La divulgación es uno de los lazos que unen al museo con los distintos sectores de la sociedad. En este ámbito, la acción de divulgar el conocimiento tiene la finalidad de contribuir al desarrollo social. De modo que, la divulgación aparece como una de las principales razones de ser del museo del siglo XXI. Los textos de divulgación -ya sean, carteles en salas de exposición, paneles, fichas, folletos, catálogos, material didáctico, recursos digitales, etcétera- constituyen la materia prima para entablar relaciones de aprendizaje y vivencias significativas entre los bienes que se exponen y el público.
Pero, ¿qué entendemos por ‘divulgación’? ¿cuáles son las características que distinguen a un texto de este tipo y a los expertos en este campo? y ¿qué rol juegan los profesionales de la gestión del patrimonio cultural en este ámbito?
Creo que un primer paso para reflexionar sobre éstas y otras cuestiones es deconstruir los significados de las palabras ‘divulgación’ y ‘texto’, ya que a pesar de que nos resultan tan comunes, solemos reparar poco en sus orígenes y es precisamente explorando este camino que podemos encontrar algunas claves para reflexionar. De acuerdo con la RAE, el término ‘divulgar’ se define como el acto de “poner al alcance del público” cualquier tipo de conocimiento. Su origen etimológico se halla en el vocablo latino, divulgāre, cuyo significado se traduce como, “decir al vulgo” o, en otras palabras, “enseñar al común de la gente” (López, 2018). Por su parte, el término ‘texto’ procede del latín textum, ‘tejido’, lo que convierte a quienes escriben en artesanos especialistas en ‘tejer redes de significados’.
Gracias a esta breve pero certera inmersión en los dominios de la lengua, tenemos pistas suficientes para responder a las preguntas que he planteado en un inicio. En primer lugar, el rasgo distintivo de los textos y recursos de divulgación es el tipo de público al que están dirigidos, un público variopinto y -muy importante- no especializado. Esto nos conduce directo a su segunda peculiaridad, para que el común de la gente pueda comprender la información que se transmite a través de estos medios, el autor debe recurrir a un lenguaje claro, sencillo, original y creativo. Por lo tanto, los tecnicismos, los datos científicos sin interpretación, el exceso de información y el apego a las normas de la escritura academicista no tienen lugar en un texto de esta naturaleza. Si bien es cierto que, los textos de divulgación surgen a raíz de la investigación científica, éstos no pueden considerarse como artículos científicos.
Los escritos divulgativos son recursos interpretativos breves que hacen de traductores del conocimiento científico para que el público en general tenga acceso a información, que de otra manera no estaría a su alcance, ni mucho menos sería de su interés. Entonces, ¿qué se necesita para escribir un buen texto de divulgación? Nada menos que, mucha imaginación y una excelente capacidad narrativa. El autor navega entre el caudal de su barca disciplinar y su oficio de escritor, sin perder de vista su misión de ‘traductor’. Por este motivo, cuando nos planteamos divulgarle al público un tema en particular, autores como Morales (2008, p.5) nos recomiendan tener en mente los tres aspectos básicos de la interpretación del patrimonio:
1) “les voy a brindar una visión de ese algo, basada en el conocimiento científico”
(la materia prima),
2) “les voy a traducir para que comprendan mejor ese algo”, y
3) “les voy a hacer pensar con respecto a ese algo”. Ya lo dice Freeman Tilden
(2006) en su cuarto principio: La interpretación no es instrucción, sino
provocación (provocación del pensamiento, en Ham, 2007).
Ahora bien, ¿cualquier profesional puede convertirse en un buen divulgador? Yo considero que no, y mucho menos si sólo atendemos al clásico modelo de divulgación, es decir, el texto escrito. En la actualidad, las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones nos ofrecen infinitos formatos para incursionar en el campo de la divulgación de la ciencia (refiriéndonos claramente a todo tipo de disciplinas y dejando de lado la concepción dicotómica entre ciencias “duras” y ciencias sociales).
Diseñar y protagonizar cápsulas de vídeo al estilo de un youtuber requiere de habilidades psicosociales y capacidades comunicativas que para muchos pueden ser difíciles de desarrollar por factores como, el tipo de personalidad, por ejemplo. De modo que, para aquellos más introvertidos, pero no por ello menos osados, publicar un artículo en revistas, diarios y blogs será siempre el medio ideal para difundir el conocimiento y llegar hasta su público objetivo.
En el contexto de la posmodernidad, las nuevas generaciones demandan información concreta y esquemática a la que puedan acceder a través de los medios y plataformas digitales que usan a diario. Esto nos lleva a preguntarnos, ¿cómo transmitir la misma emotividad, disfrute y atractivo que los medios de divulgación audiovisuales, pero a través del texto? Sabemos que es necesario crear un título seductor, utilizar un lenguaje ameno y familiar, emplear dosis precisas de humor sano e inteligente y no perder de vista que el objetivo es, siempre, sorprender al público; aunque esto no siempre es suficiente.
La efectividad de todo recurso de divulgación puede verse disminuida si no se utilizan estrategias didácticas como el visual thinking. El cerebro humano puede asimilar con mayor facilidad imágenes que textos, por lo que buscar un equilibrio y complementariedad para hacer de estos recursos un todo, es clave para la divulgación (López & Kivatinetz, 2006). Por ello, plasmar el pensamiento en dibujos e imágenes es un instrumento de sumo potencial para facilitar la comprensión de conceptos complejos, captar la atención de todos los públicos y una medida de inclusión que atiende a todos los tipos de inteligencias y estilos de aprendizaje de las personas (Calaf, 2009).
Desde mi punto de vista, las y los gestores del patrimonio cultural somos uno de los profesionales que pueden desarrollar con mayor facilidad la tarea de divulgador de la cultura. Primero, porque su formación es interdisciplinar y su campo de acción también, lo que le permite transitar con flexibilidad, apertura y fluidez entre las distintas ciencias. Segundo, porque su función social -al menos como yo la concibo- es la de servir de “puentes”, voceros, enlaces, e intermediarios entre la sociedad y diversas entidades (públicas, privadas, civiles, comunitarias, etcétera) para favorecer procesos de participación y desarrollo microlocal a partir de la cultura. Y, tercero, porque el gestor cultural necesita aplicar la didáctica del patrimonio en todo lo que hace; de hecho, para mí, esta es la principal distinción entre un gestor del patrimonio cultural y cualquier otro profesional inmerso en el campo de la cultura.
Mi modo de concebir la figura y el actuar del gestor del patrimonio corresponde con la definición de “divulgación”, ya que lo que se busca en ambos frentes es poner el conocimiento al alcance de todo el mundo, especialmente de aquellos que carecen de capital económico, social y cultural, con miras a incidir en el desarrollo individual y comunitario. Pero, ¿cómo es que el gestor puede llegar a consolidarse como un buen divulgador del patrimonio? Hablando desde mi experiencia profesional, considero que las principales estrategias didácticas que un gestor del patrimonio cultural ha de poner en práctica cuando se trata de elaborar toda clase de recursos de divulgación son:
1) Sorprender.- Para que el gestor cultural, y en general cualquier profesional que pretenda hacer de divulgador, logre sorprender a su público, antes tiene que sorprenderse sorprendiéndose a sí mismo con aquello que busca comunicar. Sin pasión no hay divulgación.
2) Estimular la imaginación y la participación.- Donde el público sea el protagonista o desempeñe un papel clave (Gándara, 2013) y como estrategia de inclusión y accesibilidad (Calaf, 2009).
3) Despertar emociones.- El aprendizaje del patrimonio cultural depende de la habilidad del gestor para suscitar emociones y crear experiencias únicas en torno al objeto de divulgación (Batista, 2004).
4) Humanizar el conocimiento.- Identificando y activando los vínculos del tema que se expone con la vida cotidiana de los visitantes.
Me gustaría cerrar esta reflexión destacando que, la divulgación debe ser una tarea fundamental para los museos en tiempos de la “nueva normalidad”, una etapa de duración indefinida en donde las desigualdades se hacen más visibles y punzantes, y en la que, desde su comienzo, no han parado de emerger nuevas necesidades psicosociales y culturales. Gracias a un buen trabajo de divulgación, es posible democratizar el acceso a la cultura y trabajar en aras de que todos los ciudadanos, sin importar su condición, puedan conocer y disfrutar de su patrimonio. En este tenor, el papel del profesional en gestión del patrimonio en la divulgación de la cultura contribuye a garantizar la función social de los museos, al colaborar en la traducción del conocimiento científico que guardan los bienes culturales y aportándole a las comunidades las herramientas necesarias para que sean ellas mismas quienes interpreten y le confieran sentido al patrimonio, lo hagan suyo y asuman la responsabilidad de participar activamente en su difusión y salvaguarda.
Viviana Pérez Cruz
Universidad Nacional Autónoma de México
Estudiante de Prácticas, Área de Patrimonio, MHA, Casa Lercaro
Máster en Uso y Gestión del Patrimonio Cultural, ULL
Becaria de la Fundación Carolina 2019-2020