Quién les iba a decir a los mvrilegvli/piscatores que estuvieron en el islote de Lobos desde finales de época republicana hasta el primer tercio del siglo I d.C. que los vestigios de su estancia dejados allí, traídos desde Gades, tras una larga travesía atlántica viajarían, algo más de dos mil años después, nuevamente en barco, aunque muy distinto a los suyos, con destino a la isla de Fuerteventura, esa gran isla, la mayor de todas las que conocían en las aguas oceánicas del sur y que desde ella, con unas nuevas tecnologías, rodarían en un vehículo de cuatro ruedas, rugiente, hasta una pista para donde en una gran ave metálica de siglas BINTER alcanzarían la tierra de la alta montaña nevada, terminando en una gran Domvs, el Museo Arqueológico de Tenerife, dedicada, entre otras cosas, a la reparación y estudio de lo que habían dejado atrás por inservible.
Para todos los que trabajamos en Lobos también ha sido una larga travesía, a la que dedicamos mucho tiempo e ilusión, con trabajos administrativos, de investigación, que es lo que más nos gusta, tareas de documentación bibliográfica, de campañas sistemáticas de excavación y prospección, y trabajos de laboratorio y estudio de los materiales.
Hoy parte de estos restos arqueológicos, los fragmentos cerámicos, reposan en soledad en las mesas del laboratorio de arqueología (Fot.1) a la espera que se levante el confinamiento sanitario que estamos viviendo, larga travesía también, y podamos volver a estar juntos para seguir con el proceso de estudio, de remontaje y reconstrucción con el fin de poder hacer una correcta interpretación e insertarlos en un momento histórico-cultural concreto y poder ir más allá: conocer cómo se fabricaron, cuál es su procedencia, encontrar la explicación a su funcionalidad, sobre todo por qué resultaron imprescindibles en esa empresa económica que les trajo hasta el territorio de estas islas purpurarias. Solo así contribuiremos a comprender la red de relaciones sociales y el perfil de la empresa económica, desplegados con la implantación de este taller de púrpura de Lobos.
Las cerámicas recuperadas en los yacimientos arqueológicos en el trascurso de una intervención arqueológica, aparecen mayoritariamente en estado fragmentario, siendo los materiales más abundantes ya que por su naturaleza, inorgánica, perduran más a lo largo del tiempo. Son esos materiales que los arqueólogos venimos llamando desde hace mucho fósil detector, aunque no sean los únicos, porque por su naturaleza son frágiles, se rompen con el uso, y la reposición de esas manufacturas cuando la tecnología tiene ya mecanismos rápidos de producción y salida a los mercados, hace que los tipos o formas cerámicos estén sujetos a cambios estilísticos, entre otros aspectos, que permiten asociar esas producciones a tiempos determinados. Es decir que con ello las cerámicas guardan una información preciosa que ayuda a los arqueólogos a la reconstrucción de los tiempos históricos a los que pertenecen los fragmentos localizados.
Las cerámicas de Lobos aparecen agrupadas en determinadas zonas o dispersos, en amplias superficies, a veces, junto a otros materiales (Fot.2). En nuestro yacimiento distinguimos varias áreas de actividad, espacios de producción del tinte púrpura, los concheros, espacios la vida cotidiana, unos de ámbito doméstico con zonas destinadas a la preparación de alimentos hasta que son consumidos y que nos proporcionan distintos tipos de cerámica, pero también espacios arquitectónicos, probablemente para el almacenaje y descanso, y espacios basurero, con vertidos de restos diversos, orgánicos e inorgánicos.
Hasta el momento no hemos encontrado ningún recipiente cerámico entero, por lo que una adecuada recuperación y el trabajo del laboratorio es fundamental para obtener tipologías. Estos vestigios son recuperados por el arqueólogo en el marco de una actividad de investigación sistemática en la que interviene un equipo interdisciplinar, con un plan de intervención arqueológica adecuado y, tras su identificación en el yacimiento se georeferencian, es decir se ubican contextualmente, se fotografían, se realizan croquis de relación con otros materiales, después se procede a su levantamiento, se etiquetan con todos los datos que permiten su localización en el yacimiento (campaña, periodo, espacio de excavación, unidad estratigráfica, profundidad, contextos, referencia a levantamiento planimétrico y otras observaciones) uno a uno, se les dota de embalajes adecuados para salir hacia el laboratorio perfectamente documentado. Una vez en este, en primer lugar, procedemos al desembalaje y a agruparlos, por zona de procedencia y ubicación, y por tipo de material con el fin de referenciar cada objeto bien con etiquetado o con su siglado, rotulando con un criterio ordenado rigurosamente con anterioridad los datos imprescindibles que eviten la pérdida de información de la pieza. Así en esa signatura figurarán unas siglas alfa-numéricas que se refieren al nombre del yacimiento, la campaña y todos los datos de ubicación original de la pieza junto a dígitos que se asocian al número que corresponde a cada fragmento u objeto (Fot.3). Les practicamos una limpieza mínima, condicionada por la aplicación de ese registro y la necesidad de liberar determinadas superficies, sobre todos los bordes, para favorecer su remontaje, evitando la pérdida eventual de información sobre los contenidos que pudieron tener y sobre las adherencias de todas las superficies que ayudarán a reconstruir variables aspectos funcionales o los mecanismos postdeposicionales que las afectaron tras el abandono.
Parecería un trabajo tedioso y rutinario, pero es el que nos facilita ir descubriendo aspectos muy variados, tecnológicos como la composición de las pastas, el acabado de las superficies, las alteraciones por desgastes funcionales o postdeposicionales, y su atribución a un determinado tipo de recipiente y a una parte de los mismo. Manejar de manera intensa con un alto grado de observación desde el comienzo permite pues iniciar una clasificación con agrupaciones y un inicio del proceso de remontaje y reconstrucción de las piezas (Fot.4), trabajo que no nos ocupa todo nuestro tiempo pues tenemos que combinarlo con otras tareas de nuestro quehacer museístico.
Tenemos pues en nuestras mesas de laboratorio un gran puzle, distribuidos los fragmentos por la proximidad en su recuperación, si bien podemos encontrarnos que fragmentos de una misma pieza pueden estar separados en el suelo de ocupación del yacimiento varios metros; en el agrupamiento funciona también manejar las partes diagnósticas (bordes, paredes, fondos, asas…), los tipos de pasta, texturas, coloración, siempre de forma combinada con el resto, pues la tonalidad puede ser muy traicionera por los procesos de alteración sufridos durante el uso o el abandono; y, por supuesto, contar con el bagaje del conocimiento de las tipologías de los grupos cerámicos que existen en el contexto cultural de nuestro yacimiento, con la selección de las que hallamos en él: recipientes de transporte y almacenaje, particularmente las ánforas, cerámica común de mesa y cocina, paredes fina y elementos de iluminación. Cada uno de estos grupos presenta características determinadas y comenzamos con el proceso de remontaje (Fot.5). No siempre conseguimos finalizar este puzle con la obtención de recipientes cerámicos completos, pero a los arqueólogo nos sirve con obtener una parte del todo, un fragmento de una pieza que tenga borde, pared o, en ocasiones, los fondos, cuando son muy diagnósticos, para reproducirlo, a través del dibujo, y reconstruir las formas originales con el fin de conocer sus características tecnológicas y morfométricas y poderlos encajar en los modelos de tipologías del mundo romano.
Con este trabajo hemos podido clasificar dos grandes grupos cerámicos:
Por un lado, las ánforas de transporte, tipos Dressel 7-11, Haltern 70 y algunos ejemplares de Oberaden 83/Haltern 71 y Oberaden 74, entre otros tipos, y sus tapas, los opercula, de pomo perforado, macizo y tapas recortadas (Del-Arco et al. 2016). Este conjunto nos viene a mostrar que en la carga de los barcos se incorporan salazones, salsamentas, vino y aceite, asegurando el suministro de los expedicionarios.
El otro grupo está formado por la cerámica común con una variadísima vajilla cerámica de cocina y mesa, a torno, Y nos revela que, las gentes de Lobos no renunciaron a las pautas de procesado de alimentos y costumbres de mesa (Garrido et 2019a).
En el trabajo de laboratorio, proseguimos con la caracterización morfológica macroscópica, trabajando más intensamente con la selección de partes diagnósticas, su adscripción a tipo y descripción detallada de sus pastas y tratamientos, coloración a partir del Munsell Soil Color Charts y observación de rasgos significativos funcionales (presencia/ausencia de adherencias primarias, residuos de uso, o secundarias-postdeposicionales). Sobre ellos realizamos los dibujos y fotografiado.
La situación de confinamiento nos ha cogido en pleno fragor de la discusión sobre la selección y toma de muestras cerámicas de pastas para su caracterización y llegar a obtener información sobre los centros de fabricación de estas producciones. Así que, día a día, cada día de esta etapa de confinamiento echo de menos las abarratodas mesas de laboratorio con las cerámicas de Lobos, en las que otros miembros de nuestro equipo y los alumnos de la Universidad de La Laguna, voluntariado y colaboradores como amigos del Museo, contribuimos al conocimiento de esta interesante etapa del pasado de nuestro Archipiélago.
Mercedes del Arco Aguilar
Conservadora de Arqueología. Museo Arqueológico de Tenerife. MUNA, Museo de Naturaleza y Arqueología