La publicación «Una cripta del siglo XVI» recoge las conclusiones de la labor realizada por un equipo multidisciplinar que ha permitido la identificación de dos personas fallecidas hace varios siglos.
En este trabajo han participado distintas áreas científicas, entre las que se encuentran la Antropología, la Historia, la Arqueología, la Conservación o la Bioantropología, disciplinas todas ellas afines a los distintos museos y centros que integran la red insular del Cabildo de Tenerife. Los autores de esta publicación son Conrado Rodríguez, Carmen Dolores Chinea, María García, Juan de la Cruz y Lorenzo Santana.
Los métodos empleados en la excavación arqueológica de la cripta, así como el posterior tratamiento de conservación practicado sobre los restos hallados, el estudio histórico llevado a cabo sobre la cripta y el análisis de los restos de tejidos e indumentaria han permitido obtener unas conclusiones satisfactorias acerca de la época, modos de vida e identidades de ambos hallazgos.
La presidenta del Organismo Autónomo de Museos y Centros (OAMC) del Cabildo de Tenerife, Fidencia Iglesias, destaca que «son pocas las investigaciones de este tipo que se han realizado en España, pues en muchos casos buena parte de los trabajos realizados en enterramientos similares parten del conocimiento de la identidad de los restos, una circunstancia que facilita considerablemente la labor».
Esta investigación surge hace casi doce años como consecuencia de un hallazgo fortuito, que se produce durante las obras de restauración del antiguo convento agustino de La Laguna. Tal y como recoge María García en la introducción de «Una cripta del siglo XVI», los obreros descubrieron la pequeña cripta y posteriormente penetraron en el interior y observaron dos ataúdes adosados a las paredes laterales y entre sus tablas descompuestas por la humedad, restos de huesos humanos.
Los resultados obtenidos después de años de paciente estudio sobrepasaron todas las expectativas. No sólo se identificaron los personajes allí enterrados, sino que se pudo recrear el espacio mortuorio, ilustrar las prácticas funerarias de la época y desentrañar una curiosa trama histórica en torno al convento de San Agustín.