La peste por su importancia histórica es, además, una enfermedad que ha inspirado obras de arte, películas de cine, series de televisión y, por supuesto, libros ambientados en ella o en sus efectos (para nosotros el más relevante es la novela homónima, La peste, del autor francés nacido en Argelia Albert Camus, Premio Nobel de Literatura en 1957).
Todas las epidemias y pandemias, sin excepción, han originado desde siempre ansiedad y miedo por ser algo tangible, cercano y muchas veces irremediable, acabando con la vida de muchos en muy poco tiempo. A todo ello se suma la invisibilidad del enemigo, el patógeno responsable, del que nunca sabemos donde está y cómo y cuando va a atacar … pero la peste, sin lugar a dudas, es la que más impacto psicológico y social ha tenido a lo largo de nuestra común historia, de la Historia.
Actualmente la peste parece una enfermedad olvidada, casi desaparecida de la faz de la Tierra, frente a otras cómo la propia gripe y la eclosión de enfermedades emergentes como la de Ébola, la gripe aviar, el SARS, el MERS, el Zika o la propia Covid-19 de tan reciente aparición. Sin embargo, sigue existiendo en diferentes lugares del planeta por lo que es objeto de vigilancia muy estrecha por parte de la Organización Mundial de la Salud (OMS) que año tras año registra nuevos casos y pequeños brotes locales.
En este artículo que hoy nos ocupa hablaremos de las características clínicas y epidemiológicas de la enfermedad así cómo de su propia historia y su mortífera presencia en nuestra isla con el impacto social, demográfico, sanitario y económico que tuvieron sus repetidos embates.
La peste está causada por una bacteria, Yersinia pestis (denominada anteriormente Pasteurella pestis hasta que en 1971 se cambió el nombre para honrar a su descubridor Alexandre Yersin del que luego hablaremos) y se trata de una zoonosis – enfermedad infecciosa transmitida de animales a seres humanos o al revés – que afecta mayormente a los roedores, el reservorio de la enfermedad, y a sus pulgas que son los vectores que la transmiten a los humanos o a otros animales. Las pulgas implicadas en la transmisión son la Xenopsylla cheopis, la pulga de las ratas, que en la inmensa mayoría de las ocasiones ha sido la causante de las epidemias, y,en menor medida, la pulga de los seres humanos o Pulex irritans. No existe transmisión entre humanos excepto en la forma neumónica (mucho más rara y que suele darse en lugares cerrados con hacinamiento de gente) en la que actúan las gotitas respiratorias sin necesidad de que intervengan las pulgas. La transmisión por objetos contaminados (fómites) o contacto con enfermos y cadáveres humanos o animales infectados puede también darse.
En la actualidad la peste persiste en diferentes lugares del planeta incluyendo América (Estados Unidos, Perú y Brasil como focos principales), África (el 90% de los casos actuales proceden de ese continente), Asia y algunas áreas del sudeste europeo. En esas zonas causa algunos cientos de casos anuales (esporádicos o en pequeños focos locales) con algunas muertes asociadas. La última epidemia grave de peste tuvo lugar en la década de 1970 en Vietnam y el último caso en España data de 1932. En los últimos cinco años se contabilizaron más de 4000 casos con una mortalidad superior a los 500 individuos. Ni que decir tiene que se trata de una enfermedad de declaración obligatoria.
Desde el punto de vista clínico, la peste es una enfermedad aguda y grave que se caracteriza por tener un debut abrupto que se asemeja al de la gripe pero al cabo de unas horas evoluciona hacia alguna de sus tres formas clásicas: bubónica, septicémica y neumónica. Veamos cada una de ellas:
Peste bubónica (es la forma más común con aproximadamente el 70% de los casos): tras un período de incubación de 2 a 7 días aparece fiebre súbita muy alta con escalofríos, cefalea intensa, dolores musculares y articulares, debilidad y astenia, taquicardia y, a veces, nauseas y vómitos con desorientación mental y delirio. Hacia los 4-6 días aparecen los «bubones» (linfadenopatías o ganglios linfáticos inflamados en axilas, ingles o a nivel cervical) que son dolorosos al tacto y pueden supurar y ulcerarse. Su tasa de mortalidad sin el tratamiento adecuado se sitúa entre el 50 y el 60%.
Peste septicémica (más infrecuente que la bubónica, en torno al 15 – 20%): ocurre cuando la bacteria llega al sistema circulatorio. Puede estar asociada tanto a la bubónica (normalmente deriva de esta) o a la neumónica. Es rápidamente mortal (incluso con tratamiento) sin dar materialmente tiempo a que se desarrolle el cuadro clínico típico. Su tasa de mortalidad se sitúa en más del 90% de los casos.
Peste neumónica (es la más infrecuente de las tres, 5-15%): ocurre cuando un enfermo infectado transmite a un individuo sano el germen por las gotitas respiratorias alcanzando los pulmones. Tiene un período de incubación corto, de 1 a 3 días, tras el cual debuta con tos, taquicardia y esputo sanguinolento. Es una forma mortal (90 – 95%) si no se trata e incluso con tratamiento su tasa de letalidad es muy alta.
Si la peste constituyela más genuina de las enfermedades epidémicas, la historia de la lucha contra ella es también de las más paradigmáticas de la historia de la medicina, convirtiéndose casi en un espejo para la lucha contra todas las demás. Además de ello, fue de las primeras contra las que se consiguieron éxitos muy importantes.
Sería durante la tercera pandemia o ciclo de expansión de la enfermedad cuando el médico franco-suizo especializado en bacteriología Alexandre Yersin – discípulo de Louis Pasteur-, casi de modo coincidente con el japonés Shibasaburo Kitasato – discípulo de Robert Koch -, descubrió la bacteria responsable en 1894 a la que se denominó Pasteurella pestis (como ya comentamos, el nombre sería cambiado a Yersinia pestis en 1971 en honor a su descubridor). Es curioso, discípulos de dos maestros que se encontraban en una eterna rivalidad y que encarnaban la pugna entre la Escuela Francesa y la Escuela Alemana de Bacteriología, coincidieron en China cuando fueron comisionados por sus respectivas instituciones para investigar la enfermedad y, prácticamente, sin conocerse hicieron el descubrimiento casi al mismo tiempo. Este le sería otorgado a Yersin por adelantarse en unos días al japonés en dar a conocer y publicar su hallazgo. Ese mismo año, Yersin sería autor de otro descubrimiento trascendente para la lucha contra la enfermedad al comprobar definitivamente el papel jugado por las ratas en la cadena de transmisión de la misma y, en 1895, otro francés, el oficial médico Paul-Louis Simond observó que el vector era la pulga de la rata, la Xenopsylla cheopis. Solo dos años después de estos fundamentales descubrimientos se alcanzaría otro hito histórico en la guerra contra la peste cuando el ruso Waldemar Haffkine, bacteriólogo también del Instituto Pasteur de París, desarrolló la primera vacuna efectiva. Haffkine, introductor también de la vacuna anticolérica, fue llamado «salvador de la Humanidad» por Sir Joseph Lister, padre de la antisepsia quirúrgica y luchador infatigable contra la infección.
En la actualidad la peste se trata con antibióticos, siendo los de elección la estreptomicina y la gentamicina, aunque también se utilizan el cloranfenicol y la doxiciclina, por ejemplo.
En la particular historia de la peste han existido tres grandes pandemias a lo largo de la historia. Dada la enorme duración de las mismas, algunos historiadores de la medicina y expertos en epidemiología histórica prefieren hablar de ciclos de expansión de la enfermedad más que adjetivarlos con el término pandemia que, normalmente, se refiere a períodos más cortos de tiempo.
Aunque existen algunas referencias bíblicas a una posible epidemia de peste entre los filisteos de la ciudad de Ashod durante el siglo XI AEC y algunas otras probables epidemias en diversos lugares del planeta, la primera pandemia constatada fue la denominada Plaga de Justiniano que tuvo lugar en el año 541 de nuestra era – durante el reinado de Justiniano I, emperador del Imperio Romano de Oriente, de ahí el nombre. Sus efectos se extendieron hasta finales del siglo VI y su período de mayor virulencia se situó entre el 541 y el 543. Según parece, su origen estuvo en algún lugar desconocido de África de donde llegó a Etiopía y Egipto y pronto se extendió por todo el mundo conocido, afectando muy duramente a toda el área mediterránea. Se calcula que mató entre 25 y 50 millones de personas (20 millones solamente en la Cuenca Mediterránea o lo que es lo mismo, el 30% de la población estimada en aquella época), dejando despobladas, o casi, amplias zonas del Imperio Bizantino. Solo en Bizancio, la capital, acabó con la vida de entre 250000 y 350000 personas. Sus efectos sociales, demográficos, económicos y militares fueron catastróficos debilitando de forma drástica al imperio que nunca más volvería a ser el mismo. Para algunos autores el germen responsable era una cepa distinta a la Yersinia pestis que conocemos actualmente y se vio favorecida por un cambio climático que disminuyó la temperatura del planeta favoreciendo el brote.
A partir del año 543 seguirían produciéndose brotes más o menos importantes a lo largo y ancho del mundo conocido de los que cabe resaltar los de Roma, Florencia, algunos lugares de España y zonas del sur de Francia hasta que llegó la famosa y aterradora Peste Negra.
La Peste Negra, también conocida como Muerte Negra, Gran Mortandad o Gran Pestilencia constituyó la segunda pandemia o ciclo de expansión de la peste que se extendería hasta el siglo XVIII. Esta fue, no cabe duda, la mayor catástrofe sanitaria, demográfica, social, económica y cultural sufrida por el planeta a lo largo de la historia. Su estallido, expansión e impacto fueron tan brutales que Europa tuvo que cambiar forzosamente su forma de entender la vida, la sociedad, la ciencia, la cultura y su propia organización, acabando con la Edad Media y dando lugar al Renacimiento. La pandemia comenzó durante el sitio de Kafa (actual Feodosia, en el sudeste de la Península de Crimea) por los tártaros en 1347 cuando estos, que estaban sufriendo la terrible enfermedad entre sus filas, comprobaron que jamás podrían tomarla y se retiraron no sin antes catapultar centenares de cadáveres de sus propios soldados contagiados en el interior de la misma. Esta está considerada en la actualidad como una de las primeras acciones de guerra biológica llevadas a cabo en la historia.
De Kafa partió a través de las rutas comerciales alcanzando Messina, en el noreste de Sicilia, y a partir de ese momento vino el apocalipsis para el mundo conocido hasta que fue remitiendo más o menos homogéneamente a partir de 1353. El nombre de esta peste vino dado por la coagulación intravascular diseminada asociada a muchos casos lo que originaba trombos productores de isquemia (falta de riego sanguíneo) en el tejido cutáneo dando lugar a necrosis (muerte celular) lo que produce un color oscuro, casi negro. Hoy está claro que las tres formas de la enfermedad hicieron acto de presencia durante esta pandemia (aunque la forma predominante era la bubónica) causando auténticos estragos que llegaron a producir una tasa de mortalidad del 70 – 90% de los afectados. Hasta hoy no se ha podido poner en claro el porqué de esta enorme virulencia y algunos autores apuntan a una mutación de la bacteria. Igualmente, para no pocos investigadores de la misma, la «gran mortandad» de esta peste se debió a que a ella se sumarían otras enfermedades tremendamente peligrosas como viruela, tifus exantemático epidémico y ántrax o carbunco, como más probables, y que no pudieron ser diferenciadas de la primera por los médicos de la época.
El saldo en víctimas mortales es incalculable estimándose que solamente en Europa perdieron la vida 25 millones de sus habitantes como mínimo y en el mundo conocido bastante más de cien millones. En síntesis, la Peste Negra aniquiló a un tercio de la población mundial y entre el 25 y el 50% de la población europea en tan solo 5-6 años.
Los embates devastadores de la peste negra y su cuadro clínico fueron descritos pormenorizadamente por Guy de Chauliac, uno de los más famosos médicos y cirujanos franceses del Medievo, que dejó entre otras cosas una célebre frase o consejo para la gente: «fuge cito, vade longe, rede tarde» (huye rápido, vete lejos, vuelve tarde).
Desde entonces la peste seguiría visitando Europa periódicamente y a partir de finales del siglo XV también comenzaría a hacer estragos en el Nuevo Mundo y tierras descubiertas y conquistadas en Asia, África y Oceanía durante la expansión colonial europea. Algunas de las epidemias más importantes en este largo período histórico, por citar solo las que ocurrieron en Europa, fueron la Peste o Plaga de Milán (1629-1631) que causó casi 300000 fallecidos en el norte y centro de la Península Italiana donde solo Milán perdió la mitad de sus habitantes que eran 125000 y en Venecia, Florencia, Bolonia o Turín, por citar solo algunas ciudades italianas, murió entre el 25 y el 45% de su población. La Peste de Sevilla (1649) fue otro estallido muy importante que surgió en África y llegó a la capital hispalense donde causó 60000 muertes (entre otras la del célebre escultor Juan Martínez Montañés) – coincidiendo, además, con un período de hambruna – para extenderse a Valencia, Murcia, Aragón y resto de Andalucía haciendo auténticos estragos. La Plaga o Peste de Londres (1665 – 1666) fue el tercer episodio pestífero del siglo XVII, con más de 100000 muertos (25% de la población) en menos de año y medio, lo que confirmaba a la capital inglesa como uno de los lugares más afectados de la historia por la pestilencia. Hubo fuga masiva de habitantes (especialmente de las clases altas, incluyendo a la corona y al gobierno) lo que expandió la enfermedad a los suburbios y ciudades vecinas donde se cebó con las clases más humildes. La Peste de Viena (1679) fue también muy grave acabando con más de 75000 personas. Su origen es incierto aunque se cree que llegó desde Alemania y afectó también a localidades próximas a pesar de las medidas de aislamiento. Por último, la Peste de Marsella, ocurrida entre 1720 y 1722, fue el último episodio de esta enfermedad en este ciclo y uno de los últimos ocurridos en el Viejo Continente. Se extendió a toda la Provenza donde acabó con la vida de más de 100000 personas (Marsella perdió a la mitad de su población o, lo que es lo mismo, 40000 habitantes). Su origen fue un barco procedente de Oriente Próximo que atracó en su puerto con una carga de valiosos textiles.
La tercera pandemia de peste (o tercer ciclo de expansión) tuvo lugar a partir de 1890 y sus orígenes fueron la provincia de Yunnan en China y la zona norte de la India. Al igual que ocurrió con la quinta pandemia de cólera y la llamada Gripe Rusa de finales del siglo XIX (con las cuales coincidió), su expansión se vio muy favorecida por la apertura de nuevas rutas comerciales y la extraordinaria mejora en los medios de transporte marítimo y terrestre (entre ellos el ferrocarril) que hizo que rápidamente alcanzara a la totalidad del globo. Europa apenas se vio afectada pero golpeó muy severamente Asia, África (donde fue una auténtica hecatombe) y las Américas tanto del norte como del sur. No se sabe con certeza cuantas personas fallecieron durante la misma, calculándose que fueron más de 12 millones (sin contar los que murieron en el Subcontinente Indio en el que se estiman otros 10 millones como mínimo).
Tal y como sucedería en un incontable número de lugares de las tierras descubiertas y conquistadas durante el período de expansión colonial europea, tan bien denominado «imperialismo ecológico» – la expansión biológica de Europa entre los años 900 y 1900 – por Alfred W. Crosby, Canarias no iba a ser inmune a la llegada de patógenos que le eran totalmente desconocidos y para los que su población no presentaba ningún tipo de defensa. Por ello la peste, el tifus, la fiebre amarilla, la gripe y otras enfermedades transmisibles hicieron estragos entre la misma durante y después de la conquista castellana. Aquí nos referiremos a las distintas epidemias de peste sufridas por Tenerife desde la conquista y siglos posteriores.
El primer brote de peste en nuestra isla tuvo lugar en el año 1506, apenas 10 años después de terminada la conquista, cuando la enfermedad campaba a sus anchas por España. Aunque la isla se preparó como buenamente pudo para intentar protegerse, la llegada de la misma fue inevitable y lo hizo a través del mar procedente de Gran Canaria, Fuerteventura y Lanzarote que, a su vez, habían sido alcanzadas por los barcos que llegaban a ellas y traían consigo los patógenos que azotaban la Península. Cuando se cerraron los puertos ya era demasiado tarde y la enfermedad se extendió rápidamente por toda la isla. Este primer brote duraría dos años y afectaría muy especialmente a la recientemente fundada Santa Cruz de Tenerife y también a La Laguna, donde los enfermos eran aislados en los valles del Bufadero y San Andrés. Como recuerda el malogrado Luis Cola, a partir de esta epidemia se construiría el primer Lazareto de la ciudad, en 1512, en la zona conocida como Puerto Caballos que estaba situado junto al puerto. Una de las zonas más castigadas fue Anaga, donde aún residían muchos guanches que sufrieron la enfermedad de forma terrible por no tener ningún mecanismo inmunológico que los protegiera. Se desconoce el número de víctimas pero debió ser muy elevado.
A partir de entonces diversos brotes de peste de mayor o menor virulencia, alternando con largos períodos de carestía y otras epidemias de importancia, alterarían la vida de la isla hasta 1648, año de la última epidemia de esta enfermedad. El más importante de todos ellos fue, sin ningún género de dudas, el de 1582 que comenzó en San Cristóbal de La laguna, extendiéndose luego por gran parte de la isla. Esta epidemia está considerada en varios textos histórico-médicos como una de los estallidos más graves en relación al número de habitantes en cualquier lugar del planeta. Según parece estuvo originado por unos tapices que traían la pulga de las ratas y que procedían de Flandes (de ahí que también se conozca a este episodio como «la peste de Flandes»). Comenzó en torno al día del Corpus de ese año cuando el nuevo gobernador de Canarias los colgó de los balcones dando pie al desarrollo del brote que al par de semanas había acabado con la vida de más de 2000 personas solo en La Laguna. Fue tal el número de fallecidos que se tuvieron que habilitar lugares para los nuevos enterramientos porque ya no había sitio en las iglesias (lugares donde se sepultaba habitualmente en aquella época). Se calcula que el saldo final de fallecimientos fue de 7500 -9000 solo en lo que hoy denominamos área metropolitana lo que representaba, según Cioranescu y Cola Benítez, más de la mitad de la población de Santa Cruz y La Laguna juntas, un auténtico cataclismo demográfico. Cuando la epidemia comenzó a dar señales de remisión en la entonces capital de Canarias se exacerbó en Santa Cruz por lo que hubo de establecerse un cordón sanitario, vigilado por el ejército, en torno a ella para evitar una mayor expansión. Nuestra actual capital, pequeño núcleo urbano en aquel entonces, perdió casi las dos terceras partes de su población. Al cabo de unos meses, ya en 1583, la enfermedad fue remitiendo pero su saldo fue aterrador y a Tenerife le costarían décadas recuperarse de la tragedia.
El tercer brote por orden cronológico fue el de 1601 que comenzó en Garachico, puerto de gran importancia en aquel entonces y en años venideros hasta su destrucción en mayo de 1706 por la erupción del Volcán de Trevejo o Arenas Negras que sepultaría gran parte de la ciudad y la totalidad de su puerto en el mar. Su origen fue un barco procedente de Sevilla con mercancía infectada. Pronto la epidemia se extendió a todo el norte de Tenerife llegando al cabo de unas semanas a Santa Cruz donde fue muy severa. Curiosamente, según relata Cola, La Laguna no se vio afectada en absoluto en esta ocasión. Una vez más se instaló un cordón sanitario para aislar Santa Cruz y se estableció pena de muerte para el que osara cruzarlo. El balance final de víctimas no se conoce con exactitud pero alcanzó varios millares causando un quebranto muy grande en una isla que menos de veinte años antes, como hemos visto anteriormente, había perdido casi la mitad de sus habitantes.
La última cita de la peste con Tenerife tuvo lugar en el año 1648 y afectó de nuevo, aunque de modo mucho menos virulento y sin llegar a causar los terribles efectos de los anteriores estallidos, a la zona de Santa Cruz – La Laguna.
Conrado Rodríguez-Maffiotte Martín
Director del Instituto Canario de Bioantropología y del Museo Arqueológico de Tenerife. MUNA, Museo de Naturaleza y Arqueología