Los antiguos usaban cinco palabras para denominar a todos aquellos seres extraordinarios, extraños, que ellos creían habitaban la llamada Tierra ignota, la que aún no había sido descubierta: portentos, ostentos, monstruos, prodigios y maravillas. Términos que se usaban para explicar todo aquello que anunciaba, manifestaba, mostraba, predecía y maravillaba. San Isidoro de Sevilla en su Libro de las Etimologías (XI) habla ampliamente de ellas, de sus orígenes e importancia.
Hay que recordar que ya la imaginería tardomedieval y renacentista estuvo repleta de enigmáticas figuras que llenaban con profusión los márgenes de las obras de arte, de ahí el nombre de marginalias con el que se les conocía. Estaban presentes en columnas, capiteles, puertas, vidrieras, sillería de coros, bordes de manuscritos, códices, mapas… Los artistas -muchas veces a instancias de la autoridad – usaban estos seres fantásticos con finalidad moralizante y, además, a los autores les servía para dejar volar su imaginación sobre el poblamiento que se suponía en otros espacios.
Pero ¿cuál fue el origen de estos seres imaginarios? Su génesis hay que buscarla en tradiciones orales y escritas que se pierden en la noche de los tiempos, en Mesopotamia, Egipto, la tradición hebrea, para con el paso de los siglos llegar hasta Grecia y Roma, que los adoptan, adaptan, modifican y los envuelven en contextos y paisajes concretos. Desde allí se instalaron en el acervo cultural europeo, en la Baja Edad Media especialmente, donde formaron parte de la literatura de aventuras. Con el transcurrir del tiempo, cuando el hombre ya más racional, con una ciencia clasificadora y rigurosa que excluía todo aquello que no se podía comprobar, se da cuenta que el mundo que va descubriendo no contiene estos seres, que no existen, se resiste y los relega a aquellos enclaves que aún siguen siendo enigmáticos: Sudamérica, Antártida, Australia, el centro de la Tierra o el firmamento.
Pero quedaba el océano… y ahí concentró la mayoría de sus temores, miedos, suposiciones y fobias. Y a pesar de que en los siglos XV y XVI (época de los llamados Grandes Descubrimientos) el hombre empieza a navegar por nuevas rutas y a utilizar aparatos científicos más sofisticados que le ayudan en esa navegación, sigue sintiendo un pavor indescriptible respecto a los enigmas que intuye encierran los abismos oceánicos, sobre todo si tenemos en cuenta que la Oceanografía (como disciplina oficial) no adquiere auge, no empieza a despuntar hasta el siglo XIX, cuando se estudian con mayor profusión los fenómenos y seres que escondían las aguas.
El Atlántico norte, denominado –mar tenebroso– fue a principios del siglo XVI el más temido de los mares conocidos y surcados y, por tanto, el escenario natural en el que se ubicaron los monstruos marinos más terribles. Paradigma de todos ellos fue La ballena en todas sus formas, bajo diferentes aspectos. Su leyenda se remonta al mito bíblico de Leviatán, un ser con silueta de serpiente y pez que era el símbolo del Mal y que luchaba permanentemente contra el Bien. Cabe mencionar aquí curiosos personajes como el cosmógrafo Sebastian Münster, el obispo sueco Olaus Magnus o el geógrafo y humanista Abraham Ortelius, autor del primer atlas mundial que bajo el título “Thetrum orbis terrarum” fue publicado en 1570, por citar solo algunos autores en torno a este siglo y anteriores que reunieron una extensa e imaginativa cantidad de prodigios marinos.
Y así, capitanes, navegantes, aventureros, corsarios, pescadores, entre lo que creían ver en ocasiones en la superficie del agua -a veces después de tediosos días de navegación- lo que realmente sucedía como fenómeno biológico y lo que contaban al llegar a tierra, en los puertos, a familiares, amigos, en mansiones, palacios, tabernas y pueblos del interior, gestaron una mitología náutica -tan importante- que algunos de estas leyendas perduran hasta la actualidad. Así se hablaba de sirenas, tritones, nereidas, caballos de mar que guiaban a Neptuno, medusas gigantes, serpientes marinas, unicornios oceánicos, ballenas de luna, sangre en el mar, enfermedades de las aguas, vacas del Ártico, calamares colosales, Leviatanes de los mares…
Todos han formado parte de la disciplina conocida como criptozoología, otros –muy pocos evidentemente- con el tiempo y estudios serios han sido validados por la ciencia, que ha encontrado para ellos una explicación razonable, caso de los calamares colosales.
De muchos de estos asuntos, si lo desean, les iré relatando en sucesivos artículos, porque da mucho juego para hablar (escribir). Mientras tanto miremos hacia atrás un instante, hacia los relatos extraordinarios que nos han cautivado desde niños, pero sin perder el objetivo que nos debería mover hacia el futuro, es decir, sin abandonar completamente esa fantasía, ir creando entre todos un mundo cada día con menos monstruos, pero pleno de prodigios y maravillas…¿difícil?
Dra. Fátima Hernández Martín
Conservadora del Museo de la Naturaleza y El Hombre