En antropología biológica, arqueología y estudios sobre colonización y poblamiento de diversos tipos de territorio, las islas están consideradas como auténticos laboratorios para los análisis de adaptación, en general, pero muy especialmente en lo concerniente a la adaptación de grupos humanos a un nuevo y diferente ambiente con menos recursos que la fuente de población original. Ello es debido a que la colonización de nichos insulares (normalmente de tamaño mucho más reducido y, por tanto, más controlable y manejable que áreas continentales) implica necesariamente, y no es redundancia, el aislamiento de la población que, en el mejor de los casos, mantendrá contactos más o menos esporádicos con el continente o con islas mayores que sirvieron como puerto de partida para aportar más población, elementos básicos para la subsistencia, ganado y animales de granja o para recoger productos explotados en esos territorios insulares (como es el caso del islote de Lobos, en el norte de Fuerteventura, y su factoría romana de púrpura en torno a la Era Cristiana). En otros casos las islas permanecieron durante muchos años o incluso siglos sin ningún contacto con el exterior, como es el caso de la isla de Pascua, perteneciente a Chile, en el Océano Pacífico.
Este grupo de fenómenos adaptativos se observan en muchos lugares del planeta y tienen consecuencias más o menos rápidas para la población, tanto a nivel cultural como biológico. A nivel cultural se producen cambios de relación y en la cohesión del grupo, modificaciones en algunas creencias religiosas con sus distintas manifestaciones, etc y a nivel biológico existen efectos causados por la deriva genética, fenómenos de adaptación a un nuevo ambiente y aparición de marcadores genéticos de tipo local que pueden perdurar en el tiempo.
Por lo que respecta a Canarias, la colonización y asentamiento de poblaciones humanas en ellas es el resultado final de un amplio proceso de colonización y explotación económica del Mediterráneo Occidental durante varios siglos antes de la EC. Cuando este proceso terminó en torno a nuestra Era, el archipiélago quedó aislado de esas culturas hasta el redescubrimiento por parte de los árabes en el siglo XI y, ya unos pocos siglos después, con la conquista europea a comienzos del siglo XV. Durante esa larga etapa prácticamente no mantuvo ningún contacto con el exterior y, a pesar de ello, llama poderosamente la atención que las siete islas mayores estuvieran pobladas y fueran capaces de mantener su población durante tantos siglos independientemente de su tamaño, recursos y características geográficas. Este no es el caso de muchas poblaciones insulares del Pacífico, por ejemplo, donde las islas menores solo se ocupaban estacionalmente o, simplemente, se abandonaban para siempre al carecer, en la mayoría de los casos, de los recursos que podrían ofrecer las de mayor tamaño. Este hecho motivó que, dentro de un patrón similar por tener un origen común en las culturas del norte de África, cada isla de nuestro archipiélago desarrollara su propio «pequeño mundo». No es de extrañar pues que en alguna isla se desarrollaran manifestaciones culturales, como la propia MOMIFICACIÓN, que en principio no existían en los territorios de origen y que se pusieron en práctica a lo largo de esas centurias.
La momificación antropogénica – aquella en la que interviene el hombre para evitar la putrefacción cadavérica y conseguir que el difunto conserve su apariencia del modo más parecido posible a como era en vida – es un hecho común a muchas culturas del planeta: desde las Islas Aleutianas en el Pacífico Norte hasta Australia y Melanesia en el Hemisferio Sur y desde Egipto hasta los Andes y las playas chilenas de Chinchorro, existen momias que han llegado hasta nuestros días gracias a la práctica de diferentes tipos de métodos de conservación del cadáver. Canarias, especialmente Tenerife, no fue una excepción.
Desde que fueran descubiertas a raíz de la conquista europea del siglo XV y dadas a conocer por los distintos autores de los siglos XVI y posteriores, las momias guanches fueron descritas, comparadas con las egipcias – como casi siempre se hacía en cualquier lugar del mundo – y siempre alabadas por su excelente estado de conservación. Así, el médico inglés Thomas Nichols (el primero en hablar de ellas en profundidad en su A Pleasant description of the Fortunate Islands, 1526), el ingeniero italiano Leonardo Torriani (1591) o los sacerdotes españoles Fray Alonso de Espinosa (1594) y Fray Juan de Abreu Galindo (1602) detallaron los hallazgos de las mismas y en ellos y otros autores posteriores, como el propio José de Viera y Clavijo (1776), se basaron los demás investigadores hasta finales del siglo pasado cuando se comenzaron a realizar análisis sistemáticos con metodología científica y tecnología punta sobre nuestras famosas momias.
Siempre se ha hablado de las momias canarias como si en todas las islas existieran estas valiosísimas manifestaciones culturales de nuestro pasado indígena y como si el método de momificación practicado hubiera sido igual en todas. La realidad bien sabemos hoy que no es así. En Canarias no todas las islas presentan momias: en Lanzarote y Fuerteventura no se ha observado ninguna; en La Gomera y El Hierro no hay datos fiables al respecto, tan solo algunas referencias no contratadas de finales del siglo XIX de corresponsales del Gabinete Científico de Santa Cruz de Tenerife; y en La Palma se han encontrado algunos casos que parecen corresponder a momificación natural (aquella producida espontáneamente por las condiciones medioambientales del lugar de enterramiento y también por las del propio cadáver). Las momias antropogénicas canarias son las guanches de Tenerife y las de Gran Canaria … o, al menos, es lo que se pensaba hasta hace poco tiempo. Con respecto a estas últimas, en años recientes ha surgido un debate sobre la auténtica naturaleza de los cadáveres conservados de los antiguos canarii. Debido a la mejor conservación de los cuerpos (al menos de sus envolturas externas de pieles de animales) introducidos en cuevas frente a aquellos que fueron enterrados en túmulos, para algunos investigadores se trataría de auténticas momias antropogénicas, mientras que otros estudiosos sostienen que no se diferenciarían entre ellos más que por el distinto grado de conservación y que toda la población habría sido tratada de igual manera.
Independientemente de debates, lo cierto es que las momias guanches son las máximas representantes de la momificación en Canarias y en ellas se ha podico comprobar la existencia de signos inequívocos de su naturaleza antropogénica (hallazgo de sustancias absorbentes, materiales conservantes, productos antisépticos, incisiones subcutáneas, etc). Esto no quiere decir, ni mucho menos, que entre los guanches no existieran también momias naturales e incluso cuerpos conservados por «momificación natural intencionada» (aquella producida por las condiciones ambientales y ayudada en cierta medida por el hombre), pero las genuinas momias guanches son las de naturaleza antropogénica.
Mucho (cinco siglos son un tiempo muy largo) se ha hablado y debatido sobre el método de momificación utilizado por los guanches para la conservación de sus difuntos. Del mismo modo, se ha discutido sobre quienes eran las personas momificadas y quienes los encargados de poner en práctica ese método o cuando comenzó la práctica y cuanto se extendió en el tiempo. En los últimos años se han producido notables avances que han comenzado a arrojar luz sobre nuestras momias.
Las fuentes escritas siempre compararon la momificación guanche con la practicada por los antiguos egipcios … al igual que sucedería en otros lugares con otras momias pertenecientes a otras culturas. Podemos decir desde ahora mismo que, en esencia, el único punto en común entre las momias de nuestros ancestros y las egipcias es el propósito de conservar el cadáver de la forma más parecida posible a como fue en vida, nada más. Si tuviéramos que comparar con alguna otra «sociedad momificadora» del planeta, las momias más parecidas a las guanches en cuanto al método utilizado serían las de los antiguos pobladores del archipiélago de las Aleutianas en el Atlántico Norte, entre Siberia y Alaska. Nada que ver, por tanto, a nivel cultural, geográfico, climático e incluso temporal.
¿En qué consistía el método de momificación guanche?.
Basándonos en lo relatado por las fuentes escritas mencionadas más arriba y en los hallazgos de autopsia, analíticos y por técnicas de imagen (radiografía simple y tomografía axial computarizada o TAC de última generación) podemos señalar que los aborígenes de Tenerife no evisceraban los cadáveres, es decir no extraían las vísceras y mucho menos el cerebro. Eso, al menos, es lo que se desprende de las observaciones hechas en los ejemplares estudiados por el Instituto Canario de Bioantropología en colaboración con el Museo Arqueológico de Tenerife (ambos adscritos al Organismo Autónomo de Museos y Centros del Cabildo de Tenerife) y por instituciones foráneas sobre las momias que se conservan en distintos museos e instituciones de Madrid, Cambridge (Inglaterra), Göttingen (Alemania) o Montreal (Canadá). No sabemos si en el futuro aparecerá algún cuerpo momificado que muestre signos de extracción de órganos pero, de momento, la evisceración se descarta.
Lo que sí está claro es qué sustancias eran utilizadas durante el proceso – que duraba alrededor de 15 días – y, más o menos, qué pasos seguían para alcanzar su objetivo. Aunque es imposible aseverar con total seguridad, el proceso estaba a cargo de personas especializadas en el «mirlado» de cadáveres que podían ser mujeres u hombres en función del sexo del difunto. Estas personas tendrían una connotación peyorativa por el contacto con los muertos lo que les impedía tener trato con el resto de la población y, según cuentan algunos historiadores de la conquista, recibirían algún tipo de estipendio por su trabajo. Por otro lado, de acuerdo a esas mismas fuentes, mantenían el secreto del método seguido en el desempeño de su labor.
En síntesis, el proceso comenzaba con el lavado del cadáver con agua y hierbas aromáticas y se practicaba de forma constante durante los días que duraba dicho procedimiento. Igualmente, el cuerpo era expuesto al sol durante el día y al humo y calor de las hogueras por la noche lo que ayudaba a la exudación de los líquidos propios del proceso putrefactivo favoreciendo la deshidratación del mismo. El lavado era complementado con el uso de sustancias capaces de absorber los fluidos cadavéricos que podían ser de origen mineral, vegetal y animal, como veremos a continuación y, también, sustancias antisépticas. Los análisis realizados in situ en diferentes momias de nuestras colecciones han demostrado los siguientes elementos:
– Elementos minerales: lapilli rojo o picón que constituye el 90% de estos elementos, piedra pómez, tierra y arena.
– Elementos de origen animal: grasa (manteca de ganado según las fuentes escritas).
– Vegetales: acículas de pino canario o pinocha, gramíneas, semillas de mocán, carbón vegetal (observado solo en alguna ocasión) y vestigios de sangre de drago.
– Antisépticos: en algunas momias, como las del Redpath Museum de la Universidad de McGill (Montreal, Canadá) y la momia masculina procedente del Museo de Ciencias Naturales de la Municipalidad de Necochea (Provincia de Buenos Aires, Argentina) ha sido descubierta la presencia del musgo Neckera intermedia que presenta propiedades antisépticas que coadyuvarían a evitar la putrefacción favoreciendo la conservación de las mismas al inhibir la acción de las bacterias que actúan durante la descomposición cadavérica.
En algunas ocasiones, como se constata en la momia del Museum of Archaeology and Anthropology de la Universidad de Cambridge (Inglaterra), estas sustancias podrían ser introducidas en el tejido subcutáneo a través de las incisiones practicada en diferentes partes del cuerpo (tronco, nalgas o muslos). Este es el único caso en el que se ha constatado este método aunque pudiera haber más (Chil y Naranjo a finales del siglo XIX sostenía haber observado una momia con incisiones durante una de sus visitas a Europa y creyó que su objetico era la extracción de los órganos internos).
Una vez que se completaba ese proceso, el cadáver era envuelto en pieles de animales (cabra y oveja fundamentalmente) y, según las fuentes, cuanto más alto era el rango del difunto más capas de piel componían el fardo funerario. El último paso era la introducción del mismo en cuevas «inaccesibles» que eran tapiadas con «piedra seca» para evitar profanaciones de esos lugares y la acción de animales salvajes o alimañas.
Preguntas recurrentes acerca de las momias guanches son las que tienen que ver con la cronología de las mismas: ¿desde cuando momificaban los guanches?, ¿cuánto tiempo se extendió esta práctica?, ¿la trajeron o la idearon aquí cuando ya estaban asentados?. Las dataciones realizadas en una amplia serie de momias y restos momificados pertenecientes a las colecciones del Museo Arqueológico de Tenerife – y en algunos ejemplares fuera de nuestra isla – demuestran que la momificación comenzó en torno al siglo IV de nuestra Era y se extendió hasta el mismo momento de la conquista en el siglo XV. Ello implica que el método fue ideado aquí siglos después de que la población colonizara la isla y se asentara en ella de modo permanente. Por tanto no fue un procedimiento que trajeran ya que en su área de influencia cultural original esa no era una práctica funeraria habitual.
Salvo excepciones, como las famosas momias Chinchorro de Chile (las momias más antiguas del mundo con mucha diferencia, datadas en torno al 8000 – 7000 AP) donde se momificaba a toda la población sin distinción de sexo, edad o rango, la momificación antropogénica estaba reservada a la élite, a la jerarquía, o a quien se lo pudiera permitir desde un punto de vista económico, en la práctica totalidad de las distintas sociedades del planeta. ¿Sucedía lo mismo con los guanches?. En las siguientes líneas vamos a analizar algunos datos históricos reflejados por las fuentes y, por supuesto, diversos parámetros bioantropológicos utilizados a nivel internacional para aclarar cuestiones como la que se nos plantea.
Las fuentes históricas nos hablan de que existían miles de momias en Tenerife antes de la conquista sin especificar claramente a qué parte de la sociedad estaba destinada la práctica, aunque se puede deducir de lo escrito en las mismas que sería a la «nobleza». Por su parte, la historia y la arqueología han corroborado el hallazgo de cientos de momias y miles de restos esqueléticos en Tenerife a lo largo de los más de cinco siglos transcurridos desde el final de la conquista europea. Por último, la estadística señala que tan solo entre el 5 y el 10 %, como mucho, de la población guanche fue sometida al proceso de momificación después de su fallecimiento. A nivel bioantropológico existen una serie de elementos analíticos, datos demográficos y diversos marcadores y patología esquelética y dental que nos orientan a la hora de comprobar si es cierto o no que la élite de una sociedad pudo tener unas condiciones de vida mejores que el resto, o lo que es lo mismo en el caso de Tenerife, se trata de realizar un análisis comparativo entre la población momificada y la población esquelética de nuestro territorio insular, siempre teniendo en cuenta la variabilidad geográfica que existe entre las diferentes demarcaciones territoriales y vertientes. Veamos los que nos cuenta la bioantropología a este respecto.
Desde el punto de vista demográfico debemos señalar que la población guanche en su conjunto, aunque insistimos que existen notables diferencias territoriales, mostraba una esperanza de vida al nacimiento bastante alta para su época (30.9 años) y una tasa de mortalidad bruta relativamente baja (33 por mil) si se le compara con poblaciones coetáneas de Europa o de África del Norte. Esos parámetros son aún mejores entre la población momificada en la que la esperanza de vida al nacimiento era de 34.5 años y la tasa de mortalidad bruta bajaba hasta 28 por mil.
¿A qué puede ser debido esto? Pues evidentemente a una calidad de vida mejor que la de la población esquelética que se plasma en primer lugar en el tipo de dieta consumida. El consumo de carne y productos lácteos, el consumo de proteínas, es un buen protector contra infecciones y diversas patologías que pueden aparecer cuando, por el contrario, la dieta de origen vegetal es la que prevalece en una población. Veamos estos indicadores.
Análisis por medio de isotopos estables (elementos químicos que marcan la procedencia de los alimentos consumidos: animales de origen terrestre o marino y vegetales) demuestran que mientras la media de la población guanche consumía alrededor de un 55-60% de proteínas de origen animal, entre un 30 y un 50% de vegetales (incluso mucho más en demarcaciones como Tacoronte donde se alcanzaba más del 70% de consumo vegetal u otras del norte de la isla que superaban el 50-55% como Icoden o Taoro) y menos de un 5% de elementos de origen marino, las momias tendrían un consumo medio de 65 – 75% de proteínas de forma constante en cualquier lugar de Tenerife. Ello va a repercutir directamente en la prevalencia de los llamados marcadores y medidas de «stress metabólico» (entendiéndose por stress metabólico cualquier factor que rompa el equilibrio del organismo). En efecto, la presencia de líneas de detención del crecimiento o líneas de Harris en los huesos largos aparece con una frecuencia en torno al 50% en la población esquelética (afectando sobre todo a mujeres) mientras que la población momificada no llega siquiera al 20%. Esto se corrobora también con otro marcador similar al anterior pero reflejado en los dientes, la hipoplasia del esmalte (detención de la amelogénesis o formación del esmalte dental durante la etapa de crecimiento y desarrollo) que aparece en las momias con una frecuencia inferior al 5% frente a un 10 – 20% de la población no momificada. La patología dental, buena indicadora del consumo vegetal, también reafirma lo dicho anteriormente: la atrición o desgaste dentario causado por el consumo de gofio molido en los molinos de piedra que deja partículas muy abrasivas productoras de ese desgaste es muy inferior en las momias (25% frente al 55% de la población esquelética), el sarro dental (cálculos dentales) ligado a periodontitis muestra el mismo patrón (5-10% frente al 30%) y, por último, la caries – bastante infrecuente entre la población guanche – solo se manifiesta en el 3% de las momias contra el 5 – 10% de la población esquelética.
Por el contrario, la actividad cotidiana, que se puede estudiar por los marcadores de actividad física en el esqueleto, y el resto de la patología -incluyendo traumatismos accidentales o producidos por violencia- no muestran diferencias significativas entre ambas poblaciones.
De lo dicho anteriormente, y de modo conciso, se pueden extractar una serie de conclusiones:
IMAGEN 1 (Cabecera):Momia guanche producto de la momificación artificial y pertenece a un varón. Es una de las más antiguas que se conservan.
IMAGEN 2: Cráneo con una retícula en la superficie producida por la acción de raíces que provocó un descascarillamiento por efectos meteorológicos siguiendo ese patrón.
Conrado Rodríguez-Maffiotte Martín
Director del Instituto Canario de Bioantropología y del Museo Arqueológico de Tenerife. MUNA, Museo de Naturaleza y Arqueología