Como conservador del Museo Arqueológico de Tenerife percibimos el mundo funerario de los indígenas de Canarias por su heterogeneidad, pues en los yacimientos arqueológicos de las islas aparecen unos individuos que fueron inhumados y otros desecados, cuyas mortajas se realizaban con esteras vegetales y cueros curtidos de animales. Tanto en su forma individual como colectiva se promovía el depósito de los cadáveres en el interior de cuevas cuya entrada era tapiada con muros de piedra seca o bien en fosas, oquedades, cistas y túmulos de piedra. También se han descubierto inhumaciones específicas de neonatos. Las fuentes etnohistóricas -de las que citamos algunos ejemplos- citan y desarrollan el tema.
Antonio Cedeño (1528)
Los sepulcros hacían en la tierra. A unos ponían en ataúd hecha de cuatro tablones, i alrededor hacían un paredón alto i redondo como torreón, i por dentro lo llenaban de piedra menuda i lo remataban en pirámide. A la jente más pobre i común enterraban en sólo la tierra; a éstos, como a los otros, ensima de el tablón ponían una gran piedra que correspondía en el cuerpo i después ponían otras tres piedras en forma de crus, i después a elrededor de la çepultura ponían piedras grandes (…). Solamente otros hauía mirlados que no les faltaban cauellos ni dientes, encerrados dentro de cuebas, puestos en pie arrimados i otros sentados, i mujeres con niños a los pechos, todos mui enjutitos que casi se les conocían las faiciones con estar de muchísimos años. Y ai cuebas llenas destas osamentas que es admiración.
Francisco López de Gómara (1552)
Bañaban los muertos en el mar, los secaban a la sombra, y los liaban después con correas pequeñitas de cabras, y así duraban mucho sin corromperse.
Leonardo Torriani (1592)
Acostumbraban los canarios sepultar sus muertos de esta manera: Preparaban los cadáveres con yerbas y manteca al sol, para que, a modo de cosas aromáticas, se defendiesen lo más que fuese posible contra la corrupción. Después los envolvían con muchas pieles preparadas para el mismo objeto, y los apoyaban a las paredes, al interior de las cuevas de los montes. Los nobles también usaban otro modo de sepultura, bajo tierra, la cual se hacía en un foso, entre las piedras volcánicas quemadas: con las más largas formaban encima del cuerpo una pirámide, cuidando siempre de extender el cadáver en dirección del norte; después llenaban todo el alrededor con piedras menudas, hasta que todo el túmulo quedaba cubierto.
Alonso de Espinosa (1594)
Cuando moría alguno dellos, llamaban ciertos hombres (si era varón el difunto) o mujeres (si era mujer) que tenían esto por oficio y desto vivían y se sustentabam, los cuales, tomaban el cuerpo del difunto, después de lavado, echábanle por la boca ciertas confecciones hechas de manteca de ganado derretida, polvos de brezo y de piedra tosca, cáscara de pino y de otras no sé qué yerbas, y embutíanle con esto cada día, poniéndolo al sol, cuando de un lado, cuando de otro, por espacio de quince días, hasta que quedaba seco y mirlado, que llamaban xaxo.
Juan de Abreu Galindo (1602)
Y, viendo cómo iban en crecimiento, y los mantenimientos les faltaban y no se cogían frutos que bastasen a su sustento, por no vivir en estrechura, entraron en consulta y congregación, que llamaban sabor, acordaron y hicieron un estatuto que se matasen todas las hembras que de allí adelante naciesen, con tal que no fuesen los primeros partos que las mujeres hacían (porque a los tales vientres reservaban para su conservación), y así supliesen los frutos que la tierra produjese, y no les faltasen, como había sucedido los años atrás.
Francisco López de Ulloa (1646)
La gente noble no se enterraua con la uillana, sino que cada especie destas tenía su lugar señalado; el noble se enterraua con las insinias de tal, y el uillano también.
José de Sosa (1688)
Hacian sus entierros en sepulcros muy suptuosos y grandes a manera de torrejones fabricaban en circuitos de grandissimas [piedras por la parte de fuera y por dentro] muy guixas. Ponian los cadáveres en una como de ataúd de quatro tablones gruesos hecha después de aver quitado el menudo y untadas algunos días con manteca de ganado cabrio poniéndolos al sol para que se secasen que era como a manera de balsamarla y asi se conservaban sin corrupción secos y mirlados como galos pues hasta oi en dia se suelen hallar algunos dentro de cuevas o en aquestos sepulcros que causa admiración a quien los ve conservados tantos siglos sin corrupción esto hacían comúnmente con los mas principales de la casa y familia de el Rei asi varones como hembras porque a otros nobles les hacían ataud o semexante a ello de tablones gruesos y le ponían multitud de [piedra] tierra ensima y después acababanlos de llenar de aquellas piedrezuelas y ponían i concertaban muchas laxas grandes por capitel esto la debió de quedar de tiempos muy antiguos (…). Estos eran los sepulcros y entierros de los nobles. Otros muchos avia de gente vulgar y común fabricados solamente en la tierra dentro de un circuito de piedras clavadas hasta el medio y dentro de la cruz como las demás, la qual cruz respetaban mucho y curioso hacían de esta forma. Destos sepulcros oi dia se hallan muchos maiormente en las costas que es en donde avia poblaciones mas grandes.
Thomás Arias Marín de Cubas (1694)
Al difunto lavaban con agua caliente, cocidas hierbas, y con ellas le entregaban (…) llenaban los huecos de mezclas de arena, cáscaras de pino molidas y borujo de yoya ó mocanes, y volvían á cerrarle muy curiosamente, lo ungían con manteca y ponían al sol de día y de noche al humo, y por quince días le lloraban haciendo exequias, y estando enjuto le ponían en las cuevas con otros mirlados; a otros hacían torreoncillos de piedras malpaíses, y bóvedas, llevábanles de comer á las sepulturas, el marido á la mujer y ella á él; algunos se hallaban vestidos de gamuzas; tenían por gran delito enterrar en la tierra pura á que gusanos comiesen el difunto; algunos se sepultaban en palos huecos como pesebres de tea y otros maderos enterrados y encima ponían piedras grandes en forma de cruz ó de ‘táu’ por memoria, y lo común eran siete y otras tres grandes á lo largo y alrededor un torreoncillo.
Dr. José Juan Jiménez González, Conservador del Museo Arqueológico de Tenerife