Cruzo la puerta de un edificio neoclásico del siglo XVIII de grandes ventanales y elevados techos. Una pieza escultórica de sólida apariencia y formas sinuosas marcan el camino hacia un pasillo ampuloso que se abre al reflejo de la luz y los cristales de la escalera principal. Subo los escalones del primer piso, hago una pausa para recobrar el aliento, y continúo hacia el segundo. Viajo por el archipiélago canario a través del tiempo y me adentro en un espacio de piezas sin vida −algunas originales; otras, magistrales copias− que han quedado atrapadas en el pasado para continuar formando parte del futuro.
Criaturas de tiempos pretéritos —inertes, silueteadas o en su propia esencia— se agrupan en vitrinas, clasificadas por criterios científicos y estéticos, para el deleite del ojo y la mente del visitante. Unas pisan tierra firme; otras, provienen del mar. Algunas son de naturaleza blanda, flexibles y amoldables; y, otras, de rígida carcasa y movilidad controlada. Las hay que proceden de otro reino y que carecen de movimiento alguno. Nacen de la tierra y se alimentan del sol. Artística y delicadamente se congela su figura en el tiempo. Y los que jamás han sentido un atisbo de vida en su ser compiten, igualmente, con el resto por la perpetuidad.
Truncado su ciclo vital, estos seres aceptan impávidos e inmóviles su destino: quedar para siempre atrapados en la linealidad temporal, como capturados por una instantánea que perdura eternamente.
De repente, enormes y arcaicos especímenes me asaltan mientras me aproximo al final de la sala. Seis millones de años se me caen encima de golpe. Un objeto ovoide de considerables dimensiones y dudosa procedencia llama mi atención. ¿A qué clase de ave primitiva y salvaje perteneció este zigoto, germen de vida y sustento? Me asomo al pasado en busca de respuestas. Hurgo y escarbo y no resuelvo el dilema. Entonces mi imaginación se dispara. Polimnia y Calíope me acompañan ahora en este viaje. Voy de isla en isla caminando sobre el mar y sobrevolando sus tierras. El paisaje y el misterio me subyuga, me embelesa. Gigantismo y terrenos abruptos y escarpados asoman a cada paso que doy. Árido escenario el que se presenta ante mí; aun así, hay mucha hierba que cortar… Y allí me quedo, con ellas, atrapada para siempre en el tiempo.
Carmen Nuria Prieto Arteaga
Departamento de Difusión y Comunicación