenas de las distintas islas, la carencia de medios autóctonos de navegación para trasladarse por el mar y, sin duda, la parca riqueza de un Archipiélago que apenas les permitió cubrir los gastos del viaje.
Conclusión
Este año se celebra la Efemérides (1312-2012) que conmemora los 700 años de la arribada de los primeros navegantes europeos al Archipiélago protagonizada por experimentados marinos italianos. El documento dado a conocer por S. Ciampi demuestra que las culturas indígenas de Canarias iniciaron un proceso de transculturación mucho antes de que se produjese su asimilación permanente. De ahí la perentoriedad de emprender el estudio histórico detallado de los cambios en la vida de las sociedades nativas desde estos primeros contactos y la conformación etnológica de los protagonistas isleños, que afrontaron integraciones socioculturales antes de que el primer etnógrafo apareciese en escena para decirnos que la evolución y el cambio en las etnias indígenas es sólo un asunto de cultura y personalidad.
Dr. José Juan Jiménez González
Conservador del Museo Arqueológico de Tenerife