Registro de salida: «Barrilete»

Registro de salida

 
 

Hoy: Barrilete [23. 2011. 401]


La pieza que protagoniza en esta ocasión la sección REGISTRO DE SALIDA es una cantimplora de madera, muy probablemente de sabina o de moral, con forma de barril, que fue tallada a mano en una sola pieza en el siglo XIX. Ingresa en los fondos del Museo de Historia y Antropología de Tenerife por donación, pasando a formar parte de la colección denominada “Alimentación y cultura culinaria”. Debido a su pequeño tamaño (14.3 cm de largo, 17 cm de alto y 11 cm de diámetro) era conocida como barrilete. Carece de tapón (que posiblemente fuera también de madera o bien de corcho), pieza que no sólo protegía el contenido para evitar derrames, sino que funcionaba también de aislante frente al calor exterior.

Por definición, una cantimplora es aquella vasija o recipiente que se utiliza para llevar bebida, habitual en viajes, excursionismo, vida militar y trabajadores del campo. Puede disponer de asas u otro medio de sujeción para llevarla suspendida del hombro o de la cintura, así como de un material aislante para mantener fría la temperatura de la bebida en tiempos calurosos, ya sea recubriendo el recipiente o con una cámara de aire. Algunos tipos de cantimploras llevan acoplada una taza en la base o en la tapa.

Aunque nos pueda parecer un invento reciente, ya los romanos usaban una especie de botijos o botellas de barro para llevar agua. Es difícil datar su origen exacto. Hace unos 10.000 años se usaban objetos similares en los que se transportaba este líquido elemento. Uno de los más antiguos estaba formado a partir de una especie de calabaza, la cual se calentaba para endurecerla y se le hacía una hendidura para poder beber. Pero, sin duda, lo más semejante que podemos encontrar a una cantimplora moderna en la antigüedad, son los recipientes de barro (botijos, botines…) transportables, los cuales son propios del Imperio Romano. Éstos ya incluían asas y enganches para su transporte, ya que eran usados principalmente durante la peregrinación. Entre el siglo XIV y el XVIII, existían cantimploras de otros materiales, como son el cuero, el metal o el vidrio. Las de cuero presentaban algunos problemas ya que, al estar en contacto con este material, el agua se impregnaba de un sabor particular. Además, se picaban con el tiempo y podían llegar a resultar inútiles si no se usaban con frecuencia. En el caso del vidrio, el sabor y la propiedad del contenido se mantenían en perfecto estado, pero al tratarse de un material frágil debía ser transportado con recubrimientos para así, evitar que se rompiese.

En este caso, las tapas acostumbraban a ser de corcho. Las cantimploras de metal pertenecen al siglo XIX. Entre los metales que destacan en la fabricación de cantimploras en esta época están el acero inoxidable, el aluminio o la hojalata. Éstas eran muy resistentes y ligeras y poseían un sistema de enroscado para la tapa (algo que se sigue utilizando en la actualidad) incorporando una cadena para que no se perdiera. Por último, en la actualidad, a pesar de encontrar cantimploras metálicas e incluso de vidrio, el material que predomina es el plástico. Los polietilenos y policarbonatos son, además de muy ligeros y resistentes, bastante económicos, suponiendo una clara ventaja respecto al resto de materiales.

El acceso al agua ha condicionado siempre la ubicación de los asentamientos humanos, que en nuestro territorio se levantaron cerca de nacientes, manantiales, fuentes o eres (término de origen guanche que designa a los lugares en los que hay pequeños charcos, muy comúnmente situados en el fondo de los barrancos, y que conservan el agua de lluvia durante cierto tiempo).

Con el aumento de la población y las demandas de la agricultura se fue incrementando el consumo de agua y ya a mediados del siglo XIX se perforaron en Tenerife las primeras galerías. Al principio se aprovecharon los manantiales naturales como los de Aguamansa, Barranco del Río, Badajoz, Godínez, …que vieron pronto reducido su caudal original. En la actualidad, repartidos por toda la isla, los pozos y galerías aportan casi el 90% del agua consumida.

Extraída de la tierra y transportada por canales y tuberías, el agua terminó convirtiéndose en una mercancía cuya gestión hicieron invisible las manos privadas. Así, pasan a permanecer ocultos los procedimientos y dispositivos para extraer, medir, analizar y purificar el agua que, exclusivamente en manos de expertos, impiden a la gente ejercer el control social sobre el más básico de los bienes públicos. Las comunidades locales han perdido el conocimiento y la experiencia en la gestión del agua, cuya concentración actual en compañías privadas genera una fuente permanente de ansiedad sobre su disponibilidad, pureza y salubridad. En este contexto, en el que la más básica e inalienable de las sustancias para la vida como es el agua ha sido desposeída de sus lazos históricos y tradicionales, resulta lógico que la ciudadanía muestre desapego al no hacer un uso racional y sostenible de ella.

El agua había que ir a buscarla y llevarla hasta las casas, un trabajo duro y cotidiano que imbuyó al agua misma y a quienes la acarreaban de un alto valor y significado. Para transportarla y almacenarla se recurrió a todo tipo de recipientes. El barro fue profusamente utilizado en la elaboración de tallas o bernegales, tinajas, cántaros, porrones, jarros, etc. pero también se utilizaron la madera, calabazas, cueros, latón y, en las últimas décadas, como ya se ha dicho, el plástico.

Durante siglos, conseguir y llevar el agua hasta cada uno de los hogares fue responsabilidad de las mujeres. Literal y simbólicamente, ellas cargaban la vida. Pero con la progresiva extensión de las tecnologías de captación y de las redes de tuberías para el suministro, las mujeres fueron desposeídas de este control. El agotador trabajo de cargarla desapareció y los hombres pasaron a ejercer la autoridad social sobre su extracción, almacenamiento y distribución. Dejando de salir a por agua, las mujeres fueron confinadas aún más dentro del espacio doméstico, reforzando el dominio masculino de la esfera social.

En el pasado nos acercábamos con un recipiente a los manantiales y fuentes para la provisión y el acarreo del agua. En el presente, oculta y fluyendo por tuberías, parece mágica al abrir la llave. En ese tránsito, el control del agua pasó de ser una propiedad común a una mercancía, de las mujeres a los hombres y de la gestión colectiva a la posesión por grupos privados.