La modorra, también conocida como moquillo, fue una enfermedad de tipo epidémico que resultó clave durante la conquista de Tenerife por la devastación que supuso para la población guanche. Sin lugar a dudas, esta epidemia aceleró el final de la conquista y preludió lo que iba a acontecer en el Nuevo Mundo unos años más tarde con la introducción de las llamadas enfermedades de contacto, durante la expansión colonial europea. Fue a partir de finales del siglo XV cuando las poblaciones indígenas fueron literalmente barridas por lo que se ha denominado “contact shock”. Viruela, sarampión, cólera, peste, tifus epidémico, fiebre amarilla y gripe fueron los principales responsables causando decenas de millones de víctimas. Las enfermedades de contacto tienen un impacto terrible e inmediato provocando un gran número de afectados (30-50% de la población, como mínimo) con mortalidad muy elevada (entre el 10 y el 50% de la población fallece), llegando el caso en que la tasa de mortalidad es prácticamente igual a la de morbilidad. Todo ello produce una desestabilización tremenda de la vida familiar y social por la enorme pérdida de vidas humanas, que a su vez reduce la fuerza de trabajo originando trastornos económicos gravísimos de forma inmediata, lo que acarrea ineludiblemente hambre y falta de los cuidados básicos a segmentos sociales sensibles (población infantil, ancianos y enfermos), lo que contribuye a aumentar todavía más la mortalidad.
Las crónicas e historias generales de Canarias de los siglos XVI, XVII y XVIII son explícitas e introducen numerosas referencias a la “modorra” o “moquillo” de los guanches, a la que también se le dieron los nombres de morriña, pestilencia o sencillamente contagio, refiriéndose a ellas de la siguiente manera:
Fray Alonso de Espinosa (1594):
… por el año de mil y cuatrocientos y noventa y cuatro, ahora fuese por permisión divina, … ahora fuese que los aires, … se hubiesen corrompido e inficionado, vino tan grande pestilencia, de que casi todos morían …, y era de modorra
Manuscrito Ovetense o Texto de Oviedo (s. XVI):
… por que de ynprouiso aquel propio día que se hizo el consejo y el siguiente dio una enfermedad en los guanches, rrepentina, y tan aguda y breue, que en pie se morían de la dicha enfermedad que era de moquillo
Antonio de Viana (1604):
Tenido fue por cosa de milagro, que aunque tantos morían sin remedio, en todo el tiempo que duró la guerra no se halló jamás ningún soldado de los de España, del contagio herido, aunque andavan (sic) entre ellos de ordinario. Esto lo había dicho con anterioridad Pedro Gómez de Escudero (S. XV) y tiene, como veremos más adelante, una gran importancia para entender la naturaleza de la enfermedad.
Tomás Arias Marín de Cubas (1694):
… havían (sic) muerto de la enfermedad que los españoles llamaban modorra que no duraba más de tres días más de quatro (sic) mil hombres en el verano, … Este relato aporta dos datos importantes: la brevedad del proceso y el número de fallecimientos.
José de Viera y Clavijo (1776):
No hay duda de que esta plaga epidémica que se experimentó a fines de 1494 hizo sus mayores estragos en los reinos de Tegueste, Tacoronte y Taoro … se asegura que de este pestífero accidente solían morir más de 100 isleños cada día … Viera introduce otro factor importante: la afectación diferencial entre las vertientes norte y sur de la isla.
Por los datos ofrecidos por cronistas e historiadores, sobre todo por Viera, la clínica consistía en un síndrome de naturaleza respiratoria caracterizado por fiebre muy alta (calenturas malignas) que superarían los 38.5-39º; rinorrea abundante y estornudos frecuentes (de ahí la denominación “moquillo” que utilizan algunos autores); tos; y dificultad respiratoria (disnea). En un importantísimo porcentaje de enfermos se presentaban graves complicaciones como coma, letargo o sopor muy profundo (sueño veternoso, como es denominado por Viera) y neumonía (dolor de costado o punta de costado, que no era nada infrecuente, por lo demás, entre los guanches).
Los datos epidemiológicos de la enfermedad son los siguientes:
– Comienzo: invierno de 1494. Ese invierno, en opinión de Viera y Clavijo (1776), fue uno de los más fríos y lluviosos que se recordaban.
– Fin: primavera de 1495.
– No afectó prácticamente a las tropas españolas, tal y como señalan muchos de los historiadores, y si afectó a alguno de ellos fue de forma muy leve.
– Todos los grupos de edad se afectaban de igual manera.
– El cuadro clínico tenía una duración muy breve que se podría cifrar entre algunas horas y tres días como máximo.
– La tasa de ataque era muy alta entre los guanches (entre el 30 y el 50% de ellos se vieron afectados por el evento morboso).
– La mortalidad también resultó ser muy alta, calculándose en un tercio de la población y la tasa de mortalidad fue del 50% o más de los afectados.
– La mortalidad diferencial es otro dato interesante calculándose que al menos fue el doble en el norte de Tenerife que en su vertiente sur. Esto se explica por la dispersión poblacional del sur frente a la mayor concentración en el norte debido a la existencia de una franja costera mucho más estrecha lo que favorecía el contacto entre la gente y, por añadidura, el contagio.
Podemos señalar que la “modorra” o “moquillo” de los guanches entra de lleno en lo que Crosby (1999) denomina “catástrofe epidemiológica” que conlleva una alteración absoluta del sistema de vida de un pueblo causando situaciones que son prácticamente imposibles de salvar por falta de contingente humano. Haciendo un repaso por las cifras y datos de las diversas fuentes nos damos cuenta de la magnitud del desastre:
– Fray Alonso de Espinosa (1594). Cientos de muertos solo en Tegueste.
– Antonio de Viana (1604). Incontables fallecimientos en toda la isla.
– Francisco López de Ulloa (1646). 8000 muertos en dos días (obviamente es una cifra muy exagerada en cuanto a tan corto período de tiempo pero, quizás, no tanto en lo que se refiere a la duración total de la epidemia).
– Tomás Arias Marín de Cubas (1694). Más de 4000 fallecimientos (este sería el mínimo).
– José de Viera y Clavijo (1776). 100 fallecimientos diarios, una cifra que no estaría nada alejada de la realidad, porque alcanzaría un número total de muertes de entre 5000 y 8000 para todo Tenerife.
Está claro que la modorra constituye uno de los primeros casos de enfermedad de contacto Viejo Mundo-Nuevo Mundo y se enmarca con toda claridad en lo que se denomina “epidemia en suelo virgen”, caracterizada por la introducción de un patógeno nuevo en un lugar donde es desconocido por lo que el sistema inmunitario de la población no está preparado para hacerle frente. Ello conlleva unas grandes tasas de morbilidad y mortalidad que producen una devastación absoluta (el imperio azteca fue literalmente diezmado en tan solo dos años, entre 1519 y 1521, con tasas de mortalidad superiores al 90% en algunos lugares, por la introducción de enfermedades como el sarampión).
Diferentes autores se han preguntado cual fue la auténtica naturaleza de la misma. Diagnosticar un evento de estas características cientos o miles de años después de que ocurriera entraña no pocas dificultades. A continuación, se hace una revisión de las diferentes enfermedades propuestas por diversos investigadores:
– Poliomielitis. Es una enfermedad producida por un virus ARN que afecta al sistema nervioso produciendo parálisis flácida, especialmente en miembros inferiores, y afectando mayormente a niños. Las primeras epidemias tuvieron lugar a finales del siglo XIX y su pico lo alcanzó en la primera mitad de la pasada centuria. Se descarta como posible diagnóstico por su cuadro clínico.
– Tripanosomiasis africana (enfermedad del sueño). Originada por la picadura de la mosca Tse-Tse que transmite el Trypanosoma gambiense o el rhodesiense, existe solo en lagos y ríos de zonas ecuatoriales del continente africano. Es obvio que no es la responsable de la modorra por no ser una enfermedad epidémica, tener un cuadro clínico absolutamente diferente y no existir el agente en la isla al carecer del ecosistema apropiado.
– Peste. Enfermedad altamente contagiosa transmitida por la picadura de la pulga de la rata (u otros roedores) y originada por la Yersinia pestis. Produce inmunidad parcial. No puede tratarse de la modorra pues, tal y como señalan las fuentes, los españoles no se vieron afectados, cosa imposible si esta hubiera sido la enfermedad ya que, al menos, algunos habrían enfermado.
– Fiebre tifoidea. Su causa es la Salmonella typhi, que proporciona inmunidad parcial y produce un cuadro de tipo intestinal. También hubiera afectado a los españoles.
– Rabia. Es una zoonosis que se transmite por la mordedura de animales infectados por virus (Rhabdoviridae) y que cursa con encefalitis. No es epidémica y, además, presenta un curso muy lento. También se descarta.
– Sarampión. Es altamente contagioso y está causado por morbilivirus ARN produciendo inmunidad permanente. Aunque puede cursar en casos complicados con neumonía y encefalitis, su signo más llamativo es el exantema (que las fuentes no mencionan). Por otra parte, es una enfermedad que precisa grandes masas de gente para mantenerse y transmitirse.
– Tifus exantemático. Está originado por la Rickettsia prowazecki y se transmite por los piojos produciendo un cuadro caracterizado mayormente por exantema, petequias, estupor y cefalea irresistible. Suele darse en tiempos de catástrofes que originan movimientos de población y produce inmunidad permanente. El cuadro no corresponde con lo relatado por las fuentes y también hubiera afectado a los españoles.
– El envenenamiento de nacientes. Se relaciona con el uso de agentes biológicos como arma. Al margen de que esto no se detalla en las crónicas e historias generales, ese método hubiera sido inviable en una isla controlada por los guanches haciendo imposible el acceso de los conquistadores a la práctica totalidad de los nacientes del norte.
Tras la revisión pormenorizada de los datos aportados por las fuentes escritas llegamos a la conclusión de que la enfermedad que se esconde tras el vago nombre de “modorra” es probablemente gripe. El cuadro clínico descrito coincide con ella al igual que lo hace el desarrollo fulminante de la enfermedad. El hecho de que los conquistadores españoles no se vieran afectados (al menos, gravemente afectados) se debió a que habrían estado en contacto con el virus en el Viejo Continente y por ello su sistema inmunitario estaría preparado. Lo contrario sucedería con los guanches: al ser una patología infecciosa que les era desconocida sus efectos fueron los típicos de una epidemia en suelo virgen, unos efectos aterradores.
En efecto, sabemos que las complicaciones más habituales de la gripe (neumonía, sinusitis y encefalitis) se dan con mayor frecuencia en los llamados grupos de riesgo: mujeres embarazadas, niños menores de dos años, ancianos, personas afectadas por otra patología (diabetes, trastornos respiratorios, etc.) e inmunodeprimidos. Sin embargo, en una epidemia en suelo virgen estas complicaciones afectan prácticamente a todos por igual, de ahí su altísima mortalidad.
Las consecuencias inmediatas de la modorra o moquillo entre los guanches fueron las propias de una epidemia en suelo virgen:
– Gran caída demográfica entre los guanches en muy corto espacio de tiempo que se vino a sumar a las pérdidas de vidas humanas por las batallas de Acentejo y Aguere. Se calcula que Tenerife tenía una población entre 20000 y 25000 habitantes en el momento de la conquista y los fallecimientos pueden cifrarse entre 4000 y 8000 (con una proporción 2.5-3:1 entre el Norte y el Sur de la isla), lo que viene a representar entre un 20 y un 35% de toda la población, un dato realmente escalofriante.
– Severos trastornos de tipo económico por el abandono de labores familiares, sociales, agrícolas, recolectoras y ganaderas que ya habrían comenzado con el inicio de la guerra un poco antes.
– Hambre que contribuyó a aumentar la mortalidad en sectores tan sensibles de la población como los niños y los ancianos.
– Disminución del contingente de guerreros que contribuyó a la derrota de los guanches en la segunda batalla de Acentejo trayendo como consecuencia la rendición a las huestes españolas.
El cuarto jinete cabalgó en Tenerife en el invierno de 1494 y el inicio de la primavera siguiente, sumándose a los otros tres: la guerra, el hambre y la muerte … como un preludio de lo que habría de acontecer en otros muchos lugares de la Tierra unos pocos años más tarde durante la denominada expansión colonial europea. En esta ocasión ese jinete no solo tenía un número, 4, y un nombre, peste (en su sentido más genérico), también tenía un apellido: GRIPE.
Conrado Rodríguez-Maffiotte Martín, director del Instituto Canario de Bioantropología y Museo Arqueológico de Tenerife
Mercedes Martín Oval, Técnico Superior delInstituto Canario de Bioantropología