De acuerdo con Morgado García (2011), el descubrimiento del Nuevo Mundo por los españoles y la llegada de portugueses a las Indias Orientales enriqueció sobremanera el catálogo zoológico y botánico del mundo occidental con la inclusión de nuevas especies, aunque tardaron en ser integradas en un marco general de naturalia. La recepción fue lenta. Según Morgado García (op. cit.), los libros sobre historia natural de los siglos XVI y XVII aún heredaban la tradición mitológica y fantasiosa de los bestiarios, encontrándose descripciones con rasgos y comportamientos exagerados o que hoy se consideran irreales, en tanto que las representaciones de siglos posteriores son más realistas.
Según Viña Brito (2010), respecto a la valoración de las Islas en el contexto de la expansión europea, cabe señalar que a los navegantes lo que les emocionó especialmente de ellas fue el arbolado y el agua. Sin embargo, a diferencia de etapas anteriores donde el explorador del Medievo soñaba paisajes y seres maravillosos, el pensamiento del hombre de la Edad Moderna estaba en el negocio, de ahí las sucesivas referencias a productos que se elaboran en las Islas, a los factores… Destacan algunas referencias que llamaban la atención a los visitantes como los pájaros (objeto de comercio y que por entonces empiezan a ser plasmados en obras pictóricas, en especial flamencas). Lo mismo sucedía para el drago, orchilla, pez o laurel en el tema botánico.
García & Tejera (2014) señalan que, en los primeros escritos medievales sobre Canarias, se pusieron de relieve algunos rasgos del medio natural de las Islas. Caso de la expedición de Nicoloso da Recco (1341) (texto atribuido a Bocaccio redactado en latín) o de la Crónica Francesa de Le Canarien de 1402. En dichos textos, al igual que en otros, existe un especial interés en poner de relieve una naturaleza que a los europeos les era desconocida.
Las crónicas de la conquista de Canarias, como la Ovetense, Lacunense, Matritense, la historia de López de Ulloa, la relación atribuida a Sedeño –Cedeño o Cerdeño- o la de Gómez Escudero. Las crónicas peninsulares de autores como Andrés Bernáldez, Diego de Valera, Hernando del Pulgar, Pedro de Medina…las de humanistas como Alonso de Palencia, Antonio de Nebrija…portuguesas como las de G. E. d’Azuara, D. Gomes de Cintra, Valentím Fernández o Gaspar Frutuoso …la de extranjeros como el De Canaria atribuido a Boccaccio, Le Canarien de P. Bontier y J. le Verrier, el relato de Alvise da Cadamosto, L. Marineo Siculo …las de historiadores de Indias como Fernández de Oviedo, Las Casas, Pedro Mártir de Anglería, López de Gómara, J. de Acosta o Francisco Hernández, en especial las referidas al siglo XVI, están plagadas de suculentas descripciones de sello naturalista. El nivel de detalle es variado, como bien expresa J. Ismael Gutiérrez en Insulas forasteras (Galván et al., 2009), puesto que hay ejemplos como el que representa López de Gómara, capellán de Cortés, que nunca llegó a navegar a Indias –al igual que Pedro Mártir- que, sin embargo, en cuanto a descripción de las Islas se refiere, llega a ser más detallado –incluso- que otros que sí visitaron nuestro Archipiélago…
Respecto a la observación de la biodiversidad, mucho antes del siglo XVI, ya la crónica francesa de Le Canarien presentaba visiones de situaciones primigenias y evoluciones someras (Aznar Vallejo, 2007). Según este autor, lo primero en atraer a los cronistas fue la descripción de la naturaleza. La razón es fácil de comprender: la fauna, la flora, la tierra y el agua constituían la base futura de subsistencia.
Si somos más precisos en cuanto a la fauna, debe ser entendida como aproximación, no como discernimiento pleno de especies y variedades (de acuerdo con Aznar Vallejo, 2007). Esto queda manifiesto también en la opinión de Bacallado (2006), en cuyo trabajo destaca el escaso interés por descripciones minuciosas de cuanto ven los europeos a su llegada a Canarias. El autor hace un repaso a las someras descripciones de avifauna y herpetofauna por islas, identificando especies abundantes y extrañándose de la ausencia de menciones de organismos que hoy en día nos son familiares. De acuerdo con Bacallado (op. cit.) es curioso que no les llamase la atención o al menos no fueron más detallistas sus descripciones acerca de la amplísima biodiversidad encontrada, en especial en relación a las grandes aves, caso de halcones, palomos, guirres –hoy en día en peligro de extinción, ver anexo I, ley 4/2010 de 4 de junio (BOC nº 112)-, garzas, avutardas y toda suerte de pajarillos…
Precisamente, el tema de los pájaros (amplio orden de los paseriformes) de las islas Canarias se aborda de manera importante en crónicas posteriores. Dichos animales fueron apreciados por su canto, objeto de prestigio y apreciado manjar. Sometidos a una intensa caza, la información de que disponemos nos habla de la impactante biodiversidad/biomasa existente otrora. No faltan en los acuerdos del Cabildo del siglo XVI, referencias a este consumo (hasta 28) y en consecuencia la regulación de su precio en el mercado “… pájaros trigueros (Miliaria calandra, Turdus merula…) a seis maravedíes la docena…” Respecto al interés por su canto, se refieren al que llamaron «pajarillo del azúcar» nombre alusivo al tipo de alimento, caña de azúcar, algo puesto en duda según los ornitólogos actuales, animal que se hallaba ornado de un plumaje de bellos colores, características que no pasaron desapercibidas a los que llegaban a las Islas, según se recogió entonces. Por eso Espinosa, a finales del siglo XVI, ya señalaba “…hay muchas aves de todas suertes, y entre otras hay muchos pájaros que en España llaman canarios, que son chicos y verdes, y otros menores, verdes y cabizprietos, cuyos cantos son recios y de gran melodía…” En este caso estamos hablando de la especie Serinus canarius presente en todas las Islas (véase Banco de biodiversidad, 2009).
También en muchas de las crónicas se hace referencia a otras aves, caso de palomos de los bosques de las islas Canarias, en relación a las palomas de la laurisilva, Columba bollii y Columba junoniae (palomas turqué y rabiche). En el siglo XVII, Thomas Sprat (1635-1713), obispo de Rochester basándose en lo narrado por el señor Evan Pieugh (médico y mercader británico) que residió veinte años en Tenerife y que escribió un libro en 1667, se expresaba en los siguientes términos ”…los pájaros canarios que se traen a Inglaterra se crían en los barrancos que han abierto las aguas en las montañas y son lugares muy fríos. También hay codornices, perdices (mayores que las nuestras y sumamente hermosas), magníficas palomas torcaces, tórtolas en primavera y, a veces, desde las costas de Berbería aparece el halcón…”, este último animal actualmente en peligro de extinción en el catálogo nacional y de protección especial en Canarias…
Vincenzo Coronelli (1696), cosmógrafo veneciano y fundador de la Academia de Argonautas (la primera Sociedad Geográfica en el mundo) precisa, al hablar de las Islas, “….son ricas aquellas islas, verdaderamente afortunadas en frutas exquisitas y muy apreciadas, como las naranjas, cidras, higos, granadas, duraznos, caña de azúcar y dátiles. Allí germina una planta llamada “orchilla” que los botánicos, es decir, los herbolarios consideran la falaris de Dioscórides. Sus habitantes recogen la semilla de esta planta para alimentar a unos pajaritos muy estimados en Europa, llamados “canarios” o sea, serín de Canaria (Serinus canarius)…”
Asimismo, llama la atención la abundancia de cuervos (Corvus corax canariensis) descritos antaño. Así, en la carta que Guillermo Coma (1493) envía al sabio Ludovico María Sforza, de la que conocemos contenido a través de la traducción en latín que hace Nicola Squillace, puede leerse “… En las nonas de octubre, disuelta la bruma (nótese este hecho de interés, es decir, ausencia de viento situación frecuente en el mes mentado) que cubría el mar, Lanzarote y Fuerteventura, aparecieron en el océano. Tierra generosa, fácil e inofensiva, si no fuese por el insulto de los cuervos que azotan la isla y hacen huir hasta los mismos mercaderes; tanto es el daño que ellos causan que ha sido decretada una inviolable y severa ley para exterminarlos: cada colono es obligado por esta ley a presentar anualmente a los magistrados cien cabezas de cuervo. Quien no cumpliese con esta disposición, es condenado a una multa..”.
Respecto a la abundancia de cuervos, en 1534, Philipp von Hutten (explorador y conquistador alemán) comentaba algo similar en relación a dichas aves “…que cada hogar debe entregar cuatro ejemplares, pues se comen las semillas y las frutas. Solo las viudas parece ser estaban exentas…” Curiosamente, destacar que lo que fue plaga en épocas pasadas, hoy en día está protegido, caso del cuervo canario (Corvus corax canariensis) incluido en el anexo I (especie en peligro de extinción), ley 4/2010 de 4 de junio (BOC nº 112).
Otro aspecto notorio es la mención, de Le Canarien, en referencia a las aguas de la isla de El Hierro “…las aguas son buenas (biomasa de fauna marina)…y nos han dicho los marineros que más allá de la isla del Hierro, directamente hacia el sur, a 11 leguas de allí, está una isla que se llama de los Reyes…” “… hay peces muy extraños que se yerguen derechos cuando oyen venir las naves y las esperan hasta llegar cerca de ellos y cuando recaen en la mar dan una gran golpe, tanto que se les oye desde muy lejos y tienen de alto sobre el mar a lo menos lo alto de una lanza y los marineros los llaman sirenas y después de haberlos visto, seguramente habrá tormenta…” Si reflexionamos sobre este texto, dado que estamos hablando de navegantes de experiencia manifiesta, extraña que se sorprendan de los animales mentados, que bien pudieran ser delfines (según expresa Bacallado, 2006, pg. 141) aunque también tratarse de otro mamífero marino, menos conocido por los marineros normandos, dada su extrañeza ante las piruetas efectuadas.
Sobre esta mención, el abanico es amplio; desde los delfines (muy abundantes y con colonias estables), hasta incluso orcas (género Orcinus) que en ciertas ocasiones (muy pocas, es cierto) pueden ser vistas en aguas de Canarias, hasta algún cachalote de pequeño tamaño (caso del género Kogia) o calderones (Globicephala macrorhynchus) con poblaciones estables en nuestras aguas. También es curioso señalar que la presencia de estos “mal llamados peces” pues se trata -como todos sabemos- de mamíferos marinos, se vincule con las, especialmente antaño, temidas tempestades “… después de haberlos visto, seguramente habrá tormenta…” Podría relacionarse la quietud de las aguas (denominación de calma chicha), con los cambios de presión que preceden a las borrascas, facilitando la observación que, en el caso de aguas agitadas, es más difícil de llevar a cabo. No obstante, incluso considerando la posibilidad de que los animales fueran familiares a los navegantes, cabe la opción que a propósito y a la usanza de entonces época tardomedieval y renacentista, se vincularan con monstruos marinos, ya que hasta finales del XVI, creíase que dichos monstruos pervivían en lugares temidos por los navegantes (como se puede comprobar en las láminas del Atlas de Ortelius, edición de 1570) como bien expresa Lois en su trabajo Mare Occidentale: la aventura de imaginar el Atlántico en los mapas del siglo XVI (Terra Brasilis, 2005).
Sobre la frecuencia y abundancia de cetáceos ya daba prueba Viera y Clavijo, en cuyo diccionario en relación al término ballena puede leerse “…en mayo de 1747 amanecieron en el Puerto de la Luz de Canaria otros treinta y siete animales cetáceos de ambos sexos, todos ya muertos, de los cuales se sacó mucha grasa. En 1750, aportó una ballena en las inmediaciones de Garachico de Tenerife. Y en 1796, se recogieron en arrecife de Lanzarote más de treinta cachalotes (Physeter sp.) que se aprovecharon del modo que pudieron aquellos vecinos…”
Dicho aprovechamiento incluyó también el ámbar gris, cuya presencia en forma de piedras similares a callaos, encalladas en orilla y con extraño aroma, ha dado nombre a algunas de las playas canarias (caso de Playa Lambra, La Graciosa) y fueron curiosamente objeto de destacados litigios de la época (véase la obra Vida de Argote de Molina).
Es interesante la referencia de Alonso de Santa Cruz (1560) a la nidificación de las aves marinas en cuevas y grietas de zonas acantiladas. Así, en su Islario puede leerse “…hay en esta isla muchas aves marinas que habitan en cuevas a manera de conejos, las cuales toman por anzuelos cebados…” (en referencia a lugares de nidificación del oriente del Archipiélago, en concreto La Graciosa, Alegranza o Montaña Clara…).
Respecto a la biota marina, el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo, al informar sobre las viandas que se subían a bordo en Canarias durante las escalas, incluye algunas descripciones de los pescados que se ingerían por entonces, material íctico perfectamente identificable “…Tornando al viaje desde camino de nuestras Indias, digo, pues, que de una destas siete islas, en especial de Gran Canaria, o la Gomera, o la Palma (porque están en más derecha derrota y al propósito, e son fértiles, e abundan de bastimentos y de lo que conviene a los que esta larga navegación hacen), toman allí los navíos refresco de agua e leña, e pan fresco, e gallinas, e carneros, e cabritos, e vacas en pie, e carne salada, e quesos, e pescados salados de tollos e galludos e pargos, e de otros bastimentos que conviene añadirse sobre los que las naos sacan de España…”
Por tanto, está haciendo referencia a tollos (tiburones de pequeño tamaño del género Mustelus), galludos (hoy en día denominación común de especies del género Squalus) y pargos (en este caso creemos que se trata de Pagrus pagrus), que se pescasen en el infralitoral rocoso o arenoso (a poca profundidad).
En relación a Canarias como escala, normalmente la estancia en las Islas oscilaba entre diez y quince días. Algunos de los miembros de las expediciones, caso de Hernández (protomédico de Felipe II que llegó a las Islas en septiembre de 1570), aprovechaban inmediatamente el tiempo para iniciar sus andanzas por la natura. Existe constancia sobre cómo Hernández utilizó la espera en explorar y buscar plantas y elementos naturales por la Isla. Cuando en México encuentra variedades de una hierba llamada por los naturales Cueyauhquílitl (la planta que se arrastra por tierra), recuerda que ya la había visto durante su estancia en Canarias, pues dice “…de tres de ellas no doy dibujo porque las encontré en la Gran Canaria, una de las islas Afortunadas cuando todavía no tenía pintores…”. Pero su exploración en Canarias no se redujo a la simple visita y búsqueda de plantas sino que sus encuentros los consignó por escrito y redactó un libro dedicado a la flora canaria. En una ocasión, durante la exploración mexicana, al ocuparse de la planta llamada Ezquáhuitl que relaciona con las dracenas dice…”… Acerca de las dracenas de las islas Afortunadas ya hemos escrito en el libro dedicado a ellas…” Libro que se ha perdido y cuya única referencia son las propias noticias del autor que, en varias ocasiones, lo señala en el texto de otras obras americanas.
El medio marino.-
Cierto es que, en relación al terrestre, el medio marino fue menos tratado en las crónicas, en especial si tenemos en cuenta que dicho enclave -aún por entonces- reservaba miedos y temores, arrastrados de leyendas y supersticiones que hablaban de seres terroríficos vinculados con la Mar Océano, que acabó por zanjar la expedición Challenger en el siglo XIX.
En el caso de los temporales marítimos, cabe señalar lo que dice André Thevet (explorador y franciscano del siglo XVI) en su capítulo sobre Canarias (Aznar Vallejo, 2003) “…aquel día, sobre las tres de la tarde la mar se puso tan alta y espantosa, que los más experimentados marineros, con más de veinticinco años de navegación, decían no haber visto el mar tan furioso en este lugar…y no había nadie de la compañía tan osado y seguro que no temblase de la aprensión que tenía el peligro al cual nos veíamos empujados…” Probablemente sea la descripción de una ciclogénesis explosiva a las que tanto se teme en la actualidad.
En relación a biota marina, aunque más tardíamente, cabe señalar lo mencionado por Thomas Sprat (1635-1713) “…de peces tienen el cherne, un pescado muy grande y excelente, que sabe mejor que todos los que tenemos en Inglaterra; el mero, el delfín (aquí confunde estos mamíferos marinos con peces), litorinas y las clacos, que sin duda es el mejor marisco del mundo y que crece, en número de cinco o seis, en las rocas, bajo una gran concha, a través de cuyos agujeros asoman sus antenas y desde donde los extraen después de haber roto un poco la abertura de la concha con una piedra. También hay un pez parecido a la anguila, que tiene seis o siete colas de un palmo de largo, unidas a una cabeza y un cuerpo igualmente muy pequeño. Aparte de esto, hay tortugas y cábridos, que son mejores que nuestras truchas…”
Perfectamente identificables se halla el cherne, el mero, las litorinas (moluscos de la especie Littorina sp.) y los clacos (clacas llamadas en la actualidad, crustáceos del grupo de los cirrípedos). Sin embargo, nos resulta complejo nominar al último de los animales, pues no creemos se trate de un pez (vertebrado) dadas las características que se mencionan. Muy al contrario, pudiera tratarse de algún invertebrado de la zona de charcos de marea (intermareal), de fácil visión, que por morfología se asimile a una holoturia (equinodermo) o una ascidia, tratándose por tanto de un error de identificación que dada la datación de la crónica es lógico deducir.
Asimismo, el trabajo de Aznar Vallejo (2003) El capítulo de Canarias en el islario de André Thevet resalta la importancia de la biomasa de ictiofauna “…prosiguiendo nuestro camino, comenzamos a encontrar todo el mar cubierto de pescado de todas las especies…” (página 837).
También en el mismo trabajo se hace una referencia a la Corriente de Canarias “.… y porque algunos podrían decirme que el frío del mar es causa de que la nieve se concentre sobre este monte (en relación al Teide), aunque la región sea cálida…” (página 849).
Siguiendo con el medio marino, ya Marineo Siculo (1460-1533) el humanista e historiador siciliano, profesor durante doce años en la Universidad de Salamanca, en su libro XIX (De las cosas memorables) del año 1530, en referencia a Canarias, habla de “…peces siluros y juncos en los ríos…” Algo erróneo, dado que la familia Siluridae (los llamados peces gatos de ríos continentales) no se halla en Canarias. Se trata de probable confusión con mugílidos o anguiliformes y por reflejar información (copiar) de cronistas anteriores.
Andrés Bernáldez (1495) en su obra Memorias del reinado de los Reyes Católicos, hablando de Lanzarote señala “…tiene muchos conejos e palmas y buenos pescados…” destacando la importancia íctica de la isla, que se mantiene en la actualidad. Según Domenico Silvestri (1335-1411?) escritor que formó parte (según algunos) del estudio Florentino, círculo literario instituido por Boccaccio de quien fue discípulo y amigo, al hablar de Canarias nos dice “….La isla Canaria tiene gran número de aves, arbustos, palmeras que producen dátiles y pinos. Posee cursos de agua salobres en las que abundan sabrosos peces…” Estos cursos de agua salobre (desembocaduras de barrancos) se hallaban provistas de abundantes anguilas (Anguilla anguilla) que hoy en día, debido a la acción antrópica, es más difícil encontrar.
Precisamente, en relación a lo anterior, es extraño la ausencia en yacimientos (hasta el momento) de restos de Anguilla anguilla, especie hoy en día considerada “vulnerable” toda vez que sabemos que dadas las condiciones climáticas, un grado o dos de temperatura ambiental menos que en la actualidad por esa época, según trabajos de predicción de Moberg (2005) y con los cauces de barrancos rebosantes de agua –al menos algunos- debidos a probables e intensas lluvias, no sería de extrañar la presencia en dichos cauces de estos curiosos peces, cuyas larvas realizan enigmáticos viajes que las vinculan entre el lejano Mar de los Sargazos, allá en el Atlántico Central, hasta las costas europeas guiadas, según recientes estudios, por el campo magnético terrestre (Cresci et al., 2017). En la actualidad, según el Banco de Biodiversidad de Canarias, las anguilas (Anguilla anguilla) se hallan en las islas de Tenerife, Gran Canaria y La Gomera, estando ausentes en El Hierro, La Palma y Lanzarote. Se hallan incluidas en el Anexo II, con la categoría de Vulnerable, BOC 112 de junio de 2010. Hay referencias de su existencia desde el siglo XVI y con diversas utilidades para los pobladores de las Islas.
Más tardío en tiempo, Vincenzo Coronelli (1650-1718) relata allá por 1696 “...el mar no es menos fértil (lo está comparando con el medio terrestre) en apreciados peces, baste decir que el esturión es tan común que alimenta a los pobres…” Evidentemente se trata de una errónea identificación, dado que este pez de agua dulce (Acipenser sturnio) en peligro de extinción, no está en Canarias. Creemos que pudiera deberse a una confusión con Anguilla anguilla o bien con alguna de las especies de lisas presentes en fondos lodosos, en aguas salobres, peces de morfología similar (con presencia de barbillones). Sobre todo si tenemos en cuenta que una lisa amarilla o especie afín, ya era mentada en algunos relatos del siglo XVI (ver Valentim Fernandes) cuando se hablaba de la manera de pescarla (con ayuda de delfines) en la costa de Arguín, y se secaba a modo de jarea. La especie abundante (al migrar) era muy valorada por su carne y por sus huevas (de ahí quizá la confusión en este texto de la época). Se hablaría de Liza aurata (Risso, 1810), llamada lisa amarilla o tabaga, considerada frecuente, demersal en aguas costeras, a poca profundidad (menos de 20 metros, por tanto de fácil visión y captura), y que se puede hallar en lagunas litorales (salobres). También de la especie Chelon labrosus presente en Canarias.
En relación a obras menos conocidas, señalar a Gaspar López Canario (médico y aventurero, secretario del duque de Osuna, que incluye en sus crónicas descripciones sobre fauna marina, hablando de pejeperros, cabrillas, viejas y tollos). Un ejemplar de su libro “In libros Galeni de temperamentis noui et integri commentari, in quibus fere omina quae adnaturalem medicinas partem spectant continentur“, escrito en latín, se encuentra en el Archivo del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario (Universidad del Rosario) ubicado en La Candelaria, Bogotá. Dicho volumen fue llevado desde España por un predicador del rey, llamado Fray Cristóbal de la Torre, en la segunda mitad del siglo XVII, existiendo otra copia en la Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid.
Dromedarios y conchas.-
Respecto a la presencia de dromedarios (Camelus dromedarius) es especialmente interesante. Según algunos autores, fue introducido entre 1556 y 1569, merced a las expediciones de Herrera a Berbería. Dicho animal se utilizaba para la roturación de tierras, aportando trabajo barato y preciso. En 1564, John Sparke se extrañaba ante los numerosos dromedarios, que la población utilizaba para alimentación, haciendo además velas con la grasa de las jorobas.
Según Mesa Hernández (2008), desde la época prehispánica las conchas marinas de Canarias tuvieron un gran significado para los habitantes de las Islas. Destacan el género Patella, los discos de Bolma rugosa (antes género Ostrea), Conus sp., ostrones (Spondylus senegalensis) o los burgados (ahora género Phorcus, antes Osilinus). Las conchas procedentes de Canarias se convirtieron –otrora- en un bien lucrativo pero ¿de qué especie se trataba? En relación a esto se han barajado diversas hipótesis: lapas (Patella sp.), caurí (Cypreaea sp.), ostrones (Spondylus senegalensis), Conus pulcher, Bolma rugosa, Phorcus sp.… No obstante, la importancia comercial (cualquiera que fuese la especie) no debió traspasar la primera década del siglo XVI, cuando entra en declive, de acuerdo con Rumeu (1996)….por la competencia de otros centros de exportación dentro del área del imperio lusitano, que las hizo innecesarias….
Respecto a las llamadas conchas coloradas, según puede leerse en el texto de Alonso de Santa Cruz (El Islario)….conchas coloradas tenidas en estima para rescatar en Guinea…cuando se habla de Lanzarote. Según el Dr. García-Talavera (com. personal) se trata del ostrón, Spondylus senegalensis, presente en fondos someros (hasta unos 10 metros de profundidad). Para este autor, el género Spondylus, tuvo en la Antigüedad una gran importancia. En las playas de las Islas, sobre todo en las orientales, suelen aparecer concentraciones de conchas de este género después de producirse grandes marejadas. Spondylus senegalensis vive en todos los archipiélagos macaronésicos y en la costa atlántica africana desde Marruecos hasta Angola. Muy valoradas antiguamente en regiones del interior del continente, como Malí o Burkina Fasso, eran hasta hace poco un símbolo de poder. Se sabe que antes de la conquista de las islas realengas, los portugueses comerciaban con tribus africanas en La Mina (Guinea), cambiando ostrones recolectados en Canarias y Cabo Verde por su peso en oro.
Referencias al clima.-
En relación al clima, según opinan algunos autores, caso de Martín Moreno (2010), ya a finales del siglo XVI se hablaba de una montaña en la isla de Tenerife, a la que denomina “pico de Terraira”, a la que únicamente se podía ascender en julio y agosto, porque los demás meses estaba cubierta de nieve (Jan H. V. Linschoten, Una breve descripción de las islas Canarias (1579-1592)) lo que significaría que, de acuerdo con dicha crónica, la cobertura nival tendría una duración permanente de diez meses en las fases iniciales de la llamada Pequeña Edad de Hielo (conocida con las siglas PEH, período frío que abarcó desde comienzos del siglo XIV hasta mediados del XIX y que puso fin a una era extraordinariamente calurosa llamada óptimo climático medieval (siglo X al XIV) con tres picos: sobre 1650, alrededor de 1770 y hacia 1850). Según Martín Moreno (op. cit) esta descripción sobre la duración de la nieve en el Teide coincide con los textos de un “tío del Licenciado Valcárcel” también del siglo XVI, hasta tal punto que tal vez estuviesen basadas unas en otras (práctica habitual, no obstante, entre los cronistas de la época). “… es Teide una montaña casi redonda y que arriba cubierta de nieve y así no se sube a ella sino es en el mes de julio y agosto que suben algunos ombres a sacar piedras de açufre de lo más alto della, dicen que es lo mejor que se save…”(Descripción de las islas Canarias en virtud de mandatos de SM: por un tío del Licenciado Valcárcel (siglo XVI) en Revista de Historia (La Laguna) nº 63, 1943. Aunque una de las fuentes más fiables del siglo XVI, la obra de Torriani (1590) no hace mención a la cobertura nival, sí señala las condiciones atmosféricas de la cumbre del Teide durante el verano. Este ingeniero no encontró nieve y por eso pudo ascender al Pico. Esto coincide con lo descrito por Scory que, en su obra de 1626, ya recomienda emprender la ascensión por mediados del estío, por no dar con los barrancos llenos de nieve. También Gaspar Frutuoso en 1590 habla de “…nieve en las cumbres hasta San Juan…” (hasta finales de junio).
Asimismo, en el trabajo ya mentado de Aznar Vallejo (2003) El capítulo de Canarias en el islario de André Thevet, se hace alusión a la climatología (página 849), cuando puede leerse en relación al Teide “…tiene ésta siete leguas de circuito y seis del pie a la cima. En todo tiempo está nebulosa, obscura y llena de grandes vapores y exhalaciones, y también de nieve, aunque no se vea fácilmente dado que se aproxima más que las otras a la región del aire…”
Respecto a otras menciones, en Anónimo Salazar (1550) se puede leer…tiene una sierra muy alta (en referencia a Tenerife) que está nevada todo el año…
Interesante, por otro lado, la reseña de Martín Ignacio de Loyola, sobrino de Ignacio de Loyola quien, en 1581, en ruta hacia Filipinas y China y habiendo hecho escala en Canarias, nos describe su impresión de Tenerife “…no se puede subir al Teide salvo en julio y agosto, el resto del año hay nieve. Desde la cima, con buen tiempo se pueden ver las siete islas…”
René Goulaine de Laudonnière (1529-1574), explorador francés y hugonote que, en 1564, organizó una expedición a Fort Caroline (Florida), de su paso por Canarias relata “…escarpado como un pico (se refiere al Teide) y a la parte superior no se puede subir si no es desde mitad de mayo hasta mitad de agosto, debido al frío que hay el resto del año. Lo vimos cubierto de nieve y era 5 de mayo…”
Guillaume Coppier en su Histoire et voyage des Indes occidentales et plusiers autres régions, en torno a 1645, expresa respecto a Tenerife lo siguiente “… llegamos a la isla de Tenerife donde hay una montaña inaccesible con una cumbre escarpada que respira incesantemente humo mixto a llamas y llamas mixtas a humo y no dejan estos valles de ser por lo ordinario llenos de nieve, aunque se encuentre en clima cálido…”
Pero no son las únicas alusiones sobre esta nieve permanente en el Teide. Otros cronistas la señalan para cumbres de otras islas, como es el caso de La Palma. Alonso de Santa Cruz en el Islario general, páginas 348 y 349, describe las montañas de La Palma (a mediados del siglo XVI) como una gran sierra, casi siempre cubierta de nieve. En 1627 (casi cien años después) el cuaderno de noticias del archivo del marqués de Guisla, titulado Cosas notables, habla de una gran nevada acaecida el 27 de diciembre “…llovió en esta isla un aguacero tan grande con el cual cayó tal cantidad de nieve que se hicieron y congelaron torales tan grandes como pipas, y en lo que hay más que reparar es que en la costa de la mar nevó en la forma dicha…” (Noticias para la historia de La Palma, tomo I, 1987). En relación a lo mentado, algunos autores creen que se hace alusión a granizo, no a nieve. Según Martínez de Pisón (fide Martín Moreno, 2010) cuando los europeos llegan a Canarias en el siglo XVI se encuentran unas islas con vegetación propia de periodo climático óptimo.
Según algunos estudiosos, parece que durante la Pequeña Edad de Hielo (PEH) se produjo un descenso térmico, lo que se tradujo en un sensible incremento de las precipitaciones nivales en zonas altas. Además la presencia de nieve en el pico del Teide queda mencionada en la práctica totalidad de las crónicas de los viajeros durante los siglos que abarca la PEH. La mayoría de ellas describen un manto nival regular, al menos durante la mitad del año, cuando no lo hacen durante periodos superiores de hasta diez meses. Según Martín moreno (op. cit.) es posible que, durante la PEH, Canarias estuvo más afectada por sistemas atlánticos de origen SO que en la actualidad y no tanto por los alisios, lo que repercutió, junto al descenso térmico, en incrementar las precipitaciones en forma de nieve en zonas elevadas de las Islas. Sin embargo, otros autores (Martínez de Pisón et al., 1995) señalan que no habría que suponer un cambio cualitativo en las condiciones climáticas en los altos de Tenerife durante la PEH. Según estos investigadores, no parece que se modificara el régimen pluviométrico y la nieve sería consecuencia de un ligero descenso térmico, únicamente apreciable en las áreas más elevadas de montañas…Ahí lo dejamos.
Es curioso destacar algunas referencias al mal de altura, en este sentido Thomas Sprat (1560) expresa que durante su subida a las cumbres de Tenerife “…nuestros compañeros (de viaje) se pusieron pálidos, enfermos, sufriendo trastornos con vómitos y calenturas…” o al llamado “sombrero del Teide”, detallando el mismo autor “…cuando sopla viento del noroeste, las nubes envuelven al Teide. A esto le llaman sombrero y es pronóstico seguro de tormentas…”
Materiales geológicos.-
En el aspecto geológico hay numerosas menciones en relación a productos de origen volcánico que se sacan de las Islas con distinta finalidad. Así, en Anónimo Salazar (1550) puede leerse…”Se recoge arena muy negra, menuda, que sirve de polvos de cartas a manera de limaduras de azero…” “….piedra cufre muy fina….” También González de Mendoza (1580) expone…”se coge en la cumbre de este cerro toda la piedra azufre que viene a España…que es mucha cantidad…” (referencia al Pico del Teide). J. H. Von Linschoten (1610) escribe “…se encuentran piedras de azufre que son enviadas a España…”
Asimismo, del trabajo de Aznar Vallejo (2003), El capítulo de Canarias en el islario de André Thevet (1503-1592) cabe señalar lo que escribía el franciscano explorador y cosmógrafo sobre material geológico (página 852) “…En ella se encuentran piedras porosas como esponjas, muy ligeras si se considera su proporción, de las que por curiosidad traje algunas, junto con otras muy raras, que todavía están en mi despacho. Estas piedras tienen un olor sulfuroso, lo que procede de la naturaleza del lugar, que es una mina de sulfuro…” Precisamente, según Aznar Vallejo (op. cit.), las posibilidades mineras del Teide alentaron –erróneamente- grandes esperanzas, aunque nunca tuvieron consistencia real. Caso de la concesión en 1515 de las minas de oro, plata, alumbre… de la Sierra del Teide, a favor de los licenciados Zapata y Aguirre (Aznar Vallejo, 1981).
Conclusión.-
Para concluir, la historia natural, tal y como la abordaron los europeos a partir del siglo XVI, se presenta como una fascinación por lo lejano, raro y desconocido. Precisamente, Canarias no estuvo ajena a esta curiosidad e interés que –evidentemente- no sehallaba exclusivamente enmarcada en el estudio de la naturaleza, sino que tenía un enfoque comercial. Sin embargo, las Islas iban a tener, especialmente a partir del siglo XVIII, un papel muy importante en el campo de la observación científica, convirtiéndose en destino deseado para toda suerte de expediciones, investigadores y naturalistas que encontraron -en el Archipiélago- el laboratorio donde dar rienda suelta a su pasión por la naturaleza, impactados, diríase subyugados, por una natura canaria que hoy soñamos –otrora- tan fascinante o más que en la actualidad.
* Fátima hernández Martín es directora del Museo de Ciencias Naturales de Tenerife