El yacimiento que se ubica en el borde de una colada lávica a 600 msm, en la localidad de Majagora, es de planta irregular (3,50 m. de ancho x 4,45 m. de fondo x 1,60m de alto) y una boca (1,90 m de largo x 1,50 m de alto) cerrada por una pared de piedra seca que fue derruida en el momento del hallazgo.
El espacio sepulcral fue acondicionado con una pequeña capa de conglomerado volcánico y sobre ella un lecho vegetal de sabina (Juniperus phoenicea L.), en la que se colocaron los cadáveres.
Las dataciones obtenidas, hasta el momento, nos indican que el espacio sepulcral se utilizó durante un largo período de tiempo, que abarca desde el 705 AD al 970 AD.
Se trata de un enterramiento colectivo, en el que restos esqueléticos cubrían la superficie del yacimiento desordenados anatómicamente, un aspecto que parece derivar de la alteración sufrida por el espacio en el momento del hallazgo, lo cual nos impide tener certezas sobre el tipo de depósito que se realizó y conocer si se usaron rituales primarios o secundarios. Se recuperaron once cráneos y material postcraneal; entre ellos una pieza excepcional, una vértebra dorsal atravesada por una punta de madera que corresponde al extremo distal fracturado de un arma arrojadiza, un dardo de madera. No se halló material arqueológico que pudiera ser indicativo de ajuar funerario, un aspecto, por otro lado, bastante frecuente en los rituales funerarios de la isla y del Archipiélago.
En Majagora se han encontrado restos de al menos 32 individuos: 17 hombres, uno de ellos un adolescente, y 15 mujeres. Las edades en el grupo masculino oscilaban entre los 20 y los más de 50 años mientras que el femenino se encontraba entre 15 y más de 50 (con esperanza de vida al nacimiento de algo menos de 30 años para ambos grupos). El estudio de la fecundidad a través de las denominadas “escaras” o huellas de parto a nivel de la pelvis y del sacro del grupo femenino indicó que un 40% de las mujeres presentaban estas señales lo que se corresponde con la media de la isla.
Es importante señalar que en este pequeño grupo poblacional se han observado variaciones discontinuas del cráneo y del esqueleto postcraneal cuya presencia orienta hacia posibles relaciones familiares entre, al menos, algunos de los individuos enterrados en la necrópolis. Estos datos serán confirmados en un futuro mediante los correspondientes análisis genéticos.
La reconstrucción química de la dieta indica que estaba compuesta por algo más del 60% de vegetales siendo el resto carne y productos lácteos con una fracción marina mínima. Por su parte, los análisis del status nutricional del grupo muestran que los marcadores y medidas de stress metabólico-nutricional (líneas de detención del crecimiento o de Harris, hipoplasia del esmalte, estatura media y longitud de los huesos largos) apuntan a que los individuos que habitaron en este lugar pasaron por períodos de hambruna (escasez de nutrientes). Es importante indicar que todos estos marcadores y medidas fueron más frecuentes y en mayor número en el grupo de las mujeres cuya estatura media, como otro indicador más de stress metabólico, quedó entre 1.53 y 1.54 m lo que está lejos de la media para el sexo femenino en la población guanche femenina general (1.59-1.60 m). Con respecto a este último parámetro, los varones mostraban una estatura de 1.67 m, también por debajo de la media que se situaba entre 1.70 y 1.71, aunque no tan marcadamente como las mujeres.
El estudio de los marcadores de actividad física – a través de las huellas que dejan las inserciones tendinosas y la actividad articular en el tejido óseo por la acción muscular productora de los movimientos correspondientes – en este yacimiento orienta hacia un ejercicio intenso tanto con los miembros superiores como inferiores y, también, de la columna vertebral. Las actividades más probables incluyen el uso de los miembros superiores en actividades como el descuerado animal, que se presenta tanto en hombres como en mujeres; carga de objetos pesados sobre los hombros y actividades agrícolas y de recolección en ambos sexos. El uso de pértigas para ayudarse en los desplazamientos, especialmente por los barrancos de la zona; el lanzamientos de banot u otras armas, como jabalinas; los tiros de piedras con la mano y hondas; el uso de las mazas-boleadoras utilizadas por los guanches en sus combates y las luchas cuerpo a cuerpo aparecen en bastante mayor proporción entre los varones. Por lo que respecta a los miembros inferiores, y como no podía ser de otra manera, los marcadores relacionados con largas caminatas por terrenos muy accidentados o el desplazamiento dando zancadas ayudados por pértigas, especialmente en el descenso por las laderas de los barrancos, y, todavía en mayor proporción, los relacionados con la postura de cuclillas o squatting son muy abundantes en ambos sexos. Por último, el esqueleto axial (cabeza y columna vertebral) muestra que la carga de peso sobre la cabeza y la región lumbosacra en hombres y mujeres fue importante y, en el sexo femenino, corresponde en gran medida al transporte de niños a la espalda.
En Majagora destacan cuatro grupos patológicos (enfermedad articular degenerativa o artrosis, osteocondritis disecante, malformaciones congénitas y traumatismos) que están muy relacionados con los datos proporcionados por el estudio de los parámetros observados anteriormente.
La enfermedad articular degenerativa o artrosis es bastante frecuente afectando a casi el 30% de los individuos presentes en este yacimiento, independientemente del sexo y a partir del intervalo 25-29 años de edad. La artrosis afecta fundamentalmente a la rodilla, y en bastante menor proporción a la cadera, miembros superiores y columna vertebral. Esto es, sin duda, indicativo del rudo estilo de vida al que tenían que adaptarse sus habitantes y este patrón se confirma al analizar la presencia de osteocondritis disecante (trastorno articular relacionado con el esfuerzo físico, la vascularización ósea y los microtraumatismos que suele aparecer en adolescentes y adultos jóvenes, afectando en mayor proporción a varones), fundamentalmente de rodilla. Esta última patología muestra una prevalencia de casi el 20% y, en este particular yacimiento, muestra una predilección por el sexo masculino de 3:2 que no es tan marcada como en otros lugares de la etapa aborigen de Tenerife, donde la proporción masculina – femenina es el doble e incluso el triple.
Al igual que sucede en otras demarcaciones territoriales de la isla, la presencia de una alta frecuencia de malformaciones congénitas – mayormente localizadas a nivel de la columna vertebral (espina bífida oculta, sacralización de la 5ª vértebra lumbar o lumbarización del primer segmento del sacro) – es señal inequívoca de que la endogamia estuvo muy presente en Majagora, como no podía ser de otra manera por los condicionantes oro-geográficos que tiene esa zona que, sin duda, limitaron de algún modo la movilidad de la gente.
Pero si algo llama la atención en este lugar de Tenerife es la alta frecuencia de traumatismos – un 30% de los individuos de la muestra -, que en una gran proporción se relacionaron con accidentes debido a lo abrupto y escarpado del terreno en el que tuvieron que desarrollar su vida cotidiana con presencia muy importante de malpaíses, desniveles y barrancos. Así, fracturas y luxaciones están presentes con una frecuencia muy elevada, afectando fundamentalmente a los miembros inferiores y observándose más frecuentemente, en una proporción de 2:1, en el sexo masculino. Esta prevalencia de traumatismos accidentales supera con mucho a la del resto de la isla que fluctúa entre el uno y el cinco por ciento, dependiendo de la zona que se estudie.
En lo que hace referencia a los traumatismos provocados por violencia, en el yacimiento de Majagora el hallazgo más importante – y por ello ocupa un lugar destacado en la sección de Arqueología del MUNA como un hallazgo excepcional – es la presencia de una vértebra dorsal media (6ª-7ª) que presenta una lesión causada por un arma punzante (dardo) incrustada en ella y con signos de haber sido roto a propósito tras el ataque. La vértebra pertenece a un varón que en el momento de la muerte tenía entre 30 y 34 años de edad. Se trata de un traumatismo perimortem (aquel que ha tenido lugar alrededor del momento del fallecimiento del individuo) por un dardo o lanza de madera que tiene un diámetro de 5 x 7 mm y que perforó completamente la lámina, traspasando el canal medular de parte a parte y produciendo una sección de la médula espinal con la consecuente e inevitable paraplejia (Fotos 1, 2 y 3). El fragmento de dardo que se conserva mide unos 8 cm de largo, de los cuales 3 se encuentran en el interior de la vértebra. La no existencia de ningún signo de reparación ósea postraumática hace pensar que el tiempo de supervivencia de la víctima fue mínimo y pudo morir inmediatamente, horas o días después de haber sufrido la agresión como consecuencia de las secuelas y complicaciones (agentes infecciosos introducidos en la herida) o a causa de otros traumatismos que la ausencia de otros elementos óseos ha impedido aseverar. Tanto el agresor como la víctima parecen haber estado en posición erecta en el momento del ataque y el lesionado fue alcanzado por detrás bien en una emboscada o bien tratando de huir del agresor.
El estudio de la vértebra nos permite la identificación de un arma arrojadiza de madera que indica determinados hábitos culturales de la población indígena. Por un lado, desde el análisis arqueofactual, muestra un registro de las diversas manufacturas elaboradas en madera, pero lo que le proporciona ese carácter de hallazgo singular es que se nos muestra como elemento fosilizado de las actividades de violencia interpersonal, acciones ofensivas o hábitos de guerra que fueron muy frecuentes durante la protohistoria de Tenerife como demuestra la altísima prevalencia de fracturas de cráneo causadas por violencia (en torno al 8% de la población desde edades tempranas).
En relación a estas acciones Fray Alonso de Espinosa (1977 [1594]) señala que:
Todas sus guerras y peleas eran por hurtarse los ganados (…) y por entrarse en los términos.
En una sociedad marcada por el aislamiento durante una parte de su desarrollo, con dificultades para la renovación de los recursos, sometidos también a controles y directrices políticas, con situaciones demográficas y sociales diversas, el acceso a los recursos que aseguren la subsistencia generaría disensiones por los términos y pastos como señalan las fuentes literarias, que terminarían en enfrentamientos, imponiéndose la defensa del territorio y los bienes en producción.
En consecuencia se trata de peleas por pares, o responsables de las unidades familiares, o de más amplio significado, intergrupales, si terminan trascendiendo al grupo, afectando a varias unidades territoriales que ven lesionados sus derechos. Sin embargo, tendrían un perfil de baja intensidad, si consideramos que existe la férrea disciplina jerárquica del mencey que dirime en esas disensiones. No tendrían comparación con los enfrentamientos bélicos dirimidos entre sistemas estatales (el tipo de guerra tal y como la entendemos), pues no persiguen la aniquilación total o la captura del enemigo.
El guanche utilizó para sus peleas instrumentos que han sido considerados como propios del pastor, que se pueden considerar como herramientas polivalentes y que también funcionaron para el uso de otros segmentos de la población. Así se ha considerado que los bastones eran útiles imprescindibles para el pastoreo y atravesar los campos de malpaís, pero ¿es qué mujeres y niños no pastoreaban o no los frecuentaban? Lo cierto es que en ese discurso se han encajado las piezas que las fuentes etnohistóricas presentan como armas y que han tenido un refrendo arqueológico. En ellas se citan las lanzas de madera con sus puntas tostadas usadas como armas defensivas, siendo Fray Alonso de Espinosa, Fray J. Abreu y Galindo y Leonardo Torriani los que aportan noticias más extensas en lo que se refiere a Tenerife. Así, Torriani (1978 [1592]: 186) cita dos tipos de armas, las lanzas con las puntas quemadas y dardos largos como pilos romanos. Pero es Fray Alonso de Espinosa el que nos relata con mayor detalle estas armas:
Las armas ofensivas con que peleaban, que defensivas (si no eran los tamarcos que rodeaban al brazo unas pequeñas tarjas de drago) no las tenían, eran una varas tostadas y aguzadas, con ciertas muesquecitas a trechos y con dos manzanas en medio en que encajaban la mano, (…) estas tales varas o lanzas llamaban Banot (…) y en dando el golpe quebraban la muesquecita, para que la punta quedase en la herida… (1977 [1594]:42-43).
En los fondos del Museo Arqueológico existe un conjunto de objetos de madera, la mayor parte de ellos descontextualizados, por lo que en la mayoría de los casos se desconoce el tipo de yacimiento del que proceden. Son unas varas de madera que no superan el 1,75 m de largo, con los extremos acabados en punta, que pueden considerarse bastones, varas multifuncionales, estando provistas algunas de un ensanchamiento de tipo cilíndrico o globular para favorecer la propulsión, por lo que cumplirían una función de arma arrojadiza, coincidiendo con las armas que Alonso de Espinosa describe como banot. (Foto 4)
De otro tipo son un conjunto, en parte también descontextualizados, que corresponderían a objetos de madera de menores dimensiones, su longitud oscila entre un 115 cm y 56 cm de largo, son varas cuyas superficies están pulimentadas, con los extremos aguzados, especie de dardos, que pueden ser consideradas como armas arrojadizas. (Foto 5)
Conocemos la procedencia de algunos, la mayoría de la zona Sur de la isla como los de El Rio, Las Eras, La Centinela (Arico), Taucho (Adeje), y el de Majagora (Guía de Isora), que es la pieza que hemos querido presentar, pero también se localizan en la vertiente Norte (Acantilado de la costa de Tacoronte). Es una distribución diferencial que además de ser resultado de la información arqueológica que hasta ahora poseemos, nos puede estar mostrando una disimetría apoyada, y así ha sido valorado, en el mayor peso que la economía ganadera o pastoril habría tenido en las tierras sureñas de la isla … aunque en Majagora, como hemos visto, predominara en la dieta el componente vegetal.
Del Arco Aguilar, M.C. (1992-93). De nuevo, el enterramiento canario prehispánico. Tabona, VIII-I: 59-75.
Del Arco Aguilar, M.C. (1993). Recursos vegetales en la Prehistoria de Canarias. Serie monográfica de Arqueología de El Cabildo Insular de Tenerife. Santa Cruz de Tenerife.
Diego Cuscoy, L. (1961). Armas de madera y vestido del aborigen de las islas canarias. Anuario de Estudios Atlántico, 7: 733-783. Madrid-Las Palmas.
Diego Cuscoy, L (1986). El «banot» como arma de guerra entre los aborígenes canarios (Un testimonio anatómico. Anuario de Estudios Atlántico, 32: 733-783. Madrid-Las Palmas
Espinosa, A. de. (1967 [1594]): Historia de Nuestra Señora de Candelaria. Santa Cruz de Tenerife.
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Torriani, L. (1978 [1592]): Descripción e historia del reino de las Islas Canarias, antes Afortunadas, con el parecer de sus fortificaciones. Santa Cruz de Tenerife.
Mercedes del Arco Aguilar. Conservadora del Museo Arqueológico de Tenerife (MUNA, OAMC-Cabildo de Tenerife)
Mercedes Martín. Técnico Superior del Instituto Canario de Bioantropología (MUNA, OAMC-Cabildo de Tenerife)
Conrado Rodríguez-Maffiotte Martín. Director del Instituto Canario de Bioantropología y del Museo Arqueológico de Tenerife (MUNA, OAMC-Cabildo de Tenerife)