Cuando todo esto pase nos daremos cuenta cuánto hemos crecido en tan solo unos meses. No será un crecimiento económico, evidentemente, como ya auguran todos los pronósticos. Será un crecimiento en lo personal, en convivencia y en conciencia ciudadana. También en la capacidad que tienen los poderes públicos para gestionar los recursos de todos con previsión y no minimizar los riesgos cuando estos llegan.
La crisis del coronavirus nos habrá enfrentado a asumir un reto que difícilmente podíamos imaginar. Son innumerables las iniciativas de solidaridad que nos han hecho emocionar hasta la lágrima en estos días. Desde la entrega absoluta de todos los profesionales sanitarios que se han encarado con la enfermedad sin contar con los medios de defensa adecuados, hasta aquellos anónimos valientes que hacen la compra para los que no pueden, o cantan en sus balcones para sacar del tedio a sus vecinos. Iniciativas, mayores y menores, que nos devuelven la esperanza en las personas en un momento en que caminamos rápidamente hacia un destino tan incierto.
Ya todos somos conscientes del cambio climático y, paralelamente, cada vez son más las voces autorizadas que nos dicen que el modelo de desarrollo actual, de permanente crecimiento económico, no es sostenible. Pero al mismo tiempo no sabemos -o no queremos- poner en marcha un modelo alternativo. Y para cuando queramos darnos cuenta, elegir otra opción quizá no sea posible. El decrecimiento económico temporal colateral a esta crisis nos debe hacer tomar conciencia de cuestiones fundamentales sobre las consecuencias del incremento constante de la producción energética o del consumo en relación a los recursos naturales. Ya estamos viendo cómo la práctica paralización de la actividad económica en muy poco tiempo ha provocado una reducción de la contaminación muy notable en nuestras ciudades. La nueva situación también ha urgido a muchas empresas de servicios a poner los recursos necesarios para que sus trabajadores puedan trabajar desde casa. Sabemos que España en este aspecto va a la cola de Europa. Pero esta habrá sido una excelente oportunidad para comprender que vida doméstica y laboral pueden llevarse bien en un mundo hiperconectado. Los desplazamientos por motivos laborales se reducen y con ello también el consumo energético y la contaminación ambiental. Además, tanto nuestro estado de ánimo como la convivencia familiar lo agradecen y con ello la productividad laboral crece. Son solo algunos ejemplos que pueden suponer importantes cambios en la sociedad y su entorno.
Cuando todo esto pase nos tendremos que parar y reflexionar. Tomar aliento, y aprovechando el impulso de este desafío, afrontar el próximo gran reto que tenemos que abordar: la vida en nuestro planeta. Nada más y nada menos. Seamos responsables de nuestros pequeños actos cotidianos pero también conscientes de lo grandes que podemos ser cuando vamos juntos. No perdamos tiempo y aprovechemos la enorme oportunidad que nos ha dado esta crisis.
Carmen Benito Mateo
Arqueóloga del MUNA, Museo de Naturaleza y Arqueología
Foto: Alejandro Betoret
Una de las fotos premiadas en #Naturajazz 2019, Festival Internacional de Jazz y Fotografía de la Naturaleza