Los insectos comúnmente conocidos como avispas son himenópteros –término que significa alas membranosas– de la familia de los véspidos, dotados de la mundialmente conocida “cintura de avispa” o, lo que es lo mismo, con un notable estrechamiento entre el tórax y el abdomen. Sus hábitos predadores se ven favorecidos por la presencia de un aguijón, que surgió en determinado momento de la evolución de los himenópteros a partir del órgano inicial para la puesta de huevos (ovopositor) y que está especializado en la defensa del individuo y paralización o muerte de la presa.
La conducta social que despliegan las avispas comunes, con presencia de diversas castas de individuos en la colonia, las sitúa entre los insectos más evolucionados en cuanto al comportamiento animal, y es, asimismo, responsable de que las distintas especies sean muy frecuentes en la naturaleza por el gran número de individuos que pueden albergar los avisperos, que llegan a alcanzar los 5.000 en el caso de la avispa alemana (Vespula germanica), también conocida como “chaqueta amarilla”, una de las dos especies de avispas sociales autóctonas de Canarias.
Junto a ellas existen en Canarias 123 especies y subespecies autóctonas de avispas solitarias –también predadoras– de las cuales nada menos que 63 (más del 51%) son endémicas, con mayor o menor representación en cada una de las islas del archipiélago.
Además ocurre que Canarias, las Islas Afortunadas, también goza del “infortunio” de la gran fragilidad ecológica inherente a la insularidad y no tolera la intromisión de especies foráneas en ninguno de sus ecosistemas, so pena de un desequilibrio que, en el mejor de los casos, puede tomar cariz de plaga y que, la mayoría de las veces, pasa desapercibida a no ser que afecte directamente al hombre o a cualquiera de sus actividades. De esta forma, hemos presenciado la introducción de especies invasoras de la talla de la mosca blanca de plantas ornamentales y cítricos, realmente una combinación de dos especies fitófagas (Aleurodicus dispersus y Lecanoideus floccissimus) actuando conjuntamente, lo que ha dificultado aún más la forma de combatirla con éxito; o el picudo rojo de las palmeras (Rhynchophorus ferrugineus) que ha causado estragos irrecuperables en las islas (Fuerteventura, Gran Canaria y Tenerife) desde su introducción en 2005 en el archipiélago, después de haber hecho lo propio –fue detectado por primera vez en 1994, en Granada– en magníficos palmerales peninsulares, algunos como el de Elche, declarado patrimonio cultural de la humanidad y el mayor palmeral de Europa.
Aunque en estos dos casos señalados las introducciones han sido propiciadas involuntariamente por el hombre, el poblamiento natural del territorio insular continúa produciéndose en nuestros días y así nos ha llegado, por ejemplo, procedente del norte de África la gran avispa alfarera Delta dimidiatipenne, descubierta en Fuerteventura a principios de los años 90 y que, con posterioridad, avanzó progresivamente hacia las restantes islas, de forma que hoy ha colonizado con éxito el bloque centro-oriental del archipiélago, construyendo su nidos con barro –de ahí el nombre común– incluso en edificaciones de núcleos urbanos. Del mismo modo, en los últimos años ha sido notoria la introducción, espontánea según los datos actuales, de una especie muy temida por los apicultores y descubierta a través de esta actividad: la avispa lobo de las abejas (Philanthus triangulum ssp. abdelcader).
El nombre común de la especie habla por sí mismo de su biología, pues el lobo de las abejas se dedica a cazar a las obreras mientras están colectando néctar y polen para abastecer la colmena. Tras una lucha encarnizada, debido probablemente a su menor tamaño corporal frente a la talla de la abeja melífera, logra aguijonearla en una zona membranosa, por lo general entre los segmentos del abdomen, dejándola paralizada al instante y trasladándola en pleno vuelo al nido, que construye en terrenos arenosos. Una vez realizado este proceso con tres o cuatro abejas, la avispa lobo deposita un huevo, del cual eclosionará una larva que las devorará por completo.
Dado que la apicultura está muy extendida en el archipiélago, esta avispa, sin enemigos naturales declarados, se ha expandido de igual forma y rápidamente por todos los lugares de Tenerife (también en La Palma, según datos de apicultores locales) y, en la actualidad, supone el mayor peligro que amenaza a la apicultura, con los subsiguientes daños que podría acarrear a la economía vinculada a ella. Para mayor gravedad, en la península ibérica también ha sido constatada la depredación de la avispa lobo sobre diversas especies de abejas solitarias, con lo cual tampoco está libre de peligro esta fauna autóctona canaria, representada actualmente en Tenerife por 60 especies y subespecies de abejas solitarias, con un porcentaje de endemismo que supera el 68%.
Pero, sin duda, el gran riesgo que supone la posible introducción de especies foráneas en los ecosistemas insulares no acaba aquí. En el año 2004 se introdujo en Francia, al parecer en una carga procedente de China y con destino a un importador de Burdeos, la avispa asiática Vespa velutina. Posteriormente, en 2010, la presencia en España de esta especie, oriunda del sureste asiático, fue detectada en Irún (Guipúzcoa), desde donde invadió Navarra, Castilla y León, Galicia y Cataluña, habiéndose constatado también su presencia en la actualidad en algunas localidades portuguesas.
No obstante, existe una gran confusión a nivel popular entre esta especie (Vespa velutina) y el avispón asiático gigante o avispón japonés (Vespa mandarinia), llamado también avispón del infierno, mucho más agresivo –no solo con las abejas sino también con el hombre– por su potente veneno y aguijón, que puede sobresalir hasta un centímetro del ápice del abdomen. Se trata del avispón gigante que en los primeros días de octubre protagonizó los informativos en diversos medios de comunicación por las muertes causadas en el centro de China, coincidiendo con la formación de enjambres con vistas al apareamiento de la especie. Es una de las avispas más grandes del planeta, con medidas que alcanzan en las reinas los 5 cm de longitud y 7.5 cm de envergadura alar, y además fácilmente reconocible frente a otras avispas por la cabeza amarilla y las patas totalmente negras. En cambio, la avispa asiática invasora en la península (Vespa velutina) destaca por la coloración muy oscura del cuerpo –se trata de la subespecie nigrithorax– con las patas extensamente manchadas de amarillo, lo que permite su rápida identificación.
La abeja de la miel propia del sureste asiático (Apis cerana) ha desarrollado una estrategia de defensa y supervivencia frente a los ataques de estas avispas, ya que han evolucionado juntas. Generalmente, las avispas cazadoras exploran el entorno en busca de colmenas y, tras encontrarlas, las marcan con una feromona especial que atrae a otras avispas exploradoras de zonas cercanas, que terminarán atacando masivamente a la colonia. Cuando las abejas descubren a una de estas avispas exploradoras merodeando, intentan obligarla a entrar en la colmena, donde inmediatamente es rodeada por centenares de abejas que forman una especie de “bola viva” a su alrededor y que comienzan a incrementar la temperatura en el interior de esa masa viva hasta unos 45ºC, a base de repetidos movimientos de las alas y del abdomen. El avispón explorador termina muriendo por asfixia e hipertermia, ya que su límite térmico ronda los 46ºC. Lo más asombroso es que el límite térmico de la abeja melífera oriental está entre los 48-50ºC y, aún así, estos insectos se exponen a su propia muerte por la defensa de la colonia. La gravedad del asunto está en que la abeja de la miel europea (Apis mellifera), nativa de zonas donde la avispa asiática no existe por naturaleza, no ha desarrollado tal estrategia de supervivencia para evitar la devastación de sus colonias.
Gloria Ortega Muñoz, Conservadora de Entomología del Museo de la Naturaleza y el Hombre.