Se miraban extrañados, desconfiados, altivos, erguidos cual enhiesta y delicada vara esquivando intensos temporales, ráfagas constantes de un viento que sabían deberían soportar algunos meses (muchos), junto con gélidas temperaturas, en aquel enigmático enclave, ignoto, lejos de toda esperanza de vida. La tenue noche de sombríos destellos, en aquel camarote lúgubre y siniestro, a la luz de una lámpara de grasa maloliente que -uno de los dos- había comprado, a buen precio, en el último de los enclaves donde habían fondeado, ocultaba el rostro algo desfigurado del más alto que, a duras penas, se esforzaba por reír de buena gana y en ese mohín, en ese rictus ambiguo que le caracterizaba, intentaba no dejar relucir la carne inflamada y ensangrentada que tapizaba -como mucosidad ornada- su boca, una boca que untaba cada día con sangre de drago (ungüento extraño y pegajoso, procedente de unas islas situadas muy lejos de allí, junto a África, y que había adquirido al mercader de un puerto donde había recalado hacía tiempo). Así dejaba entrever, a modo de insoportable anclaje, una dentición ennegrecida por el paso de los años y de los daños. Su intenso aliento a alcohol, a ron añejo procedente de la última incursión en coloristas tierras de calor sofocante y humedad agobiante, lugares rodeados de aguas cristalinas y corales relucientes, adormecía sus lentas horas en medio de inclemencias y demencias y hacía que su contrincante se alejara, en ocasiones tímidamente, para huir del olor cuya proximidad podía llegar a adormecerle, dejarle sin sentido en ocasiones.
Recordó que, antes de ordenar traerlo a su presencia, por la fuerza, ya le había hablado sin obtener respuesta. Y ahora, de nuevo, se miraban desafiantes, como en los retos que estaba acostumbrado provocar entre sus fornidos hombres, sobre todo en momentos de cruentos castigos, en medio de mares embravecidos, cuando los ataba con endurecidos cabos a mástiles de alturas vertiginosas y ellos gritaban enloquecidos envueltos en refrescantes y fríos espumajes, siempre a continuación de traiciones que él hacía pagar muy caro, sometiendo a su tripulación a insufribles padecimientos… Entonces, casi sin darse cuenta, uno y otro, situados a la misma altura, mezclaron sus hedores, formando una nauseabunda atmósfera que impregnó toda la estancia de techos bajos. Se trataba del espacio donde, hacía tiempo, había ordenado tapiar los ojos de buey para evitar la ventisca que, brusca y constante, se colaba por los orificios añejos y destartalados, como ocurría en largas singladuras, en que aprovechaba las calmas para examinar añosos mapas o buscar tesoros ignotos en calas camufladas entre enhiestos acantilados. También, mientras custodiaba prisioneros, recordaba amores fugaces ocurridos en tabernas lejanas con hermosas mujeres cuyo rostro ya ni recordaba o guardaba enigmáticos secretos que le habían confiado, en voz baja, sus leales, relativos a nuevas rutas de coordenadas encriptadas, abiertas por enemigos, y dibujadas a la luz de velones, información que gustaba ocultar en compartimentos secretos de armarios de maderas olorosas. Así estuvieron largo rato, contemplándose inmóviles, los dos, observándose en ocasiones fijamente a los ojos hasta que, en un momento inesperado, uno de ellos lanzó un vehemente sonido, como un rebuzno, en la cara del otro, haciendo que el temido y desconfiado corsario sacara de manera inmediata y grácil su desvencijada espada, para colocarla amenazante en el cuello craso de su inocente y encantador adversario…
Epílogo.- Se cuenta que el primer europeo que observó pingüinos fue Bartolomé Díaz, portugués que alcanzó Cabo de Buena Esperanza (África), en 1488, sin embargo no los menciona en sus notas de viaje. Las primeras reseñas aparecen en los diarios de Álvaro Vhelo, un tripulante que bordeó dicho Cabo, en el barco de Vasco da Gama, más tarde, allá por 1497. Dicen que los llamaron otilicarios, palabra que tal vez derive de la lengua de los incolae de la zona, en opinión del cronista Jerónimo Osorio (1506-1580). Velho escribió “…son tan grandes como patos, pero no pueden volar porque no tienen plumas en las alas. Estas aves, de las cuales matamos a tantas como pudimos, lloraban como burros…”
Serían los marineros de Fernando de Magallanes (1520), Francisco García de Loayza (1526) o Simón de Alcazaba (1535), los que -por primera vez- los observaron en las islas de Los Pingüinos (situadas en el Estrecho de Magallanes). Asimismo, Francis Drake (1578), Pedro Sarmiento de Gamboa (1580), Thomas Cavendish (1587), así como todos los corsarios ingleses que les siguieron hasta mediados de la década final del siglo XVI, Richard Hawkins, entre ellos, comentaron interesantes datos sobre esta fauna. Precisamente, las primeras noticias sobre su existencia fueron llevadas a Europa por aquellos que viajaron con Drake (recordemos las menciones respecto de estos animales de Edward Cliffe, que acompañaba al corsario en una travesía, según notas de agosto de 1578): o los que viajaban junto a Cavendish y les dieron el nombre de pen-gwyn, curiosa denominación de origen galés que significa cabeza blanca. Parece ser que, por entonces, los identificaban/confundían con el alca (gran auk) (Pinguinus impennis) de Terranova, especie diferente que, como todos sabemos, desapareció (fue extinguida debido a la acción de los humanos) en la primera mitad del siglo XIX, en concreto, el último ejemplar fue visto en Islandia en 1844. Otros, por el contrario, discrepan y opinan que el nombre puede derivar quizá del latín pinguis, que significa grasa/gordo/bien alimentado.
Según Martinic (2012), desde las primeras navegaciones exploratorias por el Estrecho de Magallanes en penetración oriente-occidente, las tripulaciones conocieron las pequeñas islas de la sección central del gran canal, advirtiendo en ellas la presencia de una abundante fauna residente. Esto cobró fuerza tras el sucesivo paso de los navegantes holandeses (Sepúlveda Ortiz, 2018), que convirtieron dichas islas en despensa fija para su alimentación (hasta dos mil pingüinos y lobos de mar se sacrificaban en una sola batida), circunstancia difundida posteriormente en los Países Bajos y en toda Europa en narraciones impresas, mapas y grabados, y debidamente destacada como un rasgo caracterizador.
Martinic (2012) expone que, en dichas islas, se estiman las poblaciones del pingüino de Magallanes (Spheniscus magellanicus) en torno a 120.000 individuos (63.000 parejas), seguidos de la gaviota común (Larus dominicanus) (3.000 parejas) y la skúa (Catharacta skua) (200 a 300 parejas), además de bandurrias (Theristicus caudatus), caiquenes (Chloephaga picta), carancas (Chloephaga hybrida) y pilpilenes u ostreros australes (Haematopus leucopodus), por mencionar solo aquellas especies más comunes. Destacan -por su número- los cormoranes de las Malvinas (Phalacrocorax magellanicus), pero tambiénpetreles gigantes, gaviotines sudamericanos, chorlos y playeros. Las aves terrestres menores (pajarillos) están representadas por colegiales y chercanes (residentes), churretes, zorzales y chincoles (visitantes). Los cormoranes, en sus dos especies principales, debieron tener mayor presencia antaño, en especial en la isla Magdalena. Con estas menciones cuantitativas, Martinic (2012) quiere significar en su trabajo que, si los pingüinos eran, para los antiguos navegantes, las especies típicas de la avifauna insular, los cormoranes también aportaban en biomasa, con lo que se comprende que unas y otras aves interesaran para abastecer las flotas que por entonces frecuentaban esas aguas. No obstante, según Martinic (2012), la especie que más hubo de concitar el interés de los europeos -por serles desconocida- fue el pingüino (la especie presente en la zona), que les resultó una curiosa ave no voladora con aspecto simpático de hombrecillo menudo. Se representó, como accidente referencial, en el primer mapa, atribuido a Pedro Reinel (ca 1522), que recogió las noticias sobre el descubrimiento del Estrecho, aportadas por el desertor Esteban Gomes a su retorno a España, con la nao San Antonio (Martinic, 2005), tripulante que formaba parte de la expedición de Magallanes cuyo nombre lleva el estrecho.
Curiosamente, hay que señalar que hubo un intento por parte del rey Felipe II de fortificar el Estrecho de Magallanes (Rigone, 2014, ver figura 5) y en la flota organizada, para dicha aventura, comandada por Pedro Sarmiento de Gamboa, participaron algunos isleños (9%), en concreto naturales de la isla de Gran Canaria. La flota zarpó, del puerto de Sevilla, el 25 de septiembre de 1581, con 23 navíos (tres mil personas: 350 colonos y 400 soldados) para guarnecer los que iban a ser las fortificaciones que se pensaban edificar, de ellos apenas cinco barcos llegaron a la zona oriental del Estrecho, el 17 de febrero de 1583. Allí, los españoles observaron, para su sorpresa y utilización para ingesta, especies vegetales de la zona, caso de las uvas de espino, Berberis microphylla (el popular y conocido calafate) o las alverjillas o clarines de Magallanes, Lathyrus magellanicus de la familia de las Fabáceas. Dicha expedición y asentamiento fracasó, según apuntan algunos estudiosos (Martinic, 1978, 1983 y 2000; Rigone, 2014), no por las durísimas condiciones ambientales y el hambre como pudiera pensarse –que los hubo-sino por la enfermedad (Gran Catarro de 1580) que había debilitado a muchos tripulantes, dolencia que habían contraído en España y cuyas secuelas portaban antes de partir (Domínguez Molino, 2011).
El capitán corsario inglés, Hawkins, que recaló durante su viaje de 1594 en la isla Magdalena (una de las islas de los Pingüinos), para una faena de caza con el fin de abastecerse de comida, también dejaría, para la posteridad, descripciones pormenorizadas del pingüino, en cuanto a tamaño, aspecto, forma de anidar y alimentarse, así como lo referido a su abundancia relativa y otras características.
Richard Hawkins llegó al Estrecho el 19 de enero de 1594, permaneciendo en sus aguas hasta el día 29 de marzo (según se recoge en sus notas de viaje). Precisamente, anclado a sotavento de la isla Magdalena pudo apreciar la gran cantidad de aves presentes, así como en la isla Marta, mencionando patos silvestres, gaviotas, pingüinos y alcatraces, correspondiendo estos últimos, seguramente, a una de las especies de cormoranes que abundan hasta la fecha en estas Islas. Según Martinic (op cit.), todas estas noticias divulgadas en los ámbitos marineros y portuarios de Inglaterra, contribuyeron a la difusión de la existencia de tan novedosa especie y a su utilización como alimento para las tripulaciones de las naves de la época, aquellas que tuvieran por destino las aguas australes americanas, nunca suficientemente abastecidas a juzgar por las relaciones conocidas que dan cuenta de privaciones, hambrunas y situaciones límites, como característica de esos viajes. Hawkins se pregunta respecto de la etimología de la palabra pingüino, conjeturando que dicha palabra provendría –como se ha señalado- del idioma galés, y apunta que los pingüinos son proporcionalmente, en relación al tamaño, como gansos, pero sin alas y no pueden volar. Otro corsario, Francis Drake, además de nominar tres de las cuatro islas orientales del Estrecho de Magallanes, también proporciona una serie de informaciones referidas a unas aves que, para estos marinos, eran desconocidas, en concreto, los pingüinos magallánicos (Spheniscus magellanicus). Según Morison (1994), no dieron un nombre al ave, simplemente lo llamaron “pato sin alas”. Europeos e indígenas debieron predar intensamente sobre todas las especies de avifauna y sus nidos (huevos), aunque es posible que prefirieran a los pingüinos por la mayor abundancia de carne y grasa por individuo.
Tijpus Freti Magellanici; quod Giorgius Spilbergius cum classe lustravit publicado en Leiden (1619) por Nicolaes van Geelkerchen y cuyo autor fue Joris van Spilbergen, al igual que otrasde la producción cartográfica holandesa contemporánea,incluye en su ornamentación al pingüino comofigura natural característica. Los representan comopájaros antropoides cabezones y descomunales (con el mismoporte que el grupo de nativos yholandeses que ilustran las cartas). De esa maneraacabaría por reafirmarse la ya inseparable asociaciónentre las navegaciones holandesas y su iconografíarepresentativa (Martinic, 2012). En este caso, una de las aves más típicas de la fauna magallánica fue dibujada en los primeros mapas que, de zonas frías, hicieron los maestros cartógrafos.
Según Martinic (2012), una detallada descripción de la especie presente en la zona (Spheniscus magellanicus) fue hecha –originalmente- por el cirujano Barent Janz Potgieter (joven de 25 años, aficionado a las letras y al dibujo, que acompañaba a Sebald de Weerdt en la nave Het Geloof, formando parte de la expedición de Simón de Cordes) en uno de sus Diarios y transcrita por el propio de Weerdt en su Relación del viaje, pues el mismo lo menciona como una de sus principales fuentes. Recordemos que, en los viajes de antaño, los cirujanos embarcados tenían como responsabilidad complementaria a la del cuidado de la salud, todo lo concerniente a la historia natural de los países visitados, por estimarse parte de su quehacer profesional. Barent Janz Potgieter suministró información que hizo posible el diseño de bellos mapas holandeses de la región magallánica. Entre ellos cabe destacar, Freti Magellanici ac Freti vulgo Le Maire exactissima delineatio (1635), cuya autoría ha sido atribuida al maestrocartógrafo Willem Janszoom Blaeu (1635) en base a un mapa de Hondius. Señalar que otra pieza muy conocida, Exquisita & magno aliquot mensium periculo Lustrata et iam retecta Freti Magellanci Facies, en concreto en su parte superior, junto a las islas de los Pingüinos, muestra figuradas dos de estas aves enfrentadas entre sí, como reforzamiento de la idea de asociación de presencia con aquellos territorios insulares del Estrecho. En síntesis, De Weerdt llevó a su patria –y a Europa- entre otras noticias de interés, la existencia de tan novedosa especie zoológica, información que se difundió rápidamente ayudada por la visión de los grabados que mostraban dicha ave y la forma (cruel) de su captura (Martinic, 2012).
Ejemplo de esto son dos obras de la época, caso de la Histórica Relación del reino de Chile (Ovalle, 1646), acompañada de un mapa Tabula Geographica Regni Chile, de la que se conocen tres versiones (con figura de pingüino incluido). La otra es la narración de los viajes de Caspar Schmalkalden a las Indias Orientales y Occidentales entre 1641 y 1652, donde describe animales que le llamaron la atención (pingüinos entre ellos).
Incluso se utilizó al pingüino de Magallanes como figura heráldica, tal como puede observarse en el escudo ornamental inserto en el mapa del Estrecho de Magallanes elaborado por Williem Blaeu y publicado hacia 1620-25, en cuya autoría se ve la inspiración del cirujano de la Het Geloof. Este emblema se identifica con el correspondiente al de la Hermandad del León Desencadenado, instituida por el almirante Simón de Cordes en la ceremonia realizada en la Bahía de los Caballeros, isla Santa Inés, a finales de agosto de 1599. Dicha hermandad no logró continuidad, pero su gestación añadió una nota de idealismo a los viajes de entonces (Martinic, 2012). No confundir con una Orden de nombre parecido (la del León Neerlandés, van de Nederlandsse Leeuw, creada en 1815, alta distinción civil en el reino de los Países Bajos en la actualidad), ver Ortiz Troncoso (1993).
En lo concerniente a la Historia Natural, los pingüinos provocaron tal impresión en los europeos (antes de su llegada a los litorales australes se desconocía ese grupo de aves) que, los que consiguieron retornar a sus países de origen, difundieron la novedad de palabra, por escrito o en forma gráfica para maravilla de auditores y/o lectores. Los vehículos de trasmisión de la noticia zoológica fueron mapas y grabados realizados por los artistas y maestros cartógrafos holandeses del siglo XVII, período brillante para la economía, el arte, la cultura y por ende para la prosperidad de los Países Bajos. Algunas de esas piezas se convertirían en clásicos de la iconografía sobre la naturaleza americana y, de paso, en la correspondiente a la mitología generada tras los descubrimientos y primeras exploraciones (Bueno Jiménez, 2016; Martinic, 1972, 2005, 2007 y 2012).
Con el paso del tiempo, a medida que las exploraciones descubrían más tierras al sur, más especies de pingüinos eran descritas. El explorador francés Jules Dumont d’Urville (que por cierto visitó Tenerife durante una escala expedicionaria) descubrió los pingüinos de Adelaida (Pygoscelis adeliae) en 1840 y los denominó en honor de su esposa (llamada Adela); los pingüinos de las Snares (Eudyptes robustus) fueron encontrados en 1874, y los pingüinos Papúa (Pygoscelis papua) tuvieron su primera descripción científica en 1781, de la pluma de J.R. Forster; el pingüino de Humboldt (Spheniscus humboldtii) fue descrito en base al material recolectado por el médico Franz Julius Ferdinand Meyen durante la expedición prusiana del “Prinzess Luisa” (entre 1830 y 1832) y denominado en honor de Alexander Humboldt (Werner, 2017), por citar solo algunos…
Recordemos que los pingüinos son aves que se engloban dentro de la familia Spheniscidae y -a su vez- dentro del orden de los Sphenisciformes. No voladoras, se han descrito hasta dieciocho especies distribuidas, exceptuando el pingüino de las Galápagos (Spheniscus mendiculus), exclusivamente en el Hemisferio Sur. Se hallan seriamente amenazadas por la contaminación, sobreexplotación de recursos pesqueros que les sirven de alimento, predación intensa sobre huevos y nidos para obtener abono, alteración de sus hábitats, pero en especial por la caza (ingentes matanzas atroces llevadas a cabo sobre todo en siglos pasados), como hemos podido leer en numerosas crónicas antiguas y yo he relatado con gran desazón (por la crueldad de ciertos textos) para ustedes…
Nota.- Definición de pingüino (según la RAE) que inserta algunos errores científicos (caso del nombre de la familia donde se incluyen o incorporar al alca dentro del mismo grupo como se ha explicado detalladamente en el texto).
1.m. Ave palmípeda marina de la familia de las esfenisciformes, no voladora, de color blanco y negro, de gran tamaño, figura erguida y alas adaptada para bucear, que vive en el hemisferio sur, principalmente en las regiones polares.
2.m. Ave de la familia de las alcas que vivía en el hemisferio norte y se extinguió a mediados del siglo XIX.
Nota 2.- Puede ver las imagenes que ilustran este artículo, con sus correspondientes descrpciones, en el siguiente enlace
BIBLIOGRAFÍA
Bueno Jiménez, A. (2016). El nuevo mundo en el imaginario gráfico de los europeos: de Bry, Hulsius, Jacob van Meurs y Peter van der Aa. Revista sans soleil – estudios de la imagen, vol 8:229-256.
Cook, R. (1993). The Voyages of Jacques Cartier. Toronto: University of Toronto Press.
Domínguez Molino, R. (2011).La pista médica del desastre de la expedición de Sarmiento de Gamboa al Estrecho de Magallanes. Magallania (Chile), vol. 39 (2):5-13.
Gaskell, J. (2001). Who Killed the Great Auk. Oxford: Oxford University Press.
Grieve, S. (1885). The great auk, or garefowl (Alca impennis, Linn.): Its history, archaeology, and remains. London: TC Jack.
Martinic, B. M. (1972). Cartografía derivada de los descubrimientos y exploraciones holandesas en la región magallánica. Anales del Instituto Patagónico, Punta Arenas (Chile), Vol. III (1-2):5-30.
Martinic, B. M. (1978). Nombre de Jesús, una población de ubicación incierta. Anales del Instituto Patagónico, Punta Arenas (Chile),9: 53-64.
Martinic, B. M. (1983). El Reino de Jesús. La efímera y triste historia de una gobernación en el Estrecho de Magallanes (1581-1590). Anales del Instituto Patagónico, Punta Arenas (Chile), 14: 9-32.
Martinic, B. M. (2000). Rey Don Felipe. Acontecimientos Históricos. Una secuencia de la presencia humana en el sector central del Estrecho de Magallanes. Ministerio de BienesNacionales, Santiago de Chile.
Martinic, B. M. (2005). El protomapa de Chile, Boletín de la Academia Chilena de la Historia (114):175-182.
Martinic, B. M. (2007). Fretum Magellanicum. La cartografía fundacional de Chile. Archivum, año VII (8):401-407.
Martinic, B. M. (2012). Los holandeses en las islas de los Pingüinos (1599-1615). Magallania (Chile), 40 (2):7-22.
Mayorga, M. (2016). Antecedentes históricos, cartografía e iconografía islas orientales del Estrecho de Magallanes: Isabel, Marta, Magdalena y Contramaestre – historical background cartography and iconography.
Morison, S. E. (1994). The European Discovery of America. The Southern Voyages 1492-1616 (Oxford University Press,New York 1994): 378 páginas.
Ortiz Troncoso, O. R. (1993). Una hermandad naval holandesa creada en la región magallánica. Revista de Marina, 110 (813):192-197.
Rigone, R.C. (2014). Las narrativas del plan de fortificación del estrecho de Magallanes, siglo XVI. Universidad de Buenos Aires (Argentina), Facultad de Filosofía y Letras. Tesis de doctorado. Páginas:1-340.
Sepúlveda Ortiz, J. (2018). Corsarios y piratas holandeses en la costa de Chile (siglos XVI al XVII). Boletín de la Academia Naval y Marítima de Chile, año XXI (22):61-79.
Their, K. (2007). Of Picts and penguins—Celtic languages in the new edition of the Oxford English Dictionary. pp 246-259. In: Tristram HLC (ed.) The Celtic Languages in Contact. Potsdam: Potsdam University Press
Werner, P. (2017). Franz Julius Ferdinand Meyen: gefördert und frühvollendet. Zwischen Poesie und totem Zoo. Revista Internacional de Estudios Humboldtianos, HiN, XVIII, 34:148-165. ISSN: 1617–5239.
Fátima Hernández Martín es Directora del Museo de Ciencias Naturales de Tenerife