Las Instituciones Culturales, a diferencia de otras organizaciones, se encuentran en una encrucijada, en la búsqueda constante de la fórmula que dicte el camino a seguir para lograr así, finalmente, el funcionamiento más óptimo, encontrándose la divulgación del patrimonio entre uno de los puntos primordiales a tratar en sus agendas.
El tema de divulgación del patrimonio es complejo por sí mismo, comprendiendo un conjunto de factores a considerarse, partiendo desde el significado mismo de patrimonio, como:
[…] El patrimonio de un pueblo comprende las obras de sus artistas, arquitectos, músicos, escritores y sabios, así como las creaciones anónimas, surgidas del alma popular, y el conjunto de valores que dan sentido a la vida, es decir, las obras materiales y no materiales que expresan la creatividad de ese pueblo; la lengua, los ritos, las creencias, los lugares y monumentos históricos, la literatura, las obras de arte y los archivos y bibliotecas. (UNESCO, 1982)
Continuando por la controversia generada en torno a las Instituciones reguladoras y su empeño constante por nombrar como patrimonio aquello que una comunidad no valora como tal. Concluyendo así, con el “misterio” de cómo las Instituciones culturales “no formales” han logrado, muy por encima de las administradas por especialistas en el tema, la inclusión y la participación ciudadana.
Es cierto que la divulgación ha de ajustarse al “tipo” de patrimonio que va a difundirse, así como al público dirigido. Bien es sabido que las técnicas usadas para llegar a los jóvenes, no otorgan los mismos resultados en los adultos e incluso en niños, cada canal de comunicación deberá adecuarse a las necesidades de los usuarios, así como las circunstancias en las que se desarrolle. Resulta también verdad que la crisis en materia de difusión patrimonial es una realidad pre-COVID 19. Ya desde hace un par de años, varias Instituciones Culturales se habían replanteado el escenario al que se enfrentaban ante el uso de las nuevas tecnologías y sus alcances. La era digital es un hecho y se habrán de evaluar las funciones y el papel de los medios tecnológicos en la difusión del patrimonio cultural.
Cuando hablamos de nuevas tecnologías nos estamos refiriendo a un ámbito verdaderamente extenso: la virtualización y digitalización de objetos y monumentos, los códigos QR, la documentación fotogramétrica, la reconstrucción en 3D, la realidad aumentada, la realización de bases de datos, incluso los blogs y páginas webs especializadas, han transformado nuestro campo de estudio en los últimos años. (Fernández M., Sarmiento J., (s.f.)).
Se ha de generar una nueva percepción, a pesar de la reticencia que pueda existir al respecto, en torno a que las dinámicas de divulgación giran en la actualidad, mayormente, entorno al uso de medios y plataformas digitales. Debemos de considerar el hecho de que el disfrute del patrimonio cultural -a excepción de gran parte de las manifestaciones inmateriales-, es de acceso restringido y limitado, casi exclusivo de sectores privilegiados, por lo tanto, las políticas en materia de divulgación patrimonial -en su mayoría- están encaminadas a captar la atención de esa sección de la población específica, aunque esto signifique la segregación y exclusión de determinados grupos sociales.
Según datos proporcionados por la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT) revelaron que el 51,2 por ciento de la población mundial tiene acceso a internet, es decir, que el equivalente a unas 3,900 millones de personas alrededor del mundo navegan en la red. Lo cual nos indica que, alrededor del 42,8 por ciento del resto de la población, no puede hacer uso de las nuevas herramientas digitales propuestas en materia de divulgación del patrimonio cultural, resultando esencial la búsqueda de horizontes que lleven a la inclusión de grupos sociales en vulnerabilidad y de personas con características físicas y cognitivas dispares al resto.
Ante la nueva realidad a la que hacemos frente, el rol de empresas, así como el de las instituciones educativas, se torna fundamental desde el mismo momento de la creación e implementación de instrumentos de difusión del patrimonio, que faciliten la tarea de la divulgación, más allá de los medios digitales a los que aún estamos adaptándonos. Ejemplo de ello es “Capilla Sixtina en México”, iniciativa realizada en distintos sitios de la República, la cual consistió en colocar en sitios públicos una estructura en cuyo interior podían observar una réplica exacta de la Capilla Sixtina, elaborada con base en un archivo fotográfico de alrededor de 2 millones 700 mil imágenes en alta resolución. Esta interesante propuesta creada por el Grupo Financiero Banorte y MASECA, pretende que, aproximadamente, 52 millones personas, sin importar su origen o clase social, puedan disfrutar de éste monumento. Es decir, se generó una consciencia en torno a la necesidad de acceso a un bien patrimonial, realizando su divulgación en sectores poblacionales cuyas condiciones socioeconómicas no les permitirían disfrutar de él.
Encontrar una respuesta a la crisis pre-COVID 19 en lo referido a la divulgación del patrimonio cultural es apremiante. No sólo es cuestión de buscar una pronta solución a la inclusión social, sino también de hacer pleno uso de las herramientas tecnológicas al alcance y capacitar a las Instituciones Culturales de tal manera que, el público cautivo y usuario de las social-media, encuentre en ellos un canal óptimo de aprendizaje de su patrimonio.
Miriam Leticia Hernández Romero, Universidad de Guanajuato, México
Máster en Uso y Gestión del Patrimonio de la ULL, Fundación Carolina
Estudiante en prácticas del MHA, Área de Patrimonio