Al enfrentarnos a los contenidos del manuscrito conservado en la biblioteca municipal de aquella ciudad normanda, acertamos a comprender que no nos encontramos ante una crónica, propiamente, ya que en sus últimos capítulos – desde el XCI hasta el final – se advierte la intervención posterior de otros autores que no fueron testigos presenciales de los hechos narrados. En Le Canarien, grosso modo, se narra la conquista de Lanzarote y Fuerteventura, pero también se habla de la impartición del catecismo por aquellos frailes franciscanos que acompañaron a Béthencourt y demás conquistadores, tema este último común en los libros de viajes y de descubrimiento tan comunes durante la Edad Media, especialmente durante la Baja Edad Media, hasta el punto de convertirse en un patrón o modelo a seguir dentro de este género o, si se prefiere, subgénero.
Sin embargo, este habitual desarrollo narrativo se ve truncado cuando, en el capítulo LIII, se hace mención a un supuesto itinerario – descrito en un libro escrito por un supuesto fraile franciscano español – hacia Etiopía, la región donde moraba el mítico Preste Juan. De repente, nos damos cuenta de que nos hemos topado con otro libro dentro del libro, un extraño que no encaja ni con la coherencia del esquema narrativo ni tampoco con el eje temporal, habida cuenta de que este enigmático personaje es dado a conocer por vez primera por Otón de Frisinga, un obispo y cronista del siglo XII. Se dice justo al comienzo del manuscrito B de Le Canarien [folios 36 recto – 37 recto] que “nadie debe asombrase de que el señor de Béthencourt haya proyectado llevar a cabo una empresa como la conquista de estas islas, pues muchos otros han acometido en el pasado empresas igualmente insólitas que terminaron con éxito […] Y Béthencourt, que, […] ha visto y examinado todas las islas, así como toda la costa de los moros y del estrecho de Marruecos cuando venían hacia las islas, dice que si algún noble príncipe de Francia o de otro reino quisiera emprender alguna gran conquista por aquí, sería algo muy factible y muy razonable y se podría hacer con pocos gastos […] Los infieles son de tal condición que carecen de cualquier tipo de armadura y de estrategia […] y no pueden recibir socorro de otro pueblo, pues los Montes Claros, extraordinariamente altos se encuentran entre ellos y los berberiscos, que les quedan muy distantes […] también se podría tener noticias del Preste Juan…”. Adviértase que los normandos hablan del preste Juan como un personaje contemporáneo a ellos, hecho que no coincide con el personaje descrito por el obispo de Frisinga. Ante la evidencia de tal anacronismo, debemos remitirnos entonces a todos los relatos de viajeros medievales conocidos en los que se hace referencia a aquel patriarca de Etiopía, véanse los Viajes de Marco Polo (1299), Los viajes de Sir John Mandeville (c. 1347), el Libro del conosçimiento (c. 1390), Embajada a Tamorlán, de Ruy González de Clavijo (1406), las Andanzas de Pero Tafur (1439) y la Historia del Infante don Pedro de Portugal, de la segunda mitad del siglo XV y atribuida a Gómez de Santisteban. Sorprendentemente, de entre todos ellos, solo hay uno que ubica al Preste Juan en “Nubia” (Etiopía), y ese no es otro que el Libro del conosçimiento. De tal suerte, que puede concluirse que el capítulo LIII del manuscrito B de Le Canarien, cuyos contenidos igualmente se incluyen en el manuscrito G conservado en Londres, es una hábil síntesis de los capítulos LXVI, LXVII, LXVIII y LXIX del Libro del Conosçimiento, obra en la que sí se habla del Preste Juan como alguien del pasado -un patriarca que fue de un reino a cuyo mando ahora se encuentra Abdeselib – y que, por otra parte, no ha gozado habitualmente de un reconocimiento como fuente histórica fiable por parte de los especialistas, conformándose desde los tiempos de Bergeron una más que generosa lista de detractores. Sin duda alguna que a ello ha contribuido la nula identificación de su autor y la poca precisión de las descripciones, por no mencionar la incoherencia del supuesto itinerario que quiere dar a conocer, impregnado de una ilógica conexión espacial. A grandes rasgos, ello fue lo que argumentaron Otto Peschel y Major, este último otorgándole el peyorativo calificativo de “rechauffé [refrito] de la confusa geografía de al – Idrisi”.
No obstante, el Libro del conosçimiento tuvo también algún que otro “admirador”, entre ellos d´Avezac, quien concluyó en su obra Notice des deccouvertes faises ou moyen – age dans l´Occéan Atlantique…(1846) que “…habíase negado también que el fraile español, cuyos viajes se refieren en la crónica de Béthencourt, hubiese doblado el cabo de Bojador; ¡hoy nadie lo pone en duda!”. El manuscrito del fraile españolanónimo encontró otro defensor en la persona del bibliófilo Marcos Jiménez de la Espada, quien realizó un estudio crítico del Libro del conoscimiento de todo los reynos e tierras e señoríos que son por el mundo e de las señales e armas que han cada tierra e señorío por sy e de los reyes e señores que los proveen, escrito por un franciscano español a mediados del siglo XIV, editado, en 1877, por el Boletín de la Sociedad Geográfica Española. Jiménez de la Espada reconoció la existencia de tres manuscritos del Libro del Conosçimiento, escogiendo para dicha edición el más antiguo. En 1944, Buenaventura Bonnet Reverón daba a conocer a la historiografía canaria las valiosísimas aportaciones de Jiménez de la Espada, y añadía la existencia de otros dos manuscritos: Un viaje del mundo, supuestamente escrito en 1305, y con notas del cronista de Aragón Jerónimo de Zurita, a quien perteneció; finalmente, otro manuscrito, más antiguo que los textos examinados por Jiménez de la Espada, y que parece ser que fue el utilizado por el mismísimo Boutier para su composición de Le Canarien.
Jiménez de la Espada, instigado por Morel – Fatio, hace una apasionada defensa del texto, en la línea de d´Avezac, cuestionando los argumentos de los detractores al mismo anteriormente citados. No obstante, no menciona el que a juicio de Bonnet es su activo más importante, y que no estriba en la calidad y la precisión de sus descripciones, sino en el hecho, ahí es nada, de que constata el conocimiento del mundo a través de la información suministrada por los portulanos iniciada por Angelino Dulcert, en 1339, y continuada por Abraham de Cresques, ambos vinculados a la órbita genovesa y mallorquina, tan presente en la Historia de Canarias desde antes incluso de la institución del feudo papal del Principado de la Fortuna, allá por 1344.Quiere decirse que los normandos llegaron a Canarias porque conocían la tradición viajera anterior a ellos, especialmente la vinculada con Génova desde los tiempos de Malocello.
En cierto sentido, el procedimiento empleado para la composición del Libro del Conosçimiento es proporcionalmente inverso al empleado en la confección de aquel maravilloso mapa de 1656 de Nicolás Sanson d´Abbeville, uno de cuyos ejemplares forma parte de la cartoteca del MHA, en el que partiendo de los hechos que sobre la conquista de Canarias se narran en Le Canarien editado por Bergeron, vuelca parte de la información al formato mapa. Un proceso más que interesante que merecería un análisis, desde luego, más detallado. Pero esa es otra historia…u otro artículo.
Jesús Duque Arimany
Historiador del Museo de Historia y Antropología de Tenerife