El primer brote confirmado de «sudor inglés» tuvo lugar en agosto de 1485 – coincidiendo con el final de la Guerra de las Rosas por el control del trono de Inglaterra -, cuando Henry VII (primer rey de la Dinastía Tudor) entró triunfalmente en Londres después de vencer a Richard III en la batalla de Bosworth Field. Sin embargo, se cree que un poco antes – en junio – hubo otro brote que habría afectado a York. La mayoría de los historiadores coincide al señalar que fue introducida por mercenarios franceses del ejército de Henry, aunque curiosamente ellos no enfermaban. Este primer brote con origen en Londres duró hasta octubre de ese año acabando con la vida de más de 5000 personas, es decir un 25 % de los afectados, terminando tan súbitamente como había aparecido.
Unos pocos años más tarde, en 1492, reapareció en Irlanda aunque sin causar los estragos anteriores. De ahí en adelante ocurrirían tres brotes más. En 1507 de nuevo fue Inglaterra el foco de la enfermedad que, aunque al principio parecía menos grave y extenso que los anteriores, se transformó en una epidemia letal unas semanas después llegando a matar al 50 % de la población en algunos lugares.
El cuarto brote fue sin duda alguna el peor de los cinco. Comenzó en Londres en mayo de 1528 y muy rápidamente se extendió por toda Inglaterra, Irlanda y Gales (curiosamente no afectó a Escocia) y su tasa de mortalidad fue elevadísima (superior al 25 % de los afectados). De tierras británicas saltó a Hamburgo en Alemania (donde causó la muerte a más de mil personas en tan solo una semana) y desde ese puerto alemán se expandió rápidamente hacia Europa Oriental dejando un reguero de desolación y muerte. En diciembre de ese mismo año había llegado a Suiza, Suecia, Noruega, Dinamarca, Lituania, Rusia y Polonia e incluso hubo algunas decenas de casos en Amberes (Bélgica), Ámsterdam la capital de Holanda, Francia e Italia … y, cómo había ocurrido anteriormente, de la misma manera fulminante y enigmática en que había aparecido desapareció.
El quinto y último estallido del «Sudor Anglicus» ocurrió también en Inglaterra pero no tuvo el impacto demoledor de los brotes anteriores. Desde entonces nunca más se volvieron a tener noticias de esta misteriosa enfermedad.
Llegados a este punto cabe preguntarse: ¿en qué consistía y cual podría haber sido su causa? Se trataba de una enfermedad transmisible y muy contagiosa, de probable origen vírico, que según parece se transmitía por vía respiratoria a través de las gotitas de saliva, aunque su auténtica causa sigue siendo un verdadero misterio para los historiadores de la medicina y de la epidemiología.
Sería John Caius, médico de Shrewsbury (ciudad del occidente de Inglaterra) quien señalaría que era peor que la peste y describió pormenorizadamente su cuadro clínico en su libro de 1552 «A Boke or Counseill Against the Disease Commonly Called the Swate, or Sweatyng Sickness» («Un libro o consejo contra la enfermedad comúnmente llamada el Sudor, o la Enfermedad del Sudor»). Según el galeno inglés, consistía en lo siguiente: comienzo muy agudo con una sensación de temor irrefrenable; escalofríos muy intensos y vértigos; cefalea y dolores muy fuertes de cuello, hombros y miembros superiores e inferiores; y una gran astenia (cansancio). Este inicio de la enfermedad duraba entre 30 minutos y 3-4 horas y a continuación se pasaba a un cuadro de fiebre y sudoración muy profusa (el signo más llamativo, de ahí su nombre) con olor fétido. Un poco más tarde aparecía una sensación de terrible calor, cefalea irresistible, delirio, taquicardia y sed muy intensa. Posteriormente, surgía dolor cardíaco, dificultad respiratoria, letargia y colapso con fallo multiorgánico. Era tan fulminante que el enfermo moría en menos de 24 horas y los que sobrevivían no quedaban inmunizados. Desde el punto de vista epidemiológico hay que señalar que se daba con mayor frecuencia en verano e inicios de otoño y, curiosamente, afectaba muy poco o prácticamente nada a los niños.
Ya dijimos que su causa se desconoce aún en la actualidad y está claro que estuvo favorecida por las pésimas condiciones higiénicas y la insalubridad de las ciudades en el inicio del Renacimiento. Como causas más plausibles se han esgrimido las siguientes:
– Fiebre recurrente. Esta enfermedad está causada por una bacteria (Borrelia) que se transmite por la picadura de piojos o garrapatas. No obstante, en el Sudor Inglés no había costras negras en las zonas de picadura ni rash (erupción) cutáneo, típicos de la fiebre recurrente.
– Ántras o carbunco. Se trata de otra enfermedad de origen bacteriano (Bacillus anthracis) cuyas esporas estarían presentes en las maderas no tratadas o en los cadáveres de animales infectados, pero el cuadro clínico no es exactamente igual y no cursa con una sudoración tan profusa.
– Síndrome Pulmonar por Hantavirus (grupo de virus ARN que se transmiten por roedores). Aunque es la causa más plausible de las esgrimidas, lo cierto es que el Sudor Inglés se transmitía por contacto entre personas a través de la respiración, cosa que es muy infrecuente en ese síndrome.
La historia de la medicina tiene más ejemplos de enfermedades cuyo origen nos es desconocido y de las que hoy carecemos de información documentada fidedigna para poder realizar un diagnóstico diferencial y de probabilidad. De ellas, unas han desaparecido para siempre (como la viruela), otras prácticamente son inexistentes y algunas reaparecen muy esporádicamente y sin la repercusión epidemiológica, social y demográfica que tuvieron en su momento.
Estas enfermedades epidémicas han sido responsables de la muerte de decenas de miles de personas y siempre han constituido un auténtico misterio. En algunas de ellas, como en la famosa Peste o Plaga de Atenas, en el año 428 AEC, que tan bien describió el historiador y militar griego Tucídides (superviviente de la misma), la genética logró identificar a su agente causal por los restos del ADN de la bacteria responsable, la Salmonella typhi, causante de la fiebre tifoidea. Pero una historia muy diferente sucede cuando su agente es un virus ARN por su inestabilidad y fácil destrucción al poco tiempo del fallecimiento de la víctima. Por ello, en estos últimos casos y de momento solo nos podemos basar en las fuentes literarias y la documentación médica … pero ello, precisamente, es lo que hace que estas epidemias sigan constituyendo un reto apasionante para los investigadores de la historia natural y la evolución de las enfermedades humanas.
Conrado Rodríguez-Maffiotte Martín
Director del Instituto Canario de Bioantropología y del Museo Arqueológico de Tenerife