Y quizás así sea. No podíamos quedarnos quietos. Como tampoco incomunicadas o incomunicados, en adelante intentaré alternar usando un solo género, ya que me siento aludido por cualquiera de los dos. Y, ante la nueva situación, recurrimos a los nuevos grandes remedios de nuestros tiempos. Lejos ya de esperar la salvación a través de cauces tradicionales como la política y la religión, la panacea ahora es la ciencia y la tecnología. La ciencia que nos garantizará la anhelada o temida vacuna, con la que superar nuestra indefensión ante el virus, cuando nuestros laboratorios farmacéuticos la encuentren y tengan a bien compartirla a cambio de, esperemos, un “justo” precio. Benefactores anhelados y temidos a un tiempo, nos hacen oscilar entre el sueño de una cura para todos y la sospecha de que igual nos manipulan o envenenan.
Y por su parte, la tecnología… ¡Viva la tecnología! Que nos comunica, que nos informa, que nos entretiene, que nos instruye, que nos adoctrina y que nos permite trabajar y relacionarnos, para no perder el pulso del mundo, para poder seguir comunicando, informando, creando. Una tecnología que nos ha mantenido conectadas como país, imbricados al mundo y funcionando como empresarios, informadores, documentalistas, investigadoras, historiadores, antropólogas, arqueólogos, periodistas, influencers, profesoras o creadores. También como museógrafas. Trabajando duramente, presencialmente, cuando las posibilidades técnicas y de estrategia así lo permitieron o, desde casa, formidable reencuentro con la tecnología que, la covid19, novedosa celestina pandémica, ha inducido.
También nos obsesiona. La cuarentena ha multiplicado los productos digitales, en una profusión exponencial que despliega cierta competencia por ver quien atrae más la atención, quien consigue que cliqueen más veces el me interesa o quien justifica antes el sueldo, en una superproducción de contenidos que colmatan nuestros terminales repletos de ávidos mensajes culturales, imágenes, productos de entretenimiento, noticias y falsas noticias, hasta llegar a saturar nuestras propias mentes, obligadas a desestimar la mayor parte de esa información que pasa a toda prisa ante nuestros ojos, para poder resistir el bombardeo, para poder discernir y aprender, tal y como reza en el interesante artículo de un técnico y compañero del MHA, a “separar el grano de la paja”.
Pero, a la vez, esa tecnología nos reta a continuar por caminos que hablan de futuros posibles. Nunca habíamos tenido el potencial de comunicación que hoy tenemos, tampoco habíamos experimentado la capacidad de llegar a tantos lugares, a tantas personas. La experiencia del confinamiento ha supuesto una reordenación de nuestras capacidades digitales, con reconversiones en ámbitos tan variados que van de la educación reglada, en todas sus etapas, donde ya se venían usando, a talleres presenciales para mayores, donde no lo habían hecho nunca, con monitores que son capaces de digitalizar sus contenidos y ofrecer materiales didácticos a sus alumnos o de formar a nuevos monitores. Al igual que en los museos, en los que, con mayor o menor fortuna, se ha venido trabajando tradicionalmente para incluir el destino digital en los objetivos del trabajo de difusión, para los que este parón de la sociedad, ha supuesto un período apoteósico de la difusión digital, zoom, YouTube, programaciones en directo, debates, conferencias, además de las consabidas visitas virtuales, pastillas publicitarias y hasta videojuegos, etc., etc. Y, sin embargo, del otro lado, quienes supuestamente recogen todo eso, el público interesado… que filtrará, seleccionará o atenderá los nuevos contenidos que se acumulan en sus diversos receptores. Porque ¡claro!, la capacidad, el potencial, las herramientas están ahí. Otra cosa es comunicarse. ¿Conocen la historia de la madre abnegada que repetía cada día el monólogo instructivo a su hijo adolescente, sin que este nunca la oyera? La vieja realidad de si comunicar es hablar, solo.
Me recuerda una amiga y compañera del MHA, una mujer profundamente conocedora, entre otras cosas, de los museos, la didáctica y la enseñanza, relacionada con múltiples plataformas de intermediación cultural, de enseñanza y museos que, si pensamos desde los museos que, con colgar y colgar material, tenemos hecha la tarea, vamos equivocados. Esa manera de colgar cosas, debe favorecer, de algún modo, que se vea que el museo quiere preguntar, que no solo quiere hablar, porque “comunicar hoy en día, sin hacer participar, es ignorar”, fantástica sentencia totalmente asimilada por las nuevas formas de pensar el museo y una de las claves de ese futuro posible. Pero de la misma manera que hoy sabemos que, aunque por unos instantes de confinamiento, el mundo cambió, bajó la contaminación, los animales retomaron sus espacios invadidos por el bullicio de los coches, de los barcos o nos reencontramos con el silencio, con el vecino o con el canto de los pájaros, ese cambio se debió a un cambio previo, el de las personas, que por unos días se pararon. Porque nada cambia si seguimos haciendo las mismas cosas ¿No nos suena esto? Y no seremos museos inclusivos e incluidos, museos sociales y socializados, museos didácticos y democráticos, si, previamente, no cambiamos.
Porque la comunicación digital no cambia las cosas por sí misma. Todo lo contrario, arrastra su propia discusión sistémica heredada de lo real, entre los usuarios y creadores, en tanto que, el mundo digital, se convierta en el centro o en solo una herramienta más de trabajo, entre los colectivos que tienen acceso o no a las tecnologías, porque huele a nueva segregación, al estar dejando fuera de la comunicación posible a comunidades sin niveles tecnológicos o porque, como fachadas pétreas de imponente trazado, las pantallas se conviertan en escaparates dogmatizados de baluartes ortodoxos revestidos de neón y leds, sin posibilidad alguna de interactivación. Solo la adoración al producto multimedia, para mantenernos en el statu quo reminiscente de ser los mismos monos atraídos por la luz, que siempre fuimos.
Sin olvidar que, esa comunicación, conlleva otro aprendizaje. Los soportes digitales requieren cierta preparación de contenidos y ciertas metodologías, para que no se vuelvan cansinos e impidan que se consigan los objetivos de difusión para los que son creados. Además de la gestión de nuevas capacitaciones para el personal técnico, al que se le exigen nuevas y variadas acciones en nuevas y, cada vez más numerosas, plataformas. Desde las concepciones del lenguaje sintetizado, referencia del mensaje corto o síntesis extraordinaria, a la comunicación de lo trascendente o; desde las evaluaciones de nuestra actividad como papel preponderante por quienes nos observan o participan, a la interacción continua, próxima, íntima diría, aunque sea a través de reflexiones e intercambios en forma de tuits, pero multiplicando hashtags, diseñando blogs participativos y abriendo puertas multicapacitativas. Y, así, conocer, para poder dar a conocer.
Tenemos una gran oportunidad de futuro como museos. Me lo recuerdan las alumnas y alumnos que tengo el placer de tutorizar cada año, en su estancia práctica en el museo y me lo recuerdan continuamente mis compañeros y compañeras, en el día a día del Museo de Historia y Antropología, en Lercaro o en Casa de Carta. El mundo que vivimos tiene muchas perspectivas, muchos enfoques, un interesante campo de trabajo, no solo a través de la intermediación, sino a través de la posibilidad de barajar nuevas ópticas, nuevas y diferentes versiones de lo mismo, aproximaciones tangenciales, si se quiere. Los museos y, más concretamente en el que trabajo, son como el fotógrafo que abre una exposición de su obra con motivos aparentemente conocidos por el público al que, sin embargo, logra sorprender por el hecho de mostrar su propia visión, una visión particular, basada en su propio sesgo, en su propio enfoque de las cosas, posicionando con él al visitante, ante la rotunda novedad de ver, en aquel motivo fotografiado y conocido, cosas que por sí mismo no había visto, ni, frecuentemente, sentido, solo que, desde el museo y de la mano de la historia, el patrimonio y la antropología.
Somos especialistas en lo que somos. Pareciera que los conocimientos que puede haber detrás de los trabajos digitales que se lanzan, no tuvieran relevancia y, sin embargo, nada más lejos. Hay un trabajo importante de recopilación, documentación, didáctica, tratamiento de colecciones, de intermediación en general, etc., previo a cualquier producción. Pero compartimos la idea, de que ya no solo vale tener un equipo que sepa de redes o de tecnología, sino que hace falta saber realmente que se está generando, que estamos articulando, saber sobre el cómo creamos contenidos, cómo creamos participación o, cómo nos ubicamos ante el potencial de posibilidades técnicas para el trabajo y la comunicación no presencial, la digital, por las enormes potencialidades didácticas y de aprendizaje que presentan. Pero, también, por sus peligros, por las enormes connotaciones diferenciales que puedan convertir en elitista el mero acceso a las redes y a la tecnología, volviendo así, a la necesaria preposición de los museos como garantes del acceso democrático a la cultura y de la integración, también de la transparencia de nuestra gestión, favoreciendo la accesibilidad de todas las comunidades.
José Antonio Torres Palenzuela, Área de Patrimonio, Museos de Tenerife.