Los objetos arqueológicos dejados por los primeros habitantes de Egipto muestran su paulatina evolución desde una sociedad de cazadores-recolectores semi-nómadas a otra más propia de agricultores sedentarios. El primer periodo, denominado Predinástico, puede situarse aproximadamente entre los años 4000 y 3100 a.C. y abarca las etapas comprendidas entre el final del Neolítico egipcio y las épocas propiamente históricas en las que se desarrollaron los sucesivos periodos dinásticos y sus correspondientes periodos intermedios. Los precedentes neolíticos están representados por los restos encontrados en el Sur (hacia Jartum) y en el Norte (con las culturas de El-Fayum). En esa época existía una intensa actividad agrícola y ganadera que dio lugar a poblados de cabañas y tumbas con abundantes ajuares funerarios, objetos de adorno y amuletos. También se remontan al Neolítico las expresiones más antiguas del arte rupestre egipcio, abundantes sobretodo en la zona de Luxor.
El periodo Predinástico egipcio
Durante el Predinástico, en que comienza el Calcolítico o Edad del Cobre, la población se expandió por una extensa área desarrollándose la agricultura de irrigación, la metalurgia del cobre y del oro. Además, se definieron las convenciones artísticas del futuro arte faraónico y se produjeron los primeros intentos de unificación del Alto y el Bajo Egipto.
El ámbito arqueológico de esta etapa ha despuntado por el hallazgo de restos de asentamientos bien organizados, así como diversos materiales asociados a enterramientos sepulcrales. Este ajuar, que era depositado junto al cadáver, ha permitido la conservación de gran cantidad de efectos personales, como cerámica, útiles diversos y armas. Los vasos cerámicos podían carecer de decoración, aunque también se solía ornamentar con pinturas que reflejaban la naturaleza, vida y costumbres de la época. Entre los motivos representados se incluyen imágenes de pájaros y otros animales característicos de las zonas próximas al Nilo. Al final del Predinástico aparecen incluso minuciosas representaciones de embarcaciones con remeros sobre las aguas del río. El cobre forjado se utilizó en pequeñas cantidades para la elaboración de collares y herramientas; aunque lo más habitual fue que la mayoría de los utensilios se realizasen en piedra también se tallaron pequeñas esculturas y figurillas de marfil, hueso y arcilla.
El despliegue del periodo Predinástico
El periodo Predinástico, situado cronológicamente –como ya mencionamos– entre los años 4000 y 3100 a.C., se subdivide por lo general en tres subperiodos denominados Temprano, Medio y Tardío, cada uno de los cuales está vinculado con la tipificación de los yacimientos en los que se encontraron sus materiales arqueológicos más representativos: Badariense, Amratiense y Geerziense, que han permitido una datación cronológica amplia y extensa en dos grandes fases: la primera entre 4000 y 3500 a.C. y la segunda entre 3500 y 3100 a.C. Si bien, más concretamente, destacan los importantes hitos arqueoculturales de Nagada (I y II), Meadi y Geerziense (I y II), con las específicas vinculaciones y correspondencias del Predinástico.
A partir de los hallazgos arqueológicos sabemos que Nagada, situada a 26 kilómetros de Luxor, fue el núcleo de uno de los primeros protoestados del valle del Nilo. Su necrópolis, la más grande de las conservadas de esta época, está acompañada de otro cementerio de menor envergadura asociado a los restos de las familias gobernantes. Esto ha permitido inferir la presencia de una sociedad estructurada de forma jerárquica. Nagada II coincide cronológicamente con el yacimiento de Meadi en el Bajo Egipto, donde se verá por primera vez el cobre y una producción cerámica abundante y depurada. De hecho, Meadi fue un punto de paso en las rutas comerciales de los habitantes del Sur en su camino hacia el Sinaí y Palestina, o bien una provincia perteneciente a Nagada II.
Pero fue la cultura Geerziense la que terminó por imponerse en todo el territorio, llevando a cabo el proceso de unificación política de Egipto. De hecho se sabe que sus integrantes mantuvieron frecuentes contactos con las sociedades del entorno mediterráneo y con los antiguos libios, y que usaban un tipo de arcilla que daba como resultado piezas cerámicas de tonos amarillentos y grises con motivos ornamentales naturalistas (fauna, especies vegetales, figuras antropomorfas, embarcaciones,…). Las representaciones humanas, así como los restos pictóricos murales encontrados en una tumba de Hierakónpolis, ya presentaban algunos de los convencionalismos que serían constantes en el arte faraónico.
Los hallazgos arqueológicos demuestran que al final del periodo Geerziense (3200 a.C.) surgió una fuerza política dominante que llegó a convertirse en el elemento de consolidación del primer reino unificado del antiguo Egipto. De hecho, el jeroglífico más antiguo que se conoce data de este periodo. A partir de entonces los nombres de los soberanos empezaron a aparecer en los monumentos.
Si bien los egiptólogos han sostenido que durante todo el periodo Predinástico tuvo lugar una evolución sociocultural lineal, constante y continuada, las investigaciones recientes sobre el mundo funerario han permitido afinar mucho más estas aseveraciones. Hoy sabemos que en el Predinástico Medio (Amratiense o Nagada I) tuvieron lugar grandes cambios, consistentes en una mayor estratificación social, una modificación sustancial en la orientación de los cadáveres que podría indicar cambios en las creencias religiosas, una marcada disminución en los porcentajes de subadultos en las necrópolis atribuida a unas mejores condiciones de vida y menor mortalidad infantil, la aparición de ataúdes de madera que comenzaron a reemplazar a las simples esteras en que se envolvían los cuerpos anteriormente, y la morfología rectangular de las tumbas que sustituyó poco a poco a los óvalos y hoyos primitivos aumentando no sólo su tamaño sino la riqueza cualitativa y cuantitativa del ajuar funerario.
Por lo tanto, la estratificación social muestra que las distribuciones igualitarias en el tamaño y la riqueza de las tumbas del Predinástico Temprano se sustituyeron por una disposición alternativa en el Predinástico Medio, consistente en una multitud de sepulturas pequeñas y escasamente dotadas que contrastaban con un reducido grupo de grandes y ricos enterramientos ocupados por miembros destacados de la sociedad. Esta situación se fue incrementando progresivamente con el tiempo en todo Egipto.
El desarrollo de la Época Histórica
El comienzo de la Época Histórica suele situarse hacia 3100 a.C., cuando se produjo la unificación política atribuida a Narmer de los dos reinos existentes en Egipto desde 3400 a.C. Así pues, el reino del Sur o Alto Egipto, con capital en Hierakónpolis, conquistó el reino del Norte o del Bajo Egipto, con capital en Buto. De esta forma, Narmer se convirtió en el primer rey de las treinta dinastías que gobernarían Egipto durante los siguientes 3.000 años. El centro de este reino unificado se estableció en Tinis (cerca de Abydos), por lo que las dos primeras dinastías recibieron el nombre de Tinitas. El final del reinado de Narmer marca un punto de inflexión en lo que se refiere al comienzo del periodo Dinástico Antiguo (2920-2649 a.C.).
En este periodo se conformó un Estado centralizado sometido a la autoridad de un Rey-Dios, apoyado en una eficiente jerarquía de funcionarios cuyo epicentro del poder fue establecido en Hierakónpolis mientras el centro de culto más importante estuvo emplazado en Abydos, que como ya mencionamos se remontaba al Predinástico. En esta época se realizaron obras públicas, como diques y canalizaciones, que permitieron el desarrollo de la agricultura y la transformación de la economía.
Si bien las fuentes literarias coinciden en señalar a Menes como el primer faraón del Egipto unificado, los datos arqueológicos no mencionan a ningún soberano con ese nombre. Por tanto, actualmente se considera que hubo una unificación como resultado de una conquista del Norte por el Sur, sin duda muy lenta y obra de varias generaciones sucesivas y no de un rey en concreto. El territorio agrupado sería un conglomerado de reinos que, a su vez, provendrían de distritos precedentes. Como cada uno de ellos había adoptado un dios protector, sentaron las bases de lo que luego sería el panteón egipcio.
En definitiva, la transición del periodo Predinástico al periodo Dinástico Antiguo está relacionada con el proceso de unificación del Alto y el Bajo Egipto, consecuencia lógica en unas comunidades en las que el nacimiento del Estado estaba a punto de producirse aunque con diferentes ritmos. Así, mientras en el Alto Egipto existía una mayor unidad y potencialidad, en la zona del delta las agrupaciones estaban segmentadas en pequeñas comunidades independientes.
El primer gran centro de poder tras la unificación política de Egipto se estableció en Hierakónpolis, importante enclave urbano situado en la región más meridional del Alto Egipto que puede ser considerado la cuna de la monarquía egipcia. Y aunque su tamaño era más reducido del que poseía en la época predinástica llegó a alcanzar una mayor densidad y actividad que en aquella etapa.
La pieza arqueológica más llamativa de este periodo, por su calidad, significado y estado de conservación, es la Paleta del Rey Narmer, a quien se considera el aglutinador del Alto y el Bajo Egipto. Es el primer objeto de carácter monumental del arte egipcio y aunque su tamaño no sobrepasa los 66 centímetros de alto su mensaje es lo suficientemente solemne como para testimoniar su carácter conmemorativo. Pero, además, no sólo supone un documento histórico excepcional sino que destaca como una fuente primordial para las artes plásticas, dado que aparecen definidos con claridad algunos de los convencionalismos desarrollados en las siguientes etapas del mundo egipcio: la perspectiva jerárquica, la ley de frontalidad y la disposición de la narración en registros bien diferenciados.
Las estelas funerarias son otras expresiones importantes de las primeras dinastías y se consideran monumentos a gran escala que tuvieron gran proyección en el arte faraónico. Las excavaciones arqueológicas realizadas en Abydos han sacado a la luz numerosas estelas pertenecientes a tumbas reales de altos dignatarios y de nobles, vinculadas en su mayoría a la II Dinastía.
El desarrollo urbanístico es también otro de los rasgos que caracterizan los primeros momentos del periodo Dinástico en consonancia con el surgimiento del Estado. Junto a la ya citada Hierakónpolis destacan los enclaves de Abydos y Saqqara, como hitos de gran importancia arqueológica para el estudio de los edificios y las tumbas de esos momentos.
Pero, Egipto quedó dividido otra vez tras la disolución del Imperio Antiguo, transcurriendo más de un siglo hasta que se produjo otro proceso de unificación y pacificación. De nuevo fue el Sur quien tomó la iniciativa, siendo Tebas el gran enclave económico y administrativo de la siguiente Dinastía. Los nuevos soberanos trasladaron la capital a Ith-tawy al Sur de Menfis, como consecuencia de la necesidad de controlar el país desde una posición geográficamente estratégica. Sin embargo, una serie de dificultades relacionadas con la producción agraria acabaron con la disolución de esta Dinastía, iniciándose el denominado ‘Segundo Periodo Intermedio’. Esta etapa convulsa de la historia de Egipto viene caracterizada por una época de agitación interna y por la invasión de los Hicsos.
Los numerosos gobernantes de esta fase mantuvieron la capital en Ith-tawy, aunque el centro espiritual más importante volvió a situarse en Tebas, donde se continuó registrando actividad constructiva al ampliarse y restaurarse templos precedentes. Tal fue la importancia de Tebas que la Corte se trasladó ocasionalmente a esta ciudad.
A nivel general, la casi absoluta falta de documentación conservada de este periodo hace difícil un análisis pormenorizado. De hecho, ni siquiera las tumbas de los faraones resultan de gran interés dado que fueron excavadas en la roca de forma modesta y poco relevante, salvando la presencia de algunos ajuares funerarios tallados en madera.
Los Hicsos ya eran conocidos por los egipcios con anterioridad a la invasión que promovieron, dado que estaban asentados en Egipto desde el Imperio Medio y formaban parte del ejército. Se sabe que un lento proceso de inmigración reforzó su presencia en la zona del delta, de forma que cuando los contingentes Hicsos irrumpieron violentamente allí se vieron favorecidos por la debilidad y la decadencia del gobierno. Una vez asentados tras la invasión, convirtieron Menfis en su centro de poder principal. Durante los más de cien años de estancia de los Hicsos en el Norte, el Sur de Egipto se mantuvo independiente hasta que uno de sus príncipes tebanos inició la campaña militar para recuperar el delta que desembocaría en la reunificación territorial con la que se inició el Imperio Nuevo.
Conclusión
En síntesis, puede observarse que muchas de las formas de organización económica, social y política, así como de la ocupación del territorio, las concepciones estéticas, artísticas, prácticas funerarias y creencias de la Época Histórica se originaron mucho antes de la primera Dinastía. Esto es, sitúan sus antecedentes inequívocos en el periodo Predinástico. De ahí la gran importancia que tiene conocer esta fase y su influencia en las posteriores. En este sentido las piezas depositadas en el MNH procedentes de yacimientos arqueológicos como Hut, Hierakónpolis, Mikra, Abydos y Esna, entre otros lugares, no sólo suponen una muestra de sus ajuares funerarios sino que contribuyen a contextualizar la explicación de una parte destacada de la evolución de la Arqueología del antiguo Egipto.
Bibliografía
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Wilkinson, T. «State formation in Egypt, Chronology and Society» BAR, 651. 1996.
Dr. José Juan Jiménez González
Conservador del Museo Arqueológico de Tenerife